Cuando termina 'Cristal' me doy cuenta de que, literalmente, he dejado de respirar. Suelto todo el aire de golpe, como un fuelle, y me quedo con la mirada vidriosa viendo bajar los créditos. Vidriosa como los huesos de Elijah. Frágil y a la vez sobrehumana. Si el arte va realmente de provocar sensaciones que luego sedimentan en pensamientos, entonces 'Cristal' es arte de una pureza absoluta. Su mensaje se esnifa con la mirada y luego cala y cala y cala… Y uno lleva media hora, en silencio, rodeado de gente que mira su móvil en el metro con un solo pensamiento:
"¡Despertad!"
Me doy cuenta al llegar a casa después de un largo paseo (porque lo necesitaba; me bajé un par de paradas antes) que han pasado dos décadas desde que Neo colgó el teléfono y nos dijo eso mismo: "¡Despertad!" Ese mismo año, que los cinéfilos recordamos como milagroso, un tal M. Night Shyamalan le daba la vuelta a 'Ghost' y al 'Exorcista' por el filtro de Hitchcock y Spielberg y nos regalaba una cosa llamada 'El sexto sentido' que, como 'Matrix', tenía un final asombroso. Como lo tenía 'American Beauty', arrancando con ese "Vaya, vaya" de Kevin Spacey. Como lo tenía 'Magnolia', con ranas lloviendo del cielo porque alguien ahí arriba decidía que ya basta.
Cuatro películas hace veinte años todas con un final colosal que gritaba una sola palabra. Ya saben cuál. La que le gusta tanto al bueno de Zizek.
"¡Despertad!"
Muy despierto me ha dejado 'Cristal', desde luego, a pesar de que mis dedos vuelan ya por la madrugada. Como un David Dumm pasado por agua; así de despierto. Con ganas de hablarle al usted que está al otro lado, o aún mejor al tú, de lo grande que es M. Night Shyamalan y su 'Cristal'.
Que reine la calma, porque no me atrevería a desvelar ni la más leve cabriola de este quíntuple salto mortal que Shyamalan da en 'Cristal'. Es asombroso y hay que experimentarlo totalmente virgen. Y eso que yo fui una vez el imbécil quinceañero que, hace precisamente veinte años, gritó lo que le pasaba a Bruce Willis en 'El sexto sentido' a la salida de unos multicines ferrolanos. Que haya vivido para contarlo significa que Belcebú me tiene guardado un décimo círculo solo para mí. Así que tranquilos todos, _spoilers out_.
Eso sí, hablaremos y mucho de lo que Shyamalan ha hecho hasta 'Cristal', un cine que es un poco como Elijah Price, frágil, psicótico, amenazante y a la vez conmovedoramente humano. Una trayectoria de Ícaro que vuela, cae y vuelve a volar. Un mago del cine que es, en sí mismo, historia viva. El hijo pródigo de Spielberg que es, a la vez, su más bella antítesis. El cineasta de lo sutil, de lo íntimo, de lo preciso. Y, por supuesto, el _trickster_ por excelencia. El engañabobos. El trilero que siempre tiene un as extra en la manga. Hablemos, pues de 'Cristal' y don Manoj Nelliyattu Shyamalan. Pues hablar de ellos es hablar del cine.
Un cine de miradas y caricias
Una mano se tiende al vacío. Es la mano de Ivy Elizabeth Walker; también es la mano de Bryce Dallas Howard. El encuadre enfoca esa mano, que está en primer término, dominando toda la composición. Sin embargo, lo que importa es el segundo término, ese aire ausente y desenfocado que pronto se va llenando de un inquietante rojo, una figura embozada que avanza hacia la mano temblorosa, inocente, desprotegida. Las cuerdas de la melodía se tornan tan amenazantes como ese desconocido de ropajes ensangrentados.
Y de pronto… Y de pronto pasa esto que pueden ver abajo; que es historia del cine; que debería estar en cada escuela del séptimo arte que se tome en serio el lenguaje de las imágenes. De la nada, surge otra mano, que atrapa a la indefensa. La de Lucius Hunt; también la de Joaquin Phoenix. Y en el mismo momento que esas manos se juntan, emerge una melodía completamente distinta, que apaga el horror y lo transforma en amor. En puro amor. En aquello que nos redime como seres humanos. Las caricias. Los abrazos.
Cambio de bobina, que no de tercio. Nos encontramos con un David Dunn que llega a casa después de salir a patrullar por primera vez. Un David Dunn que por primera vez también se cree lo que Elijah Price le dijo, que es un superhéroe. Y pasa esto. David Dunn, también Bruce Willis, toma en brazos a Audrey Dunn, también Robin Wright Penn, y la lleva a la cama.
Shyamalan filma esta escena desde el hombro de Dunn, con el perfil izquierdo de la bellísima Penn dominando el plano a la derecha. Y hace algo tan sutil que resulta casi imperceptible. Sostiene la cámara de tal modo de que da la impresión de que David Dunn está llevando a Audrey Dunn flotando. Tal y como Superman llevaría a Lois Lane.
Nadie cae en dos escenas así por casualidad. Hay que ser un genio para parirlas.
Pero si repasamos más profundamente el cine de Shyamalan, veremos que constantemente se repiten dos elementos anatómicos a los que el cineasta saca un partido extraordinario: los ojos y las manos. Las manos tendidas a la nada (como en 'El bosque') de David Dunn mientras espera que la gente salga del metro, en otra escena que al menos en mi memoria está grabada con escalofríos literales; puedo verla sin cerrar los ojos; plano a plano.
O esos ojos, precisamente, de Mel Gibson, que tienen lo mismo que tienen los de Al Pacino, que miran a la nada como los de un ciego y aún por encima son azules. O las miradas que se echan David Dunn y su hijo cuando este quiere probar si su padre puede resistir un balazo a quemarropa.
¿Saben qué otro cineasta está tan obsesionado con los ojos y las manos? El padre de Shyamalan. Steven Spielberg. Creo que a nadie se les ha ocurrido montarlas aún en Youtube, pero de las miradas de Spielberg hay un video soberbio esperando ser exhumado. La de Alan Grant, desorbitada, antes de decir aquello de: "Es… Es…. ¡Es un dinosaurio!". La de Oscar Schindler contemplando a la niña del abrigo rojo la noche (en realidad, el día ya) de los cristales rotos. La de Avner Kauffman, enloquecida, mientras sufre una alucinación follando con su mujer que lo obliga a ser testigo imposible de los últimos muertos de Múnich en el 72.
¿Y manos? Muchísimas, también. Las de Ray Ferrier en 'La guerra de los mundos', que cuelgan en el vacío, impotentes, cuando su hijo, Robbie, decide cruzar una colina para unirse a los soldados que luchan con los marcianos. Las de Robert, en 'Munich', quitándole los celos a ese detonador que está a punto de hacer saltar a una niña (de rojo) por los aires. Y, las más bellas, las de Henry Jones y Henry Jones Junior justo después de que el primero le diga al segundo: "Indiana, Indiana Jones. Let it go".
Para todos aquellos que nos hemos comido los extras de Shyamalan, sabemos que su devoción por Spielberg llega a cotas demenciales. Es un fan; de los locos. Arrancó su carrera cinematográfica copiando como preadolescente escenas de 'La última cruzada'. Fue llamado, para su pesar, 'El Spielberg indio'. E imitó, en cierto modo, la trayectoria del maestro, transitando géneros populares y haciéndolos suyos.
Pero el caso es que Shyamalan no es Spielberg. En realidad es su contrario. Spielberg, que también es lo contrario de Spielberg (solo así se explica que en un mismo año se ruede cosas como 'La lista de Schindler' y 'Parque Jurásico'), ha parido el _blockbuster_ moderno, el que nos ha llevado irremediablemente a la tiranía superheroica del presente. A Shyamalan, está claro, le abomina esta homogeneidad de la épica de los efectos visuales que vivimos. Y a la vez, como buen friki, le encanta.
Así que la única manera de encajar y decir algo relevante tocando el tema del que nadie se aburre, los superhéroes, Shyamalan recurrió a lo más Spielberg que hay: los ojos y las manos. Las caricias y las miradas. Lo esencial de esta trilogía magistral que ha cerrado con 'Cristal' (donde hay muchas, muchas, muchas manos y miradas que se cruzan) es que se dio cuenta de que solo a través de la empatía se podía ganar el pulso a la épica. 'Cristal', 'Múltiple' y 'El protegido' (que son, en realidad, una peli en tres partes, no tres pelis) son historias conmovedoramente humanas.
Prometí que no haría _spoiler_s, pero me tengo que remitir al final de la película, donde Shyamalan parece que va a hacer lo que haría todo el mundo, el _grand finale_, el combate de todos los combates. Y de pronto hace… otra cosa. Una que no traiciona la esencia de todo lo que ha contado hasta ese punto de su trilogía maestra. Y luego de esa otra cosa hace… otra cosa. Y luego… otra más. Y ahí dejé de respirar.
¿Quién es Elijah Price?
¿De qué va 'Cristal? ¿Hay una pregunta que la resuma? Sí. La hay. Y es la que encabeza este epígrafe. Contestar a esa pregunta, ¿Quién es Elijah Price?, es entender 'Cristal'. Y 'Múltiple'. Y 'El protegido' (aunque lo cierto es que hubiera sido mucho mejor traducir por 'Irrompible') por motivos que explicaremos a continuación.
Elijah Price es… nosotros. David Dunn es el héroe; el que hará lo correcto; el que nos salvará; Cristo; Dios. Kevin Wendell Crumb es el villano; el que matará sin pensarlo; el Diablo. ¿Y quién es Elijah Price? ¿Es otro villano? ¡No! Elijah Price es el humano. Y muy en concreto, el humano fan. El lector. El jugador. El espectador. El oyente. El consumidor. Elijah Price es exactamente nosotros, los que nos sentamos en las butacas a ser entretenidos por 'Cristal'.
¿Y qué queremos nosotros cuando nos sentamos allí, en la semipenumbra, en esa suerte de templo laico (como una vez me comparó muy inteligentemente un ejecutivo de Dolby) que es el cine? Pues vamos allí un poco para que nos mientan; un poco para que nos convenzan de que la magia realmente existe. De que lo imposible es posible.
Si Elijah Price es nosotros, querrá lo mismo que nosotros. Entonces… Entonces, me tengo que callar, porque el spoiler está a un par de palabras de distancia. Terminaré este epígrafe diciendo que me fascina cómo Shyamalan estudia obsesivamente su propia obra y saca unas conclusiones tan diáfanas y brillantes de por dónde debe ir la trama. Es justo lo contrario que hacen Marvel, DC y en general la industria del tebeo _mainstream_.
Las dos grandes casas usan el eterno retorno como pilar constructivo; la falsa renovación. De las infinitas génesis y óbitos que puede tener un superhéroe a lo largo de las décadas, las tramas que subyacen repetirán una y otra vez los mismos esquemas porque el héroe tiene que permanecer constante para luchar otro día. Pero si uno quiere ser subversivo con esta ley y fiel a esa subversión, le toca currarse una historia y unos personajes que sean más inesperados y flexibles. Que tracen sus propios planes a expensas del fan.
Esto es justo lo que hace Shyamalan en 'Cristal'. Deja que sus personajes sigan su curso. Los deja maquinar. Los deja sentir. Los deja vivir. Y de esa libertad surge lo inesperado que es, a la vez, lo inevitable. Aunque ninguna película de superhéroes se atreverá jamás a llegar donde han llegado 'El protegido', 'Múltiple' y 'Cristal', a esta trilogía no le quedaba otro remedio que acabar como acaba. Y eso es porque Shyamalan, como hace Alan Moore, piensa y siente su obra a profundidades insondables.
El diablo está en los detalles
Hay que ir al cine con un par de ojos. Parece obvio, pero no lo es. A veces, como sucedía en 'El bosque', un invidente puede ver con mucha más hondura que uno que mira, pero no ve. 'Cristal' hay que verla, no mirarla. Pasar los ojos por ella, como cuando nos miramos en un ídem, no nos devuelve más que el reflejo de nosotros mismos. Pero si la escrutamos con intensidad, un maravilloso sinfín de detalles se revelan.
Pongo ejemplos. Recordarán, los que hayan visto 'Múltiple', lo que sucede con cierto tema de cierta banda sonora que anticipa cierto personaje en el desenlace del filme. Pues bueno, en 'Cristal' pasa exactamente lo mismo. Si uno tiene el oído fino y se conoce los temas de esta trilogía al dedillo (no es difícil, se quedan grabados), puede anticipar la trama en la música, los giros de guion que esta va a tomar y el cambiante liderazgo de toda la película hasta recaer en quien le da título: Elijah Price; Mr. Glass.
Otro detalle más. Cada personaje, evidentemente, está identificado por un color. David Dunn es el verde de su chubasquero. Kevin Wendell es el amarillo. Elijah, como bien sabemos, el violeta. Pues bien, la ropa de sus seres queridos van en consonancia con este color y en un momento concreto que están unidos los tres esta elección de vestuario resulta magistral, porque añade un refuerzo sutil (sutileza es el verdadero nombre de M. Night) a lo que cuenta la narrativa.
Y ya por cerrar, ¿por qué 'Cristal' para el título? Esta es obvia solo en apariencia. Porque cada película (una palabra en su título original) era _la película de su personaje_. 'El protegido' es _la película de David Dunn_; es como si sus emociones, dudas y deseos fueran los que configuran la puesta en escena, banda sonora, diseño de producción, vestuario, etcétera, etcétera. Lo mismo pasa con 'Múltiple'. Así que 'Cristal' tenía que ser la película de Elijah Price; la que lo refleje. Y ya hemos quedado que Elijah Price es un fan. ¿Y qué quiere un fan? Me callo. Me callo…
El puto Rotten Tomatoes
Termino con un exabrupto. Un ¡a la mierda!, que siempre despierta al que se haya aburrido y lo hace reír. Me cago en Rotten Tomatoes. Mucho. Me cago en la homogeneidad de la crítica, que es tanto peor en el panorama anglosajón, y en su manía de tomar consenso por el que dirán para cargarse peliculones porque no encajan con el molde. ¿De verdad me tengo que creer que (según la crítica anglosajona) que 'Aquaman' es el doble de buena que 'Cristal'? ¿Que 'Infinity War' es casi tres veces mejor? Ni puta idea de cine. Pero ni puta idea, ¿eh?
Menos mal que IMDB (oséase, la gente) viene al rescate de mi amargura. 7,3 para 'Cristal' y la cuarta obra audiovisual más popular (y va para arriba) del momento. Yo es que creo mucho en la sabiduría de la gente, para bien y para mal. El gafapasta en mí arquea la ceja si ve que todo el mundo vota como loco con dieces a una de Marvel. Pero luego el niño que aún llevo vivo dentro se ve la de Marvel en cuestión y aprecia el espectáculo de feria que es por sus muchos méritos.
Ahora bien, lo que no aguanto es esa pose afectada, de mediopelo y facilona que tiene en general la crítica anglosajona cuando denosta a Shyamalan. Me leía hoy a una autora brillante del país (digámoslo, Pilar Pedraza) que reflexionaba sobre la malicia de los españoles, que nos cagamos en todo y en todos con nuestro sarcasmo abisal. Pero prefiero ese sarcasmo a la hipocresía yanqui, que celebra al Spielberg indio con el mismo entusiasmo que luego se lo carga.
Opiniones, todos tenemos una, como culos, pero que a 147 críticos les parezca 'Cristal' una película _podrida_, en el argot de Rottentomatoes, me hace suponer que lo que está podrido es el buen gusto cinematográfico entre los susodichos críticos. Creo que lo dije antes: Ni puta idea de cine.
Para el _xatakero_ que haya llegado hasta aquí, una sola recomendación medio obligada: sácate entrada para 'Cristal'. Y lleva clínex.
Una breve posdata. Justo después de verla, y a pesar de lo inaguantable que es Steve Frosty Weintraub de Collider (aunque sabe hacer preguntas), hay que verse estos cuatro minutos de entrevista con M. Night. Pena que no sean cuatrocientos, pero en cuatro se sobra.
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