¡Gatos! No hay nada más divertido y enternecedor que un gato haciendo monerías, ¿a que no? Internet adora a los gatos y su reinado se remonta al origen de los tiempos digitales. Desde entonces, han construido un imperio en base a sus actitudes erráticas, extravagantes, dulces, agresivas, absurdas. O más bien, sus dueños, siempre prestos a grabar la última ocurrencia de una especie animal, admitámoslo, repleta de ocurrencias sospechosamente inteligentes. ¿Porque quién no querría un vídeo de gatos? ¿Nadie, verdad?
El problema es que quizá no sea tan buena idea. Pese al universo mediático creado en torno a ellos (y, en contadas ocasiones, extremadamente rentable), los gatos sólo son animales domésticos. Su preponderancia en algunos de los mejores memes de siempre y su imagen, de indudable estampa positiva, ha contribuido a difuminar los límites de lo que podemos o no podemos hacer con nuestros gatos (y, por añadidura, con nuestras mascotas). Y exponerles a situaciones ajenas a sus hábitos o a su hogar habitual puede redundar en su estrés o en un progresivo empeoramiento de su salud.
Nada de esto se manifiesta de forma tan clarividente como en los miles y miles de artículos repartidos por la red que recopilan las centenares de bromas gastadas a gatos domésticos de todo el mundo. Véase, por ejemplo, este texto de Mashable titulado "20 bromas a gatos cuando los seres humanos simplemente no son suficiente". En él, los gatos se ven expuestos a toda clase de situaciones indudablemente graciosas: atrapados en su torso por un rollo de papel higiénico, asustados por peluches el doble de grande que ellos, privados de acceso a su casa o enfrentados a elementos extraños como un aspirador.
No es divertido, sólo le estás estresando
Es divertido, pero no necesariamente adecuado para nuestro gato. Parte del problema surge precisamente en su graciosa naturaleza: puede ocultar los riesgos inherentes a gastar bromas a un animal de comportamiento costumbrista. Hace poco, contamos con un extraordinario ejemplo de todo lo anterior: de repente, miles de dueños de gatos, y otros tantos miles de personas en el mundo, descubrieron que sus mascotas se asustaban cuando eran descubiertos por un pepino o un plátano. Cuando el animal acudía a su cuenco de comida, el dueño colocaba un calabacín detrás. El gato, al volverse, salía disparado. Asustado.
Fue un fenómeno viral. Pero un fenómeno que quizá jamás debería haber tenido lugar. Como algunos medios anglosajones explicaron poco después, incomodar a un animal doméstico en el lugar donde se alimenta, uno de los teóricos lugares más protegidos y cómodos de su hogar, podría provocarle estrés e inseguridad. No es difícil entrever por qué los gatos salían tan asustados al encontrarse con un elemento extraño a sus espaldas en un momento de relajación: su instinto podría advertirles de animales predadores como las serpientes, de forma semejante a la de un pepino, o de otras amenazas. Es una reacción instintiva.
Si exponemos a amenazas a nuestros animales domésticos podemos generarle estrés: no se adaptan bien a los cambios
Pero un segundo, ¿estrés? ¿Puede un gato, un simple gato, sufrir de estrés? No es una forma adornada de formularlo, sino una patología real en el comportamiento de un animal doméstico. "De hecho, lo sufren habitualmente", responde Rosana Álvarez, veterinaria al frente del equipo de Etolia, una clínica especializada en comportamiento animal de Málaga. "Los gatos, en concreto, son una especie que no se adapta demasiado bien a los cambios, y cualquiera de ellos que ocurra en su entorno, por pequeño que sea, puede desencadenar respuestas de estrés", añade. Al contar con fisiologías parecidas, desarrollamos reacciones similares.
¿Qué cambios en su entorno, en concreto? No hay un patrón claro, pero sí parece evidente que sus dueños, nosotros, podemos jugar un papel importante en ellos. Según Ricardo Luis Bruno, veterinario y experto en comportamiento animal, "gran parte de las alteraciones conductuales de nuestras mascotas están influenciadas por el ambiente donde viven, y un elemento muy importante del ambiente serían sus propietarios y sus comportamientos hacia sus mascotas". Es decir, el estrés no se genera de forma espontánea en la vida diaria del gato por actitudes propias, sino por aquellas que le podamos infringir nosotros, ya sea a través de nuestro contacto directo con ellos o del entorno que creamos a su alrededor.
De ahí que las bromas, como el caso de los pepinos, supongan un quebranto en la estabilidad del felino. El estrés, al igual que en nuestro caso, es generado por la percepción de amenazas externas, al margen de que tal amenaza tenga fundamento real o no. Tal y como explica Tamara García Cid, coodirectora del Máster en Etología Aplicada de la Universidad Autónoma de Madrid, especializado en el estudio del comportamiento animal y en terapia aplicada con animales, tales amenazas pueden darse en multitud de circunstancias: desde depredadores hasta estímulos generales en el día a día adquiridos en el hogar. El animal, en última instancia, puede interpretar que está en peligro a través de diversas fuentes.
De la agresividad a las fobias: así cambia un gato
¿Cuáles? García Cid apunta a hábitos de aprendizaje mal adquiridos. Un gato puede desarrollar temor, y por tanto instinto defensivo, ante un sonido fuerte, una luz o una persona determinada (en base a su forma de andar o a su propia voz). "Si es percibido como una amenaza, obviamente puede generar estrés. En el caso de los animales domésticos, dependerá del grado que perciba y de las posibilidades de huir o de enfrentarse a ello que tenga", añade. Véase, un gato forzado a enfrentarse a un elemento extraño, como otra mascota o un objeto mecánico, por el compañero del dueño. Asimila y lo interpreta como una amenaza.
¿Qué pasa si enfrentas a un gato a un bebé o a un animal al que no está acostumbrado? Que puede sentirse indefenso y generar un comportamiento más agresivo
Son cuestiones que, a priori, nos resultan irrelevantes o que juzgamos secundarias, pero que pueden tener efecto en el comportamiento de nuestro gato. Por ejemplo, los disfraces: "Es una humanización y una cosificación. Limita sus movimientos, pueden asustarse y, en caso de que quisiesen huir o esconderse, no podrían", opina García Cid, que incide en este último punto. Para un gato, como para cualquier otro animal doméstico, el factor clave es la posibilidad de esquivar la amenaza: si limitamos su libertad y su capacidad de huida ante estímulos fuertes y continuados, es más probable que generen estrés, "agudo o crónico, dependiendo de la intensidad de los estímulos". Como en todo, depende del grado.
En determinadas situaciones, el gato puede tornar agresivo. Álvarez pone un ejemplo reciente que se puede encontrar en la red: un gato y un bebé enfrentados. El bebé, que observa en el gato un elemento extraño, ataca al animal, y este le devuelve el ataque. También sucede con otros animales. Hay múltiples vídeos en la red de gatos interactuando con otras mascotas, a menudo no domésticas. Puede ser un problema, al afectar a su comportamiento y bienestar. Para los gatos, cuenta, "se necesitan unos protocolos de introducción muy progresiva. Y aún así, tampoco se asegura que se vayan a tolerar, y menos si son especies con las que no han socializado en su infancia".
Ok: sabemos que los gatos son animales sensibles a los cambios, que pueden desarrollar estrés ante alteraciones del comportamiento o ante amenazas repetidas (como la exposición a otros animales extraños, los sustos, la limitación de su capacidad de movimiento, la supresión de su tranquilidad, la exposición a situaciones de inseguridad, etcétera) y que al menos uno de los patrones de comportamiento que son capaces de adquirir, en caso de continuación de las conductas anteriores, es la agresividad. Pero debe haber más, ¿no? ¿Cómo pueden reaccionar en el largo plazo ante las situaciones antes relatadas?
Alterada su conducta, desarrollado el estrés, el gato pierde pelo, se vuelve más arisco, se acicala compulsivamente y se queja y llora en mucha mayor medida
Ricardo Luis Bruno nos glosa algunas posibles, de carácter físico: desde un excesivo acicalamiento (autolamido compulsivo, mordisqueo del pelo) hasta otras conductas sistemáticas y estereotipadas (castañeo de dientes, la caza de presas inexistentes), pasando por maullidos y lamentos constantes, agresiones periódicas hacia otros seres humanos o incluso automutilaciones. Son comportamientos extremos, y "originados en las experiencias vividas por el animal", como mala socialización temprana, experiencias condicionadas o la falta de un ambiente y entorno, además de una carencia de cuidados de su dueño.
"En algunos casos, tenderán a esconderse más, a lamerse de forma compulsiva, o a perder o arrancarse pelo. Se ve cuando les cambias de casa o cuando se estresan: hay una pérdida de pelo generalizada", incide García Cid. Se pueden volver mucho más ariscos (los gatos de por sí son animales más independientes que los perros, mucho más domesticados), pueden sobrereaccionar a fobias o crear miedos generalizados, generar un mayor o menor apego con una persona de forma específica, restregarse en su casa en mucha mayor medida o, en términos generales, quejarse y llorar más.
Pero tranquilo, siempre tiene solución
Son comportamientos preocupantes, que repercuten en la salud del animal. Por fortuna, los tres expertos coinciden en algo: son actitudes que, en el largo plazo, también se pueden corregir. Eso sí, requieren de tratamiento, cuya duración e intensidad será de mayor o menor grado en función de hasta qué punto la mascota esté afectada. No es lo mismo una situación de estrés puntual que un estrés agudo crónico, cuya no resolución, como señala Álvarez, afecta "poco a poco" al organismo del felino. "El problema es que el propietario no se dé cuenta de que se está produciendo y no acuda a tiempo al veterinario", señala.
Los casos más acentuados, necesitan "tiempo", en palabras de García Cid. "Se necesita rutina, ser muy estructurado, y se suelen recomendar unas sesiones más" para los casos donde los trastornos conductuales, con una sola sesión, son imposibles de solucionar. En estos casos, se dan diversas dificultades: por un lado, aunque las situaciones de amenaza o de inseguridad desaparezcan, el trastorno del comportamiento pervive. Por otro, el propio animal generaliza patrones de hábito en los lugares donde, con anterioridad, encontraba las amenazas o los estímulos negativos. Entonces, "tienes que revertir y trabajar más todas esas áreas" en las que se estén desarrollando problemas.
La corrección del comportamiento del gato es más complicada, su modificación de conducta requiere de más tiempo que otros animales
Los gatos, además, son particularmente complicados. "Son más difíciles. Su modificación de conducta es más larga y se requiere de mayor paciencia que con otros animales. Tiene que tener un carácter continuo, y si el tiempo de estrés ha durado un periodo determinado, el tiempo de intervención y de mejora va a durar más", añade García Cid. A largo plazo, el objetivo es que pueda volver a sus comportamientos habituales y limitar las amenazas a su alrededor.
En todo el proceso, de forma poco sorprendente, el dueño del gato juega un papel fundamental. Al igual que en la posible generación de fobias y situaciones de estrés, también tiene un rol activo en su mitigación. "Gran parte del problema comienza a resolverse cuando el propietario conoce y aprende a respetar las necesidades no sólo físicas (alimentación, higiene, vacunas, etcétera), sino también conductuales de su animal", afirma Ricardo Luis Bruno. Por supuesto, añade, el mejor modo de evitarlo es previniendo, "conociendo cuáles son las pautas de conducta normales y respetando esas pautas".
Lo vimos en su momento en este reportaje: educar gatos es una tarea muy complicada. De modo que cualquier alteración en su conducta va a ser más difícilmente revertible que la de otros animales. Todo lo anterior, naturalmente, no implica que una foto, un vídeo o una puntual situación graciosa para con el animal le provoque drásticos cambios conductuales, sino que su repetición sistemática puede derivar en ellos. Por fortuna, un largo porcentaje del reinado del gato en Internet se debe al amor y la admiración que muchos seres humanos tienen por ellos, y no tanto a su felicidad poniéndoles en situaciones de estrés.
Con todo, los expertos advierten: hay un peligro de desdibujar la naturaleza de la mascota, pasando de compañía a juguete y objeto de entretenimiento. "Por un lado, se fomenta la percepción de cariño al animal, y puede potenciar la adopción. Se está dando un mayor movimiento y se está poniendo en auge el bienestar animal. Pero esta clase de vídeos graciosos también incitan a que haya quien adquiera un animal y pruebe a ver qué sucede mediante el juego. Al final, en Internet aparecen muchos vídeos en los que parece que el animal esté haciendo una cosa, cuando en realidad está sufriendo", defiende García Cid.
Para Ricardo Luis Bruno, la solución a esto último es "tener una idea básica de cómo funciona la mente de nuestras mascotas y cuáles son sus necesidades. Creo que hay que aprender a conocerlos para respetarlos". Y ahí radica la cuestión: el respeto y cuidado al bienestar del gato. Con o sin vídeos.
Imagen | Rainer Stropek, awee_19, Mohamed Aymen Bettaieb, Frank, Pimthida, JOHNNY LAI