La NASA lleva años buscando meteoritos que nos puedan llevar al Apocalipsis. Y le está yendo bastante bien

La NASA lleva años buscando meteoritos que nos puedan llevar al Apocalipsis. Y le está yendo bastante bien
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El 14 de agosto de 2021, mientras el mundo miraba a Haití, castigado por un violento terremoto —el enésimo que sacude la región—, la NASA escribía un nuevo capítulo en la historia espacial. Quizás no uno tremendo y la altura de aquella primera caminata lunar de Neil Armstrong y Buzz Aldrin de finales de los 60, pero desde luego sí revelador del trabajo silencioso que se realiza en la agencia para lograr un objetivo no mucho menos ambicioso: mantener vigilados los asteroides y cometas que pasan cerca de la Tierra. O lo que es lo mismo, garantizar que podemos anticiparnos a un impacto como el que desató un episodio de extinción masiva hace 66 millones de años.

Aquella jornada de mediados de agosto, sábado, la antena de la Estación de Espacio Profundo 14 (DSS-14), en el Complejo de Comunicaciones con el Espacio Profundo de Goldstone, siguió los pasos de 2021 PJ1, un asteroide de entre 20 y 30 metros de ancho que viajaba a una velocidad de unos 9,25 kilómetros por segundo (km/s). No es una roca descomunal, pero sí relevante por otra razón: se convirtió en el asteroide cercano a la Tierra —o NEA (Near-Earth Asteroide)— número 1.000 observado por un radar planetario desde que en 1968 el 1566 Icarus estrenó la lista.

2021 PJ1 pasó zumbando a alrededor de 1,7 millones de kilómetros, lo que no lo convertía en una amenaza real para nuestro planeta; pero sí le hizo entrar en el radar —nunca mejor dicho— de los vigilantes que se dedican a controlar los NEO —Near-Earth Objects, etiqueta que también incluye a los cometas— que orbitan alrededor del Sol y pueden acercarse a la Tierra. De hecho, cerca del 75% de las observaciones de NEA por radar se han hecho en el marco del Programa de Observaciones NEO de la NASA, que forma parte a su vez del Programa de Defensa Planetaria.

A la caza de los "proyectiles" perdidos

Gracias a sus telescopios terrestres y espaciales, los expertos del programa pueden calcular las órbitas, características y —quizás lo más importante— las trayectorias futuras de los NEO. El objetivo, como concreta la propia agencia estadounidense: “La detección temprana de objetos potencialmente peligrosos”, cercanos a nuestro planeta y que se acercarán a 5 millones de millas —8 millones de km— de la órbita de la Tierra. En cuanto a tamaños, se centra en aquellos cuerpos “lo suficientemente grandes —de 30 a 50 m— para causar daños significativos” al planeta.

De su lado tienen herramientas tan potentes como las antenas DSS-14 y DSS-13 de Goldstone, de 34 metros, que en septiembre del año pasado habían observado 374 asteroides cercanos a la Tierra, u otros recursos, como el Complejo de Comunicación del Espacio Profundo de Canberra, de la Red de Espacio Profundo; o el Observatorio de Parkes, en Nueva Gales del Sur. Antes de colapsar, uno de los apoyos clave era el gran telescopio de 305 metros del Observatorio de Arecibo. Otro apoyo clave es ATLAS, que acaba de actualizarse para buscar en todo el cielo nocturno cada 24 horas.

Lo bueno es que el esfuerzo, al menos de momento, no pinta nada mal. Desde que en 1993 los astrónomos detectaron fragmentos de un cometa que se dirigía rumbo Júpiter y comprendieron el gran daño que podría ocasionar si su "objetivo" fuese a la Tierra, científicos y políticos se han volcado para mantener bien vigilados estos proyectiles espaciales. El primer paso lo dio la NASA en 1998, cuando se marcó el objetivo de encontrar al menos al 90% de los asteroides y cometas de un kilómetro o más de ancho que se acercasen a la órbita de nuestro planeta.

La NASA estima que que hay alrededor de un millar de NEA de más de un kilómetro y aproximadamente 15.000 que superan los 140 metros. A día de hoy, la agencia y sus socios aseguran tener controlados el 95% de los que, se cree, podrían pasar a menos de 48,2 millones de kilómetros del planeta y los objetos de mayor tamaño; pero, a pesar de ese porcentaje, queda todavía trabajo por delante. Sobre todo, cuando se habla de rocas de menor tamaño.

“Los investigadores carecen aún de suficientes datos y modelos. Los NEO más pequeños que se califican como ‘lo suficientemente grandes’ para penetrar la atmósfera de la Tierra y causar daños en la superficie son difíciles de capturar y monitorear porque son demasiado oscuros para verlos”, reconoce la agencia, que explica que el Proyecto de Amenazas de Asteroides (ATAP), por ejemplo, recurre a simulaciones con las supercomputadoras de la NASA para evaluar amenazas.

Precisamente para afrontar ese complejo reto, en 2005 el Congreso volvió a subir el listón de la NASA y le puso una nueva tarea: detectar, rastrear e identificar el 90% de las rocas espaciales de más de 140 metros próximas a la Tierra. La misión sin embargo arrancó con lentitud. Durante un debate en la Cámara estadounidense en marzo 2013, casi una década después, un presentante del Comité de Ciencia, Espacio y Tecnología reconocía que la NASA había localizado el 10%.

Su tamaño —140 metros— puede no parecer demasiado amenazante, pero el meteoro de Chelyabinsk, que golpeó Rusia ese mismo año, medía apenas 20 metros y ocasionó una onda expansiva que dejó un millar y medio de heridos y daños en miles de edificios repartidos por media docena de ciudades. Y eso, a pesar del efecto protector de la atmósfera terrestre. El objeto, en aquella ocasión, se acercó a la Tierra sin ser detectado antes de entrar en la atmósfera.

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Para afrontar amenazas similares, científicos y agencias espaciales tienen diferentes iniciativas sobre la mesa. Dentro de un par de años, en 2026, la NASA prevé lanzar el telescopio espacial Near-Eart Object Surveyor (NEO Surveyor), diseñado precisamente para “avanzar en los esfuerzos de defensa planetaria para descubrir y caracterizar la mayoría de los asteroides y cometas potencialmente peligrosos” situados a unos 48,2 millones de kilómetros de la órbita terrestre.

Con el fin de lograrlo está dotado de un telescopio de 50 cm de diámetro que opera en dos longitudes de onda infrarroja sensibles al calor. “Será capaz de detectar asteroides tanto brillantes como oscuros, que son los más difíciles de encontrar”, precisan desde la agencia espacial.

NEO Surveyor partirá con la ambiciosa meta de localizar durante sus cinco primeros años de trabajo al menos dos tercios de los NEO de más de 140 m, “objetos lo suficientemente grandes como para causar un daño regional importante en caso de impacto con la Tierra”, apostillan los técnicos de la propia NASA: “Puede realizar mediciones precisas de los tamaños de NEO y obtener información valiosa sobre su composición, formas, estados de rotación y órbitas”.

No es su única estrategia. A finales del año pasado la NASA anunciaba una nueva herramienta, Sentry-II, un algoritmo de monitoreo que permite mejorar el cálculo de las probabilidades de impacto de todos los NEA conocidos. El sistema facilitará a los científicos sacar un mayor partido de la observaciones y cálculos de órbitas como las realizadas por el Centro de Estudios de Objetos Cercanos a la Tierra (CNEOS), cuya carga de trabajo aumenta año tras año. Según la agencia, a día de hoy se han localizado casi 28.000 asteroides cercanos a la Tierra gracias a los telescopios de exploración. Cada año, de media, se añaden al listado 3.000 nuevos descubrimientos.

Detectar, controlar... y algo más

Aunque vigilar los NEO es el primer paso, de poco sirve anticiparse a una amenaza si, llegado el caso, no podemos hacer nada para protegernos de un asteroide capaz de atravesar la atmósfera e impactar contra la Tierra. Por esa razón los científicos trabajan en paralelo en otras líneas de estudio. Quizás con soluciones no tan espectaculares como las que muestra la industria de Hollywood en 'Armageddon' o 'Deep Impact', pero fascinantes desde un punto de vista técnico.

NASA Diagrama con las órbitas de 2.200 objetos potencialmente peligrosos según los cálculos de CNEOS. Aparece destaca la órbita del doble asteroide Didymos, objetivo de DART. Crédito: NASA/JPL-Caltech

Hace solo unos meses, en noviembre, se lanzaba la nave DART (Double Asteorid Redirection Test), que ha partido rumbo al espacio con un objetivo pionero: impactar contra Dimorphos, un asteroide del tamaño de un campo de fútbol que orbita alrededor de otro algo mayor, Didymos, y comprobar si, llegado el caso, podríamos desviar la trayectoria de un objeto amenazante.

Otra de las misiones más sorprendentes que tienen en marcha los científicos, NEA Scout, busca llevar un pequeño CubeSaT del tamaño de una caja de zapatos hasta 2020 GE, un asteroide NEA de menos de 18 metros, para analizarlo de cerca, observar su tamaño, forma, rotación, propiedades de la superficie… Todo con el objeto, detalla la NASA, de aportar información para misiones futuras y “obtener importantes conocimientos de defensa planetaria sobre esta clase de NEA”.

Por lo pronto, de nuestro lado tenemos el efecto protector de la atmósfera, contra la que acaban desintegrándose la mayoría de objetos y la estimación de que los de mayor tamaño, como los que centraron en primer lugar la atención de la NASA, golpean el plantea cada cientos de miles de años.

Imagen de portada | NASA

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