Tendemos a pensar que no repetiremos la incomprensión y rechazo de nuestros padres hacia tecnologías nuevas y los cambios que producen. Me refiero a prejuicios como que usar un ordenador e internet destruirán la vida social y el salir a la calle, ideas como que los videojuegos te convierten en un asesino en serie o que leer en digital matará la literatura, la prensa, la democracia y no sé cuántas cosas más. Nosotros no seremos así ¿verdad?
Pregunto porque tengo mis dudas, uno se va haciendo mayor y va detectando tics. Empiezo a mirar algunas novedades en la chavalada con el ceño fruncido, me preocupan bastante efectos y usos de la tecnología (y encuentro tremendamente sano el escepticismo crítico frente a las tecnoutopías). Cada vez estoy más convencido que esa aversión al cambio es, en parte, inevitable y que hay que tener mucha sensatez para encajarla separando esa tendencia al conservadurismo, que a nuestro parecer cualquier tiempo pasado parezca mejor, de la muy saludable actitud crítica ante nuevas propuestas. Y en estas llegan cosas como Google Glass.
Google Glass: eso ya se podía hacer antes
¿Qué hay de nuevo en las funcionalidades actuales y potenciales de Google Glass que no fuese posible antes? Realmente, nada. Grabar y tirar fotos subiéndolas a algún servidor, reconocer a alguien y obtener información de internet de él, disponer de mapas y guiarse por ellos, distraernos con algún vídeo mientras la gente habla a nuestro alrededor, leer nuevos mensajes en el correo o en las redes sociales. Con un teléfono, tablet u ordenador ya podemos hacer todo ello, y desde hace mucho.
El caso es que alguna de estas puertas no las abrimos en según qué circunstancias porque el proceso es arduo. Para identificar a alguien que nos suena pero cuyo nombre y relación con nosotros no recordamos, el sacar el móvil, disparar una foto, ejecutar un programa de reconocimiento facial y lanzar una consulta a la red no es muy práctico: es lento, lleva muchos pasos y mientras el sujeto se da cuenta hemos perdido la ocasión. Potencialmente Glass podría resolver esto en un segundo y sin necesidad de esfuerzo por nuestra parte (aunque Google lo ha vetado, como comentaremos más adelante).
La clave, en mi opinión, del salto que se produce con Google Glass está por un lado en la facilidad de ciertas acciones (un paso en el ejemplo anterior), es una cuestión de que al cambiar el interfaz a algo que teóricamente era posible y tenía una adopción baja, explota en su uso. En la historia de la tecnología de consumo reciente tenemos muchos ejemplos, ¿era posible tener correo en el móvil antes de Blackberry? ¿y aplicaciones antes de iPhone?.
Por otro está en la “ocultación” de nuestro comportamiento. Podemos estar sentados juntos y yo mientras estaría reconociendo a los participantes, quizás grabando todo en vídeo, es posible que emitiendo en streaming… o todo lo contrario, leyendo twits y Xataka mientras el resto habla (aquí de nuevo Google ha venido con límites para Glass de forma que se amortigüe esta posibilidad como discutiremos). Aunque podríamos pensar en la explosión de la fotografía - primero con las Kodak, ahora con los teléfonos con cámara - como un precursor de este debate, volvemos a un punto diferencial que no es baladí: se que me están grabando y puedo irme, cambiar de comportamiento ante la cámara o discutir con el fotógrafo para que deje de almacenar lo que digo y hago.
Con Google Glass hay un montón de acciones que no sólo serían más sencillas en términos de usabilidad, acompañaría el hecho de que sea difícilmente identificable que estamos con ellas más allá de la no respuesta o aspecto ausente.
¿Ruptura de un contrato social?
Los usos y costumbres son un terreno fascinante para un aprendiz que trata de formarse en sociología y psicología del comportamiento como un servidor. Hay dos escenarios que me han venido interesando mucho los últimos años por lo que han tenido de desafío del “contrato” que implícitamente se establecía al relacionarse.
Uno es el de la atención al móvil. Si estamos juntos charlando y de repente sacas el móvil y empiezas a mirarlo ¿es una señal de desplante? ¿Es porque eres multitarea y puedes atenderme a mí y a lo que pase en esa pantalla? ¿Es porque en cada reunión debemos tener un descanso para que cada uno atienda a los que no están presentes?
Los primeros análisis de Google Glass apuntan a que se percibe por parte de los demás cuando estás interactuando con ellas, pero no se puede descartar que nuevas versiones minimicen esta no voluntaria transparencia. Sacar el móvil y consultarlo en una reunión social no deja de ser una señal honesta para con los demás – tengo otra prioridad a la que atender – hacer lo mismo subrepticiamente con las gafas, no.
Con las fotos el cambio ha operado en otra dirección. Cuando uno se dejaba caer por la noche el caso de que alguien hiciese fotos era inusual, además se daba por supuesto que quedaban en privado. Alguien de mi generación hace años hubiese preguntado antes de publicarlas si nos parecía bien. Ahora observo a menudo que, por defecto, se asume muchas veces que se comparten en redes. Y esto no sólo sucede con la juventud fiestera, en padres con fotos de fiestas de cumpleaños opera el mismo patrón.
Ambos son ejemplos de integración en las costumbres de posibilidades abiertas por la tecnología que se han aceptado y de una manera muy veloz. Siendo así ¿de dónde viene esa repugnancia y rechazo que algunos manifiestan respecto a Google Glass?
Rechazo de Google Glass y por qué no todo lo tecnológicamente posible es tolerado
Hay un argumento que se suele utilizar para atajar críticas como las que hemos comentado y viene a ser una suerte de “la tecnología lo ha hecho posible y por tanto tenemos que aceptarlo porque la gente lo usará”.
Ciertamente ese es un patrón de lo más habitual, no hay más que echar un vistazo a la historia – a la reciente y a siglos atrás – cuán a menudo sucede que llega una tecnología y su uso se impone por mucho que a algunos les moleste. Pero esto no es así siempre.
La tecnología permite, por ejemplo, conducir a 400 Km/h pero lo hemos prohibido. También disparar a otras personas, algo que universalmente es penado. Pero no hace falta irse a casos extremos que hayan acabado en la legislación, la tecnología también nos permite ir en el transporte público ir escuchando a Pitbull a todo volumen, pero es algo que socialmente consideramos inadecuado en tanto en cuanto molestamos al resto del pasaje (por mucho que nos apetezca hacerlo).
Hay miles de ejemplos de este tipo. Los dueños de urinarios públicos pueden instalar cámaras que graben a la gente haciendo sus necesidades, pero es algo que está prohibido. De hecho cuando estemos en uno de ellos y otro señor con sus Google Glass se disponga a miccionar a nuestro lado ¿no es acaso la misma situación?
Hay muchos aspectos a debatir sobre el tipo de dispositivo que presenta Google. Por un lado el internet móvil ha propiciado una tendencia a un consumo compulsivo de información, marcado por la interrupción y la consulta constante del teléfono. Glass puede propiciar que esto llegue a un nuevo nivel, facilita este “siempre cada vez más atentos a una pantalla”, acercando el patrón a un comportamiento alienante evasivo de lo cercano físicamente.
Por otro tenemos un debate que en estos tiempos de PRISM no podemos obviar. Las gafas nos pueden convertir en el perfecto recolector de datos para Google, una empresa que además de haber facilitado datos a los servicios de inteligencia estadounidenses sobre sus usuarios, tiene un modelo muy marcado de recolección de datos para personalizar la publicidad y servicios con los que tiene ingresos.
Yendo un paso más allá, muchas visiones distópicas han coincidido con la existencia de ese “gran hermano” que todo lo ve. De hecho la presencia de cámaras de vigilancia en las ciudades es un tema de queja recurrente por parte de los defensores de la privacidad de los ciudadanos. Una humanidad equipada con gafas que todo lo ven y todo lo pueden grabar deja en un juego de niños la grabación por parte del estado de lo que sucede en la calle: multiplica los ángulos, llega a todos los rincones públicos y privados, está siempre conectada.
Fascinación con Google Glass
No voy a decir que todas las reacciones están siendo como la del vídeo de abajo, pero sí que he recogido un buen montón de testimonios – colegas, amigos, analistas de tecnología – maravillados con el potencial de Google Glass (más que con su ejecución actual).
Es la primera plasmación real de varias promesas: el uso de interfaz más natural y aproximada a nuestros sentidos, la puesta en valor del habitual discurso de la realidad aumentada y la ejecución de un sistema contextual. Nos acerca a ese mito de cómo sería vivir con la información y el valor del software realmente integrados en cada acción.
Como paso tecnológico estoy deseando echarle el guante, pasar unos días con ella, calibrar cuán de cerca se queda de la idea que nos estamos formando y hasta dónde puede llegar. Si considero Google Now su producto más importante en años, si consiguen llevarlo a un interfaz pasivo de manera que me avise de lo que necesito cuándo y dónde lo necesito habrán logrado una jugada maestra.
Porque nos bastará que Google Glass sea solvente para anticipar ese futuro en el que los viejos interfaces (el teclado, el ratón, lo táctil) se van disipando, en el que acarreamos cacharros en los bolsillos o en mochilas, en la que la aportación de valor desde la electrónica viene por interrumpir lo que estamos haciendo para volvernos a una pantalla y nos falta que tenga en cuenta el contexto, anticipe nuestras necesidades y actué sobre lo que estamos viendo.
De hecho, es posible que si ofrece una buena ejecución, consiga que nuestro acceso a la información sea menos intrusivo socialmente que el uso del móvil. Al ser más rápido y eficiente que sacar el teléfono del bolsillo y empezar a trastear con él, Glass podría provocar que tengamos menos interrupciones tanto de nuestra atención como en el trato con otros. No descartaría para nada esta hipótesis.
Además tenemos contextos en los que contar con un dispositivo que nos permita tener información en tiempo real y comunicarnos sin ocupar ninguna mano es extremadamente valioso. Hace poco sabíamos de una operación en la que el cirujano llevaba las Google Glass, pero quienes trabajan con maquinaria pesada y/o en situaciones complejas para el movimiento y puedan tener las instrucciones delante sin tener que sacar nada seguro que lo valoran mucho.
Beneficio propio frente a intrusión
El uso de Glass está lejos de ser neutro si unos las llevan y otros no. El que las porta obtiene un beneficio – si no, no las llevaría – pero quienes están alrededor no ganan nada o pueden sentirse perjudicados.
¿Está siendo esta conversación grabada? ¿Voy a estar en un vídeo almacenado en los servidores de Google? ¿Qué harán con esos datos? ¿Les aplicarán allí reconocimiento facial y cruzarán con otros bases de datos para perfilar mejor dónde estoy, qué hago, qué opino y qué temas me interesan?. No faltará quien perciba al vecino con las gafas conectables como un “agente de Google”.
En las redes sociales y otros servicios tenemos un contrato, ofrecemos datos personales y obtenemos un servicio a cambio con publicidad. Cuando hablamos de “nuestros datos” muchas veces incluimos datos de otros (ej, nombre y correo de nuestros contactos que nos los han dado en un contexto determinado) y se asume que nos pertenecen y deberíamos poder exportarlos.
Llevado al cruce entre offline y online ya hemos visto como se traspasa alguna frontera, ¿puedo hacer “checkin” en una localización por ti, comunicando a terceros donde estás en este preciso instante? Glass, de nuevo por la facilidad y experiencia de usuario, puede convertir en cotidiana esta situación. El “life logging” – eso de compilar todo lo que sucede en la vida de uno y almacenarlo, en este caso en los servidores de Google – nunca es neutral en tanto en cuanto esos audios y vídeos incluyen a otros.
Tengo mucha curiosidad por saber cómo integramos Google Glass en las costumbres. Si alguien llega a una reunión con las gafas puestas ¿qué pensaremos? ¿Sentiremos que nos podría estar grabando? ¿Le diremos algo o quizás, con el tiempo, nos acostumbremos y lo aceptaremos?
Algunos casinos y bares ya han empezado a anticipar la situación y, ya sea por un poco de publicidad a costa de la novedad, ya sea por convencimiento real, han empezado a anunciar vetos: lo que cambian las gafas no es lo que puede hacer un cliente, es la facilidad y la no evidencia de que lo esté haciendo.
Seguridad, aplicaciones y Google atajando usos alarmantes y opacidad
Google ya ha anunciado que controlará qué aplicaciones se podrán utilizar en Glass, siendo muy comentadas su veto a la pornografía y al reconocimiento facial. El objetivo parece tranquilizar a todos aquellos preocupados por la posibilidad de que su interlocutor con gafas esté atento a Sasha Grey en acción o por el hecho de que se les identifique y se integre información “offline” en sus perfiles digitales.
A eso hay que sumar que el manejo del dispositivo que plantea Google provoca que se explicite que estamos interaccionando con él: órdenes vía voz o tocando el lateral de las gafas. En su ejecución actual el estar atentos a ellas también es evidente para los que están alrededor, que está grabando se explicita con una luz.
Pero el caso es que Glass es un dispositivo que sigue la lógica del ordenador personal como lo hace el sistema que lo gobierna, Android. Esto significa que es harto probable que hackers y programadores permitan el acceso “root” y que esto suponga la superación del control de Google respecto a qué se puede hacer con ellas. De hecho algunos desarrolladores con acceso al prototipo desvelaron el potencial de poder darle órdenes con guiños, algo que ahora mismo está "capado", esos mismos desarrolladores ya tienen un API como el de Lambdal para aplicar reconocimiento facial.
Es más, si tener problemas de seguridad en un teléfono Android ya puede ser muy contraproducente por toda la información sensible que tenemos en él, con Glass esto se puede elevar a la enésima potencia: grabar nuestras conversaciones, nuestros actos sexuales (a no ser que te las quites para... "cariño, llevo puestas sólo las Google Glass"), a nuestras parejas desnudas, lo que escribimos, lo que leemos, nuestro pin de la tarjeta, a la gente en la que nos fijamos y miramos con atención.
¿Quieres estar equivocado sobre el futuro?
Casi siempre nos equivocamos al predecir el futuro porque, esencialmente, el futuro es impredecible. La historia del análisis de la tecnología está plagada de minusvaloraciones, errores de juicio y de “hypes” que acabaron en humo. Suelo recordar mis primeras impresiones de productos como iPhone o iPad como tibias, muy lejos de captar o prever el cambio que suponían.
Google Glass es algo tan nuevo y diferente, tan atractivo como promesa para los perfiles tecnófilos que abundan en el análisis de productos, que la mayoría de las veces da la impresión de que hay cierto miedo a criticarlas por no quedar como “el que no vio lo que era indudablemente el futuro”.
En todo caso distinguiría entre el producto que pronto podemos comprar, que no deja de ser una primera versión algo primitiva, y lo que vendrá más adelante. Parafraseando a algunos de mis contactos, es posible que el debate no es si todo esto que hemos comentado va a suceder sino cuándo.
La tentación de regular la tecnología para calmar nuestro nerviosismo ante el cambio es grande. Aceptar sin más una novedad porque es lo último, porque sí, porque "permite hacer esto y por tanto se va a hacer" o porque lo hace una empresa "cool", también. Con Google Glass y lo que vendrá detrás de ella - sobre todo con lo que vendrá, echaría un ojo a Memoto - vamos a tener un fabuloso debate al respecto y una medida de cuan permeables son nuestros contratos sociales y nuestros miedos sobre la privacidad ante un producto llamado a cambiar el papel de la tecnología en nuestras vidas.
¿Servidor? A día de hoy veo más las sombras que las luces, también quiero probarlas y usarlas en serio. No sería la primera vez que una vez utilizada una tecnología y entendido su auténtico valor y alcance se disipan los prejuicios y las dudas.
Imagen | Robert Scoble
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