- Hola
- Cómo andas?
- Qué te iba a decir
- No sé si has visto lo que ha puesto José en el otro grupo
- Pero no sabes lo mejor
- Dani me dijo lo mismo tres días antes
- Jajaja
- Bueno, ya me dices cómo lo ves
- Yo pasaría del tema la verdad
- Ni nos va ni nos viene y solo nos va a buscar jaleo
Esta es una recreaci´on de un mal endémico de nuestra era: las conversaciones de WhatsApp en que alguien, en lugar de estructurar un texto conectando unas ideas, va soltando píldoras de pensamiento. Y con ellas, multiplica por diez las notificaciones que recibimos.
Notificaciones x10, audios de 5 minutos...
Es algo bastante molesto y llevamos años con WhatsApp como religión, pero aparentemente todavía no somos conscientes de que esto es una pequeña falta de cortesía y empatía con la otra persona: le estamos llamando diez veces en lugar de una. Triple puntuación para cuando esto lo hace un desconocido en un grupo en el que estamos por compromiso y ni siquiera le hemos cogido cariño con el que perdonar esos derrapes.
Esto es molesto, pero en el infierno hay un lugar reservado para los que viven a base de notas de voz. No hay nada de malo en usarlas, el problema está en hacerlo de forma indiscriminada, para cualquier cosa, incluso a gente que ya ha expresado que le resultan inconvenientes. No siempre podemos escucharlas sin interrumpir lo que estamos haciendo, y a menudo hay que oírlas detectando la información útil entre palabras de relleno. A una madre se lo perdonamos todo. A Pepe el del 5º, no.
Mención especial para quienes insisten en obtener respuesta apenas minutos después de haber enviado un mensaje: es sano ofrecer ayuda a quien la requiere, pero tu urgencia, sobre todo cuando viene de una falta de planificación, no tiene por qué ser la mía, mis prioridades no tienen por qué entroncar con las tuyas.
Todos hemos caído alguna vez, en mayor o menor grado, en una de estas actitudes. Lo crudo viene cuando hacemos sabedores a otros de que están suponiendo un inconveniente y se empeñan en seguir así.
Cuando WhatsApp anunció las reacciones, pensé "por fin". Con las reacciones en emoji a los mensajes veía en el horizonte un escenario en el que no todo el mundo tuviese que contestar en un grupo el mismo "vale" o "yo" a un mismo mensaje. Los emojis serían mucho más discretos e igual de efectivos para realizar recuentos o recibir feedback básico. Error: hay quien sigue enviando ese tipo de mensajes.
En los primeros años del Internet masivo aprendimos algunas normas básicas: usar mayúsculas para escribir equivale a gritar, escribir largos textos sin cambiar de párrafo agota al lector y ningún príncipe nigeriano nos va a legar su herencia. Con WhatsApp llevamos más de una década y el no saber estar nunca termina de morir. Cada nota de audio eterna que podría haber sido un mensaje de veinte palabras es el latido de un corazón que nunca deja de bombear sangre.
WhatsApp no es especial. No es distinto a una reunión en una comunidad de vecinos, grupos de personas en una misma playa o comensales con quienes compartimos restaurante: los maleducados y los desconsiderados (os estoy mirando a los que vais con el altavoz Bluetooth con la música a toda castaña) lo serán siempre, estén donde estén; mientras que quienes podemos meter la pata alguna vez pero procuramos no pasarnos el día incordiando nos quedamos con la cara de las vacas cuando ven pasar el tren.
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