¿Os acordáis de Snapchat? Qué tiempos. Pues Snapchat fue pionera en esto de las historias. Es más, era la gracia de Snapchat, que subías una foto o un vídeo y a las 24 horas chao pescao, que decimos en mi tierra. Semejante pelotazo fue el de Snapchat que Facebook no dudó en... inspirarse en ella para las stories de Instagram, que posteriormente llegaron a Facebook, que luego se ampliaron a WhatsApp y que este mismo mes llegaban a Twitter.
Y a lo mejor, digo yo, no es necesario que todas las aplicaciones tengan historias. O sea, vivo con miedo de ir a coger un yogur del frigorífico y que en la pantalla de la temperatura tenga historias de mis amigos. O peor, una historia de mis amigos compartiendo la foto que acaban de subir a su perfil para que sus seguidores le den "me gusta", cual instagramer, o en este caso, "frigorifier". Que es verdad que hay aplicaciones que se prestan a este formato, como Instagram o Facebook, pero a este ritmo hasta LinkedIn va a tener histor... un segundo... vaya, tarde.
La fiebre de las stories
Que Instagram añadiese las historias tenía sentido. Al fin y al cabo, no deja de ser una red social de fotografía, o al menos lo fue en unos tiempos más sencillos en lo que lo más chic era subir fotos con efecto lomo. La imagen era la reina de Instagram, pero llegaron los algoritmos, las fotos dejaron de mostrarse en orden cronológico y ya casi que dejaba de tener sentido contar nuestras movidas en las fotos del feed, que además se quedan ahí para siempre. ¿Solución? Historias.
Bien pensado, Instagram. Si el feed ya no tiene un carácter cronológico, vamos a crear un sistema que permita al usuario compartir sus cosas de forma rápida, sencilla y efímera. No hace falta que el usuario se curre la foto más bonita del mundo como se presupone que hace para el feed, sino que saca su móvil, se hace un selfie o se graba un vídeo contando alguna cosa y lo sube. Muy bien, tiene sentido.
Es más, tiene sentido hasta en Facebook, porque los padres, los tíos y demás familiares también tienen derecho a enterarse de lo que está haciendo la chavalería. Es más, para que la chavalería no tenga ni que entrar en Facebook, las stories de Instagram tienen un sistema que recomparte la publicación automáticamente en Facebook Stories si así lo queremos. Fabuloso, a fin de cuentas Facebook es algo más personal (o esa es la idea) y está guay compartir tu vida con tus amigos y familiares.
Lo de WhatsApp, sin embargo, ya empezó a rozar lo absurdo. WhatsApp no es una red social (aunque haya macrogrupos de gente con intereses afines que no tienen por qué conocerse), sino que es una app de mensajería donde se supone que hablamos con nuestros contactos de la agenda. El problema es que entre nuestros contactos de la agenda están "Juan fontanero", "María vecina sexto", ese compañero del pádel con el que no hablas desde que dejaste el pádel hace seis años, "Lucía compi clase" y demás personas cuyas movidas a lo mejor, y digo solo a lo mejor, no te importan tanto, por no decir nada.
Esta es mi opinión, claro, no seré yo el que le niegue a nadie el gusto de ver las fotos en Estepona de "Manolo peluquero", por supuesto. El asunto es que funcionan. Las historias de WhatsApp, Facebook e Instagram son un éxito rotundo. Seguramente habréis oído alguna vez a alguien decir que nadie usa los estados de WhatsApp. Si por "nadie" entendemos más de 500 millones de usuarios al mes en WhatsApp, más de 500 millones de usuarios al día en Instagram y más de 300 millones de usuarios al día en Facebook, sí, nadie. Definitivamente nadie.
La cosa es que las historias ayudan a mantener al usuario en la aplicación, a que pase tiempo, lo que se traduce, al menos en el caso de Instagram, en que ve más anuncios, ergo genera más ingresos, nada nuevo. WhatsApp, por ejemplo, no tiene anuncios, pero llevamos desde el lanzamiento escuchando rumores de que están cerca y de que llegarán en algún momento. Tocará esperar. En cualquier caso, ya tenemos claro que las historias funcionan y que gustan.
El problema llega cuando queremos meter las historias con calzador. En LinkedIn, por ejemplo. ¿Para qué necesita LinkedIn las historias? No sé, que a lo mejor soy yo que soy el raro, pero en una red social con 260 millones de usuarios activos mensuales, enfocada al mundo profesional, donde se presupone que habrá un formato más serio, lo mismo no tiene mucho sentido compartir una foto de un plato combinado. Quizá sí una foto dando una charla, pero LinkedIn e Instagram no tienen el mismo lenguaje ni el mismo tipo de usuarios. Insisto, lo mismo soy el raro.
En Twitter me pasa más de lo mismo, y mira que yo soy de Twitter más que de ninguna otra red social, pero se me hace raro. Entiendo la propuesta de Twitter, que es fomentar que las personas que no participan en la red lo hagan de esta forma, pero Twitter es una red que destaca, precisamente, por el orden cronológico, por la inmediatez, por la preservación del contenido y por el texto escrito. No es una red que pida historias, no es Instagram y no es Facebook, es otra cosa, es otro formato, es otro lenguaje, y no está mal que no tenga historias. No pasa nada, una app del siglo XXI puede no tener historias, de verdad.
Twitter, YouTube, Instagram, whatsapp, hasta excel tienen historias y nosotros no :( pic.twitter.com/annqRePN6A
— 𝙀𝙦𝙪𝙞𝙨 ツ (@Equis1_1) November 19, 2020
Y esto me parece que es solo el comienzo. La gente se reía en Twitter cuando llegaron los Fleets bromeando con que también llegarían a Excel, pero aquí todo son jijis y jajas hasta que llegan. A este ritmo no me extrañaría que mañana pudiera ver fotos de mis amigos en la calculadora, o en la Play, o ya puestos en el microondas, o en Spotify para ver qué se cuenta Bad Bunny. Bueno, y ahora os tengo que dejar. Resulta que Slack también se va a sumar a las stories y tengo dos de mi jefa.
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