Decía Helvétius que «la verdad es una antorcha que luce entre la niebla, sin disiparla». Cuando asistimos a cambios en el pensamiento social tendemos a pecar de fatalistas, a dejarnos arrastrar por cierta alarma que solo invoca extremismos; pero es en nuestro día a día, nuestra verdad diaria, cuando constatamos el valor de esos cambios, alumbrando el camino para cada nueva generación. La verdad, que es lo que es, como también diría Machado, conforma lo que somos y lo que seremos.
De eso va ‘Voces que cuentan’, una antología coral de relatos cortos sobre pequeñas anécdotas personales de reconocidas autoras, periodistas, actrices y cantantes, a la venta el próximo 17 de febrero en formato novela gráfica en tapa dura sin sobrecubierta. Verdades que incomodan, de las de pues no había caído, en las que verse ilustrado y, en gran medida, iluminado.
Con esta publicación, Planeta Cómic no solo alimenta su ya vasto catálogo, sino que incursiona en lo que podríamos considerar ciencias sociales. Y lo hace de la mano de algunas de las voces más populares y relevantes del panorama sociocultural actual.
Un compendio de vivencias prosaicas
El director editorial de un proyecto de tal escala, David Hernando, decía que, durante el proceso de preparación de esta antología, la frase que más frecuentemente escuchaba —y la que nunca esperó encontrarse— fue «no tengo nada interesante que contar». Pese a las cientos de anécdotas interesantes que han vivido, ya sea desde el terreno personal o profesional, ellas preferían callar y seguir adelante.
Esta fue, en palabras del propio David, la razón que llevó a considerar que «este proyecto era incluso más necesario de lo que había pensado en primera instancia». Una antología que se compone de los siguientes relatos:
- “Julio”, guionizado por la dos veces galardonada con el Micrófono de Oro, Premio Nacional de Radio y de Televisión, Julia Otero (Julia en la Onda) e ilustrado por la valenciana Ada Diez (Hits With Tits)
- “24 horas”, por la directora adjunta de La Vanguardia Lola García (y autora de El naufragio) y la característica Agustina Guerrero (La Volátil).
- “El bicho”, por la periodista y guionista Diana López Varela (No es país para coños), junto a la madrileña Akira Pantsu (Planeta Manga)
- “Auctoritas”, por Estefanía Molina (La Sexta Noche, Al rojo vivo) y la creadora de Croqueta y Empanadilla o Los f*cking 30, la alicantina Ana Oncina.
- “Soledad”, creado entre Eva Amaral (¿de verdad hace falta presentar a una de las voces más icónicas del pop español?) y María Hesse, muy conocida por sus biografías ilustradas de Frida Kahlo, David Bowie o Marilyn Monroe.
- “Más mujer”, guionizado por la actriz, directora y guionista Leticia Dolera (Morder la manzana, Requisitos para ser una persona normal) y Raquel Riba Rossy, autora del querido personaje Lola Vendetta.
- “Pasos de tortuga”, de Sandra Sabatés (popular por co-presentar El intermedio, autora del libro Pelea como una chica) y la ilustradora Sandra Cardona (Bouillon, Sac-à-Diable)
- “Por una falda de plátanos”, obra de la novelista madrileña Almudena Grandes (Malena es un nombre de tango, Los pacientes del doctor García, Los besos en el pan) y la tinerfeña Sara Herranz (La persona incorrecta).
- “Mzungu”, de la premiada expiloto de la Armada española Patricia Campos (autora de Tierra, mar y aire) y la dibujante e ilustradora aragonesa Sara Soler (En la oscuridad).
Tres generaciones de mujeres, con perfiles de toda índole. A muchas de ellas las vemos y oímos cada día, ya sea en Spotify, en Onda Cero o en El Intermedio —entre todas suman casi 2 millones de seguidores en Twitter y más de 2.1 millones en Instagram—.
Y para conocer en mayor profundidad la génesis de estos relatos, de su gestación y la razón que los ha llevado a formar parte de esta antología, nada mejor que hacerlo por voz de sus propias ilustradoras. Hemos tenido la oportunidad de charlar con varias, embajadoras de toda una army: así han dado forma y color a la voz de algunas de las autoras más relevantes del país.
Una razón para estar unidos
Habrá quien prefiera arroparse con la ficción, adaptar relatos personales nunca es fácil. Pero algunas de las mejores historias vienen de los lugares más recónditos e íntimos.
En ‘Voces que cuentan’, ajenas a cualquier barrera ideológica, unas conversan con otras en las viñetas. Historias viejas, casi olvidadas, renacen a color. Otras, vivencias traumáticas que cambiaron sus formas de ver el mundo, se exorcizan en clave de relatos sinceros y desnudos de artificio. Porque a veces lo rutinario puede ser lo más incómodo, pero supone esa orilla conocida al dedillo, el lugar más cómodo para relatar.
En palabras de Ada Diez, ilustradora del relato ‘Julio’: «ha sido una experiencia única, ya que debías sintonizarte con una voz distinta a la tuya y con sus recuerdos. Los recuerdos son algo muy propio, por lo que me pareció imprescindible empaparme de quién era la guionista. Conocer su mirada de las cosas además de transmitir su voz más personal y cercana».
Un diálogo que suma. Diana López Varela se enfrentó a la anorexia. ¿Cómo abordar un relato tan personal? Akira Pantsu, la responsable, lo tiene claro: «tratar de transmitir lo que ella sufrió, algo tan íntimo y duro, e intentar ilustrarlo de una forma fiel y respetuosa en unas pocas páginas es más complicado de lo que parece pero, al mismo tiempo, he podido mostrar sentimientos que yo tenía dentro».
Algo con lo que coincide, María Hesse, co-creadora del relato ‘Soledad’ junto a Eva Amaral: «Ha sido un regalo. Lo que ocurre en este libro es que todos los relatos son personales y colectivos a la vez. Hay un lazo invisible que nos une a todas ya que toda la sociedad hemos crecido bajo el patriarcado y, aunque no todas hemos vivido exactamente las misma experiencias, sí han sido similares».
Como decíamos al comienzo, la verdad es algo real, no cabe posicionarse, estar o no de acuerdo.
Tres generaciones de voces
¿Cuánto ha cambiado la perspectiva sociocultural dentro del propio tebeo? ¿Hay más pluralidad, más valentía para contar las cosas? Cualquier lector y consumidor habitual reconocerá la impronta y la necesidad de la mayor pluralidad. Aún así, el mundo de la ilustración y el cómic también ha sido un territorio árido para no pocas autoras, más especialmente este último. Pero qué sería de este medio sin ellas, de míticas como Marie Severin o Gail Simone hasta la incontestable Fiona Staples e ilustradoras generacionales como Marjane Satrapi o Deena Mohamed.
Una aridez, por usar un adjetivo sutil, que solo refleja problemas más globales, como apunta Ada: «al final, la cultura es un reflejo de la propia sociedad, hay que luchar por cada resquicio de visibilidad, pelear el doble para que tu profesionalidad, la valentía que siempre ha estado presente en las voces femeninas del cómic, del mundo artístico, periodístico o del ámbito social, sigue siendo imprescindible para superar los obstáculos que se dan por género más allá de las problemáticas profesionales».
Sin embargo, una especie de queja generalizada dice “oye, ya hemos mejorado bastante”. ¿No están creciendo las nuevas autoras sobre nuevas reglas? Como apunta Akira Pantsu, «siempre he tenido a mi alrededor un montón de obras creadas por mujeres». Justo de eso se trata: ese bastante nunca es suficiente.
«En cuanto a contenido se refiere, también siento que cada vez hay más historias, más canciones, que muestran la realidad que vivimos y a expresar vivencias que aún se reconocen como tabú. Esto no quiere decir que ya esté todo logrado, ni mucho menos, pero creo que poco a poco empieza a haber más concienciación y menos prejuicios», señala Akira.
En construcción
El cómic «siempre ha sido un espacio de denuncia independiente de cual sea tu género. Lo que ocurre a día de hoy es que comenzamos a tener más presencia, se nos publica y se nos lee. Pero aún luchamos por que se nos considere universales y no andar arrastrando la etiqueta de “para mujeres”», nos recuerda María Hesse.
Algo con lo que coincide exactamente María Hesse —ya que han sido contactadas individualmente—, quien encontró «trabas de muchos tipos» durante su carrera profesional.
«La primera por condiciones mías y de mi contexto personal. Ese fue el primer muro que tuve que romper. Luego el que encuentra todas y todos los ilustradores, porque es una profesión considerada como algo menor, donde tienes que luchar por presupuestos o que te tomen en serio. Y evidentemente la traba de ser mujer, que para cierto tipos de especialidades dentro de la ilustración es más difícil acceder. O ser marginadas por el público masculino porque lo que hacemos son “cosas de mujeres”. También he recibido apoyo de mucha gente que me han ayudado a crecer profesionalmente, y eso para mí es importantísimo».
Dos datos: las mujeres leen más que los hombres, también en digital. Es un hecho constatado desde hace más de una década por el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España. En cambio, no es así en el mundo del cómic, donde la diferencia se revierte. Sin embargo, los lectores convencionales están dejando atrás a los superhéroes a favor de relatos más variados. Se premia lo diferente.
Akira Pantsu, la voz más joven del proyecto, es optimista: «en mi caso no siento haber tenido ningún impedimento, más bien al contrario, creo que he recibido mucho apoyo desde que decidí dedicarme a esto. Pero sí conozco casos en los que, por una simple diferencia como puede ser el género, se te toma más o menos en cuenta, o directamente no te dan ninguna posibilidad. Quién seas no debería determinar tus oportunidades, sino tu trabajo, que al fin y al cabo, es lo que realmente importa».
«Es cierto que nos venden la idea de que es un mundo competitivo, y es posible que en ciertos aspectos lo sea por falta en ocasiones de una valoración profesional del mundo de la ilustración, sobre todo debido a una falta de educación de base, no nos enseñan a mirar a apreciar lo artístico, pero realmente se crean grandes comunidades, donde puedes encontrar el apoyo, los consejos de otros creadores... en muchas ocasiones, con un poco de suerte y tesón, la oportunidad necesaria para abrirse camino se presenta. Aprender continuamente y darte cuenta de que no estas solo me parece también imprescindible», Ada Diez.
Clichés y revolución
Centrémonos ahora en el cómo. Por su propio lenguaje, leer en imágenes a veces plantea peligrosos atajos: usar demasiados asideros iconográficos, recurrir a clichés y zonas comunes. ¿Son necesarios los clichés para explicar conceptos, o mejor huir de ellos? «Depende del cliché, del concepto que quieras mostrar y de cómo lo quieras contar», apostilla Akira Pantsu.
«Hay montones de recursos que se han utilizado una y otra vez, sí, pero al mismo tiempo también son una base de donde partir. En sí ya está todo inventado, es difícil innovar creando algo totalmente nuevo, pero la forma en la que lo cuentes puede ser aquello que lo haga diferente. Lo mejor que puedes hacer es tratar de mostrarlo como a ti te gustaría. Cuenta lo que quieras contar de la forma que a ti te parezca adecuada y ya está, como si es ultra sencillo o lo más abstracto posible. La decisión es tuya».
Ideas formularias que, como cualquier motto, pueden albergar mucha verdad, o ser usadas como arma arrojadiza: «es curioso hablar de clichés y feminismo, parece que lo femenino siempre debe tener unas características determinadas, casi como si se tratara de un género propio, no de una voz universal. A mí me parece imprescindible des-demonizar ciertos clichés, hacerlos propios y demostrar que hay vida más allá de los estandarizados como "normal". ¿Por qué huir cuando puedes transformarlos? No siempre son algo negativo», apunta Ada Diez.
Una pieza coral para toda una nueva generación de lectores
Por supuesto, cuando se habla de lo personal entendemos que se habla de lo privado, de asuntos que no deben trascender. Independientemente de la carga ficcional, no es raro leer sobre esa asociación entre intimidad y banalización. Es una proclama común con la cual se carga ante cualquier autor, ya sean las memorias en novelas seminales como ‘Una habitación propia’ o biografías más recientes como el ‘Instrumental’ de James Rhodes.
A propósito de este debate, Akira sostiene un apunte clave: «¿no sería más bien al contrario? Al naturalizar un hecho íntimo lo que realmente estás haciendo es darle voz, dejar de esconderlo. No es que les estés dando más importancia de la debida, pero tampoco pasa desapercibido… Creo que lo que se logra es poder empatizar con ello».
Ada incide: «lo cotidiano, lo íntimo, las historias propias no tienen porque dejar de ser interesantes. Nuestro día a día, nuestras historias familiares, nos educan, mucha gente comparte historias parecidas sin saberlo. Tenemos un problema con lo que consideramos banal socialmente, y generalmente este término siempre cae sobre los hombros femeninos. Revisemos nuestra imaginería».
Algo con lo que coincide María Hesse: «lo que ocurre es que lo íntimo de los hombres se ha expresado siempre y nadie se ha escandalizado o pensado que se iba a banalizar. Al naturalizar hechos íntimos que siempre se han silenciado lo que conseguimos es saber que no estamos solas. Desprendernos de los miedos y de la culpa».
Una fortaleza que siempre es mayor si es colectiva. Como apunta Ada Diez: «es muy interesante mostrar diversidad, conocer más allá de tu ambiente habitual y que esa diversidad sirva para crear puentes. Los puentes entre diferentes disciplinas, entre diferentes creadoras acaban tejiendo redes potentes que pueden ser las semillas de futuros proyectos o experiencias. Seguir aprendiendo a escuchar y mirar». Y, como apunta María Hesse, «además, creo que lanza un mensaje claro: estamos unidas, y eso siempre nos hace más fuertes». Esa es la verdad.