Avi Loeb, físico de la Universidad de Harvard y notorio buscador de vida extraterrestre, ha anunciado recientemente el descubrimiento de lo que cree podrían ser restos de una nave alienígena. Por supuesto, hay muchas cosas que aclarar.
Un hallazgo peculiar. Hace unos días el polémico investigador de la Universidad de Harvard Avi Loeb anunció el descubrimiento de unas esférulas de apariencia metálica y tamaño inferior a un milímetro en el lecho marino durante su expedición frente a las costas de Papúa Nueva Guinea.
Lo que hace particulares a estos objetos es que en su anuncio Loeb no sólo les asignaba un origen interestelar, sino también, posiblemente artificial, es decir, alienígena.
Objetos interestelares. Por ahora no sabemos a ciencia cierta qué es lo que ha encontrado Loeb, pero sí sabemos cuál fue el razonamiento seguido en su búsqueda. En 2017 detectamos por primera vez un objeto interestelar: Oumuamua.
Este descubrimiento despertó el interés sobre estos objetos interestelares, que se tradujo en la identificación retroactiva de dos meteoros que podrían haber tenido un origen interestelar. Recibieron el nombre de IM1 e IM2. El primero había caído sobre aguas del pacífico, cerca de Papúa Nueva Guinea en 2014; y el segundo en aguas del Atlántico en 2017.
Loeb se postuló como defensor de la hipótesis de que Oumuamua y, potencialmente otros de estos meteoros interestelares podrían tener un origen no sólo interestelar sino también artificial. No necesariamente naves espaciales, también potencialmente residuos o chatarra espacial.
Una búsqueda por mar y aire. Hace unos años, como parte de su proyecto de búsqueda de vida extraterrestre, Loeb comenzó a preparar una expedición oceánica para encontrar los restos de IM1. La expedición se dirigió al lugar donde se estima había caído IM1 y peinó el lecho marino con una placa imantada.
De ahí recogieron un número de pequeñas esferas metálicas, de diámetro inferior a un milímetro. Loeb y su equipo explican que estarían compuestas de una aleación de acero y titanio, más resistente a la que suele hallarse en meteoritos en nuestro planeta.
Qué sabemos y qué no de las esférulas. Por supuesto todavía son más las preguntas que las respuestas que tenemos sobre estos objetos puesto que aún no tenemos noticia de un análisis propiamente dicho de estas bolas. Conocemos su apariencia metálica y que, según los primeros análisis estarían compuestas principalmente de hierro aunque contendrían también trazas de otros metales como el níquel o el mencionado titanio.
Las esférulas podrían tener una procedencia extraterrestre. En este caso se trataría de pequeños restos metálicos que se habrían derretido al alcanzar grandes temperaturas en su tránsito por la atmósfera terrestre. Al contacto con el agua se habrían solidificado con esta forma. En este sentido no serían las primeras esférulas metálicas halladas procedentes de fuera de la Tierra.
Allende nuestro sistema solar. Más cuestionable es su origen interestelar. El argumento de Loeb y su equipo para defender este origen es la relativa escasez de níquel en la aleación hallada en estas esférulas. Aunque nuestro sistema solar contiene níquel y hierro como en las pequeñas esferas, la presencia relativa del segundo sería mayor a la esperada. Por ahora desconocemos los argumentos que inviten a pensar en el origen alienígena de las muestras.
Hipótesis alternativas. Así las cosas, la comunidad científica no ha dudado en buscar hipótesis alternativas al hallazgo. Lo primero a tener en cuenta es que no puede descartarse aún que las esférulas procedan de nuestro propio planeta.
Como señala en un artículo para The Conversation Monica Grady, profesora de ciencias planetarias en The Open University, señalaba ésta como una hipótesis a tener en cuenta antes que la de la nave extraterrestre. Incluso antes que asumir que estas esférulas tienen un origen cósmico.
Hace unos meses el propio Loeb contemplaba en un artículo publicado en la revista The Astrophysical Journal Letters la posibilidad de que objetos como IM1 e IM2 hubieran sido “balas” de hierro expulsadas por una supernova. Esto daría otra explicación, totalmente natural, a estos fenómenos.
Pronto para sacar conclusiones. La frase de “grandes afirmaciones requieren grandes pruebas” es ya un tópico, pero encaja a este caso como anillo al dedo. Por ahora no han trascendido pruebas fehacientes de que las esferas metálicas sean objetos interestelares manufacturados por una inteligencia alienígena. Incluso las pruebas de que sean objetos extraterrestres son limitadas.
Los datos tampoco permiten por ahora falsar o rechazar ninguna de estas hipótesis, si bien las probabilidades de que la primera sea cierta son extremadamente limitadas. Habrá que esperar a futuros análisis de los objetos para saber más sobre ellos y su origen.
Un viejo conocido. El trabajo de Loeb en busca de vida extraterrestre es extenso pero muy a menudo se encuentra más allá de la frontera de lo científico, en el terreno de lo especulativo. Resulta complicado seguir el hilo de estos trabajos, pero una de las últimas polémicas desatadas por el físico tenía que ver también con la hipotética llegada de objetos alienígenas a la Tierra.
Curiosamente el trabajo de Loeb también sirve para explicar lo difícil que sería recibir visitas alienígenas debido a las restricciones impuestas por la física: la velocidad de la luz no sólo supone un límite para los viajes, también para la transmisión de las ondas que delatan la existencia de vida inteligente en nuestro planeta.
En este sentido puede señalarse también que Loeb ha especulado con la posibilidad de que las ráfagas rápidas de radio sean señales de procedencia alienígena. Aunque sus polémicas tienden a estar centradas en la cuestión alienígena, hace unos meses llegó a nuestros oídos por su análisis sobre la cuestión de si vivíamos en una simulación, un experimento, o no.
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Imagen | ESO/M. Kornmesser, CC BY-SA 4.0
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