Llevo casi cuatro años sin usar WhatsApp y no lo echo nada de menos

Jamás pensé que mi historia pudiera causar tanto interés. No usar WhatsApp no me ha supuesto ningún desafío personal, ni nada parecido. Aún así, entiendo el atractivo que puede suscitar en los demás esta decisión. Al fin y al cabo, WhatsApp es la plataforma más popular del mundo y en España está implantado de manera desmesurada. Lo damos por sentado. Lo que nos lleva a pensar, erróneamente, que “todo el mundo tiene WhatsApp”.

Por eso, artículos como “No he usado WhatsApp en una semana y no creerás lo que ha ocurrido” levantan la curiosidad de cualquiera. Yo no llevo una semana sin usar WhatsApp, llevo casi cuatro años sin hacerlo y tampoco tengo previsto reinstalarlo y empezar a compartir por ahí mi experiencia.

Decidí dejar de usar WhatsApp y todo me ha ido bien, incluso me atrevería a decir que vivo más feliz sin WhatsApp que cuando lo usaba. Y no lo echo de menos, ni he tenido la necesidad de volver a instalarlo.

No dudo que haya gente que no pueda, o no quiera, dejar de usarlo. Pero habrá muchos más que, como yo, se beneficiarían de abandonarlo. Yo te quiero contar mis razones personales, cómo han sido estos años, cómo espero que sean los siguientes y lo que he aprendido. Pero no espero nada más con ello que saciar tu curiosidad, en ningún momento creas que esto va de convencerte de nada.

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¿Por qué dejar de usar WhatsApp en un principio?

Fueron tres razones fundamentales las que me hicieron dejar de usar WhatsApp: Indiscreción, incomodidad y lo malo que era como aplicación de mensajería (y creo que no ha mejorado mucho en estos años).

La primera razón tiene que ver con sus orígenes. Yo me crié con los Nokia 3310. Bueno, en verdad, yo era de los que tenía el 3330, aunque nunca supe en qué era mejor. Mi app de mensajería eran los SMS. Yo formé parte de la generación del “tkm”. Y los recuerdo con mucho cariño. Eran algo especial. No era como hablar por Microsoft Messenger. Enviar un SMS era algo más personal. Amigos íntimos, ligues y poco más. Al resto del mundo le escribías por Microsoft Messenger, que para eso estaba.

Y luego llegó BlackBerry con sus “SMS gratuitos”. Una maravilla que sustituyó en mi grupo de amigos a los SMS de la noche a la mañana. Seguía siendo algo personal. De hecho, no recuerdo hablar con nadie que no fuera de mi círculo íntimo por BBM.

Por supuesto, los iPhone y los Android llegaron a España y con ellos una brecha social por el sistema operativo que usaras. WhatsApp fue la manera de que, fueras del sistema operativo que fueras, pudieras seguir teniendo “SMS gratuitos”. No os olvidéis de esto, WhatsApp, como BBM, eran los “SMS gratis”. Veremos qué ocurre en el futuro con el RCS, ahora que llega a más sistemas operativos.

En mi caso, WhatsApp sustituyó a BlackBerry Messenger, que a su vez sustituyó a los SMS.

Pero WhatsApp se fue popularizando cada vez más y, al ser gratis (no como los SMS o las llamadas), la gente empezó a usarlo como método de comunicación por defecto. Ya no era tu círculo íntimo el que usaba WhatsApp, lo usabas con cualquiera. Todo aquel que, por una razón o por otra, tenía tu número de móvil, se sentía con el derecho a escribirte por WhatsApp y pensaba que tú tenías el deber de responderle.

Como si fuera una norma no escrita que debieras responder. Y desde el repartidor de pizza que no encuentra tu piso, al fontanero que viene por lo del seguro o cualquier persona, para nada cercana a ti, te escribía por WhatsApp esperando una respuesta.

Mi última experiencia fue con un agente de seguros para el coche. Tras rellenar una encuesta interminable en la que en algún momento me preguntaba por mi tipo de golosina favorita, el señor, para aumentar el suspense y como si fuera una página web, me dijo que me enviaba los resultados del presupuesto por WhatsApp.

Le solté un chascarrillo y le dije que me lo enviara por email, como debe ser en las relaciones profesionales. Opino que WhatsApp evolucionará en ese sentido, pero hace cuatro años, y a día de hoy, sigo pensando que WhatsApp no es lugar para las relaciones profesionales.

No sólo el email es más discreto y queda de todo un mejor registro, sino que no tiene sentido que tu asesor de la aseguradora esté viendo tu foto de perfil y que tu termines con un chat que se llama “Manolo Seguro Coche” entre el chat “Mamá” y el que tienes con tu novia. Es absurdo.

Otro de los motivos fue la incomodidad. No sólo lo usaba demasiada gente, sino que lo usaban en demasía. Se formaban grupos por cualquier viaje, quedada, cena, programa o serie de televisión,… Básicamente, eran ejemplos de combinaciones de los mismos números. Teniendo más grupos que contactos con los que hablabas. Grupos como “¡Los rebeldes! - Promoción del 87 “ o “Cenita el viernes”, un grupo que seguía existiendo tres meses después del citado viernes y que se mantenía activo gracias a los mismos que mantenían activos todos los grupos con chistes, felicitaciones de cumpleaños y chorradas. Menos mal que ya no usaba WhatsApp cuando llegaron los GIF.

Según mi idea personal de lo que es ser minimalista, soy minimalista. Y me dolía ver todos esos grupos, sin sentido ni razones que, al final, sólo te creaban la responsabilidad de participar. No querías no ser el único que no felicitaba a alguien, o el que no escribía “jajajajaja” al menos una vez al día.

Este no es problema propio de WhatsApp, podríamos decir que es la parte negativa de hacerse el servicio más popular. Si ocurriera algo insólito y todo el mundo que usa WhatsApp pasara a usar otro servicio, el que sea, estaríamos en la misma situación.

El máximo esplendor de esto me ocurrió uno de los días que me dediqué a hacer limpieza de grupos. Eliminar e irme de todos aquellos grupos inactivos o que no tenían sentido. En muchos no ocurrió nada. Imagino que, tras mi iniciativa, se irían unos cuantos al ver que no pasaba nada. Otras muchas personas me escribieron, “¿Te saliste, no?”. Pero hubo un grupo en el que no había participado prácticamente nunca, que era activo muy de vez en cuando y que, cuando me fui, animé el cotarro.

Llegaron a la decisión unilateral de que “me había ido por error” y no pasó ni un día hasta que me habían vuelto a agregar (un error de WhatsApp permitir esto). Por supuesto, yo no quería esto y así se formó la segunda razón para dejar WhatsApp.

Eran muy pocos los grupos que me gustaban y eran muchos los que quería dejar. Al final, sacrifiqué esos pocos por no estar en ninguno, dejando atrás a todo WhatsApp.

La última razón era lo mala que era WhatsApp como aplicación y creo que lo sigue siendo. Después de tantos años y después de que Facebook la comprara - Me sorprende que tan poca gente sepa que WhatsApp es de Facebook -, es imposible seguir echándole la culpa a cómo se creó en un principio. Pero, aún siendo verdad esto, había mil cosas incompresibles que no entiendo cómo siguen ocurriendo a día de hoy en WhatsApp.

La primera y la segunda razón vienen a parar aquí. Cuando te meten en un grupo, por ejemplo, en el grupo de clase de tu hijo. ¿Cómo es posible que se sigan compartiendo todos los números de teléfono? Me parece una indiscreción y una pérdida de privacidad insostenible. No creo que alguien que consigue tu número en un grupo de WhatsApp, tenga derecho a escribirte o llamarte.

Pero la app no es mala sólo por eso. El resto de aplicaciones, incluidas las de Facebook (Instagram y Facebook Messenger), permiten iniciar sesión en más dispositivos. Se me hacía muy frustrante no poder usar WhatsApp en otros dispositivos. Ni siquiera puedes usarlo en otro móvil sin dejar atrás el que estés usando.

Esta fue la razón principal para empezar a usar Telegram y traer a esta app a mis contactos más cercanos y frecuentes. Incluso con iMessage -una app muy descuidada por parte de Apple en mi opinión- se pueden enviar mensajes desde hace años en iPads y Mac, no sólo desde el iPhone. Y respecto a los servicios de Google y Android, qué decir, son omnipresentes.

La competencia de WhatsApp en este aspecto era extremadamente superior y lo sigue siendo. Y a esa falta de incapacidad para tener más de una sesión activa en más de un dispositivo, se unía que todo lo guarda en local en el móvil, un desperdicio de espacio absurdo. Siempre he sido el servicio técnico de mis familiares y amigos, no me importa para nada ayudar en esto. Pero hay una cosa a la que me he negado, básicamente porque nunca he conseguido saber cómo se hace: Ayudar a hacer, restaurar y mover una copia de seguridad de WhatsApp.

Un amigo, tras muchos años, se compró un iPhone y después de una tarde entera tratando de pasar una copia de seguridad de Android a iOS, algo que no se puede pero que en muchos sitios aseguran que sí, decidí que no perdería más mi tiempo con algo que el resto de aplicaciones hacen de manera transparente porque, directamente, no hay que hacerlo.

Además, la incompatibilidad con archivos, los límites de tamaño y la falta de otras funciones que, aunque a día de hoy parece que han mejorado, hacen que WhatsApp esté muy por detrás en funciones respecto a la competencia. Quedando claro que su fuerte es estar por delante, únicamente, en número de usuarios.

¿Cómo dejé de usar WhatsApp y qué ocurrió?

Con todos estos motivos, un día de 2015, eliminé WhatsApp. Unos días después a ese “día W”, me di cuenta de que sólo había eliminado la aplicación, no la cuenta. Error mío. Seguí entonces el proceso de WhatsApp para eliminarla y, al cabo de unos días, un SMS de “Prueba WhatsApp” que me envió un amigo que no comprendió lo que ocurría, me confirmó que mi cuenta había sido eliminada.

He eliminado muchos servicios y redes sociales en mi vida, incluidos Facebook e Instagram, pero la que me dejó una mejor sensación, una sensación refrescante, fue WhatsApp.

No lo olvidaré, me encantó. Los primeros días fueron de una tranquilidad liberadora. No me extrañó que la gente hablara ya en aquella época de “la adicción a WhatsApp”. No es que yo lo usara demasiado, pero el no tenerla me permitía despreocuparse. Sabías, seguro, que no te habían escrito, porque no lo tenías.

No avisé a nadie. Como ya he dicho, con mis contactos más frecuentes ya hablaba por Telegram. Imagino que en más de un grupo saldría el tema, pero jamás supe nada. Por supuesto, todo aquel que me tuviera en WhatsApp, tendría mi número, y me llamaría si era algo importante.

Otras aplicaciones y servicios que eliminé no fueron tan refrescantes. Ni siquiera Facebook (o Facebook Messenger, el cual eliminé después de mi cuenta de Facebook), ni Instagram, ni, claro está, aquellas que cayeron por su propio peso como Line, Viber, Tuenti, Snapchat, etc.

Ahora mismo, sólo tengo Twitter como red social propiamente dicha. He eliminado mi cuenta en numerosas ocasiones, pero siempre vuelvo a ella. Y, además, ha resultado una útil app de mensajería en muchas ocasiones, aunque siempre para hablar con contactos de Twitter. A parte de esto, estoy en muchos grupos en Telegram de diferentes temáticas que podemos considerar redes sociales según se mire.

¿Qué ocurre cuando dices que no tienes WhatsApp?

Como muchas otras marcas, WhatsApp ha llegado a convertirse en un verbo e incluso equivale a decir “te envío un mensaje”, y esto hace que sea una sorpresa para muchos el escuchar que no tengo WhatsApp. Pero esto ha cambiado mucho y la gente ya no se sorprende tanto al escuchar que no uso WhatsApp.

Muchos piensan que les digo que no tengo WhatsApp porque no quiero hablar con ellos, pero nada más lejos de la realidad. Si no quiero hablar contigo y me dices que me envías un WhatsApp, no te diré nada. Ya descubrirás que no lo uso.

Pero con los que sí tengo interés en hablar, les comento que no tengo WhatsApp y sus caras han sido de los más variopintas a lo largo de los años. Desde miradas que denotan un “pobrecito, ¿cómo sobrevivirá en este mundo tecnológico sin usar WhatsApp?”, pasando por “es como decirme que no tiene agua corriente en casa”, hasta la más completa indiferencia.

Es como con las televisiones. Parece que no entendemos que alguien no tenga televisión en casa,-"¿Hacía dónde miran tus muebles?", que diría Joey. Pero siempre ha habido gente que no tiene. Hoy en día todavía más, pues el contenido lo consumimos en otros dispositivos. Hasta tal punto que no nos sorprendemos cuando un adolescente nos dice que no ve la televisión, posiblemente lo vea todo en su cuarto en el dispositivo que más a mano tenga.

Últimamente, es más esto último, la indiferencia. Aunque muchos siguen con el concepto de “todo el mundo tiene WhatsApp”, muchos otros no se han sorprendido en absoluto y simplemente me preguntan cómo podemos hablar. Y, ya os aviso, todo el mundo tiene una aplicación de mensajería a parte de WhatsApp, aunque no lo sepan o no piensen en ella.

Lo primero que pregunto es si tienen Telegram y, para mi satisfacción, cada vez más gente lo usa. Simplemente no esperan que tú lo tengas o no lo usan por defecto. Si tiene un iPhone, ni me lo planteo, les digo que por iMessage, que normalmente tienen activo sin saberlo. Y si tienen un Android y no usan Telegram, les digo que Hangouts. Y, como última medida para los más raros, el email o un SMS, sobre todo si es cuestión de una cosa concreta.

Con algunas personas fue más complicado que con otras, sobre todo con aquellas con las que quería poder hablar por Telegram. Algunos ya lo tenían instalado, sin recordar cómo ni cuándo. Otros muchos amigos, directamente, preferían llamarme a instalarse Telegram y a muchos de ellos terminé instalándoselas yo. A toda mi familia también les terminé instalando yo mismo Telegram.

Pero, al final, muchos de ellos, aunque siguen todos usando WhatsApp, han terminado usando Telegram a diario y no sólo conmigo. Hay muchos grupos que han terminado pasándose a Telegram. No sólo por mí, sino por descubrir que, por ejemplo, las imágenes que envíes no te llenan el almacenamiento de un golpe. A muchos les encantaron los stickers y otros se han quedado por canales y grupos que yo desconocía por completo. Y no tenemos que pensar en esos grupos en los que se comparten revistas y películas gratis, hay grupos de celíacos, por ejemplo, en los que comparten información de tiendas y restaurantes con miles de personas, algo muy útil hoy en día y que sería impensable haber hecho en WhatsApp. Por privacidad, por límite de usuarios en cada grupo, por herramientas de control, etc.

Antes de eliminarme Facebook Messenger, he de admitir que me resultó muy útil en la Universidad. Prácticamente todos los de clase teníamos Facebook, pues la mayoría de noticias y apuntes circulaban por ahí, por lo que era muy cómoda ya que con el escaneo de un código ya podíamos hablar. Incluso sin hacernos amigos en Facebook.

No me he encontrado jamás en la situación de un callejón sin salida. Hay alternativas siempre a WhatsApp, simplemente tenemos que ver cuál tenemos en común.

Estas aplicaciones secundarias son a las que muchos recurren cuando WhatsApp se cae. Telegram se ha nutrido mucho de estas caídas y mis contactos aumentaban en Telegram cuando esto ocurría. Ya he vivido varías caídas de WhatsApp sin estar usándolo yo. Gente que se hacía Telegram y terminaban preguntándome a mí, por ser de los pocos contactos que tendrían en Telegram, si WhatsApp se había caído.

Yo sabía que así era, no por la avalancha de nuevos contactos, sino por haber trabajado de voluntario en el soporte de Telegram (Telegram Support Force). Con cada caída de WhatsApp, las preguntas aumentaban exponencialmente, las respondíamos encantados y me alegra saber que muchos se han quedado en Telegram después de eso.

Por supuesto, Telegram también se ha caído en ocasiones y, aún así, siempre he podido ponerme en contacto con quien he necesitado. Desde luego que no siempre es una combinación ideal, sobre todo si no hay en común una app cómoda de usar, pero no me ha sido necesario instalar WhatsApp en ninguna ocasión.

¿Hay algo de malo en usar WhatsApp?

Hay una mirada y una pregunta más cuando les digo que no uso WhatsApp, y es la de preocupación. Se me quedan mirando, cómo preguntándose si yo sé algo que ellos no saben y me preguntan: ¿por qué no usas WhatsApp?

Yo sé que no se refieren a los motivos que te he expuesto antes, sino que se preocupan más por la seguridad, como si usar WhatsApp tuviera algo malo, algo oculto.

Yo no soy un paranoico de la seguridad, pero tampoco de los que responden “no tengo nada que ocultar”. Me preocupa mi privacidad en la medida que considero oportuna. Y esta medida es llegar a un equilibrio, a un acuerdo, entre lo que yo doy a una empresa y lo que esa empresa me ofrece.

Cuando hay dinero de por medio, es muy sencillo valorar lo que les estás dando. Pero con los servicios y aplicaciones gratuitas, como se suele decir, “somos el producto”. No fue esta mi razón para dejar de usar WhatsApp, pero si lo tuviera a día de hoy, posiblemente llegaría al mismo acuerdo que he llegado con las otras apps de Facebook: No me aportan lo suficiente en comparación a todo lo que les aporto yo, por lo que dejo de usarlas.

Facebook y sus compañías viven de los datos que obtienen de sus usuarios y, además, escándalo tras escándalo, parece que no lo hacen de la forma más honrada o justa. Todos hemos leído sobre el caso de Cambridge Analytica, las elecciones de EE.UU., la fuga de los fundadores de WhatsApp e Instagram y muchas más noticias que dejan en evidencia a las aplicaciones de Facebook. ¿Y qué obtenemos a cambio? En Facebook, un par de noticias, que podrían ser falsas o estar ahí para alterar mis ideas; en Instagram, un par de imágenes, publicidad y poco más.

Jamás he sido muy activo en redes sociales, por lo que los beneficios de usar estas apps jamás han superado los niveles suficientes para aceptar el acuerdo.

Todo lo contrario, por ejemplo, a Google. Sus servicios, desde Gmail a YouTube, pasando por hojas de cálculo y el propio buscador, me suponen unos beneficios inmensos en comparación a recibir publicidad dirigida y que usen mis datos para… algo. De momento, sin escándalos, ni siquiera rumores, de usos ilícitos, creo que el acuerdo con Google es justo.

Lo dicho, ni paranoico (“¡Google escucha todo lo que digo con el Google Home que tengo en casa!”), ni despreocupado con mis datos. Son míos y en Internet somos esos datos, por lo que no está de más sopesar todo.

Aún así, he de admitir que hace unos meses, mis amigos me forzaron a abrirme una cuenta en Instagram para un viaje a Nueva York. “Así vamos poniendo las fotos y nos etiquetamos”, me decían.

Me la hice. Usé un correo del que Facebook no debía tener constancia alguna, pues es muy reciente. Creo recordar que ni siquiera di mi número de teléfono y bloqueé todo lo que pude. Y aún así, minutos, MI-NU-TOS, después de hacerme la cuenta, amigos míos solicitaban seguirme. Esto sí me hizo ponerme en modo paranoico, pues, además, todas las sugerencias de cuentas a seguir (las que no eran de famosos) eran bastante acertadas.

Esto es posible porque nuestros datos son nuestros, pero los tiene mucha gente. Y si mis amigos hicieron todo lo contrario, y dejaron acceder a Facebook a sus contactos, pues ya, sólo con un dato, saben que soy yo.

Esta es la razón personal de que no me guste compartir mi número de teléfono con nadie y, además, no permito que las aplicaciones accedan a mis contactos. De hecho, todos los que no son contactos cercanos, están guardados en una app independiente a la que no permito el acceso.

La gente tiene una capacidad extraordinaria para negar la realidad cuando ésta le afecta directamente. Algo así como no ver el sol, precisamente porque estás mirándolo directamente y te deslumbra. Y esto es lo que ocurre cuando damos acceso total a los servicios y aplicaciones que nos rodean, no somos conscientes de en qué magnitud nos afecta.

Sobra decir que, tras un par de fotos y ninguna _story_ (no llegué a comprender lo de las _stories_), eliminé mi cuenta de Instagram.

¿Volveré a usar WhatsApp?

Nunca digas de este agua no beberé. Creo que WhatsApp va a sufrir una transformación, si no la está sufriendo ya. Como dije, muchas relaciones profesionales están teniendo lugar en WhatsApp y cada vez más empresas se unen al “mándenos un WhatsApp” o “sólo WhatsApp”. Desde un restaurante para pedir comida, a bancos para todo tipo de gestiones y, por supuesto, representantes o empleados de un montón de empresas.

Si esto evoluciona hasta hacerse el método por defecto de las empresas para contactar con sus clientes, es posible que llegue el día que sea inevitable usarlo porque WhatsApp se haya convertido en el nuevo email.

Es posible que llegue el día que sea inevitable usarlo porque WhatsApp se haya convertido en el nuevo email

Pero, aunque me parecería bien que WhatsApp o cualquier otra app se convirtieran en un método para mantener relaciones empresa-cliente o entre profesionales, creo que el problema es el mismo que tuvo Facebook en su día, que las empresas y las personas eran amigos. No tenía sentido que una empresa viera tus fotos como un amigo más, por eso surgieron las páginas de empresas.

Y es el problema que ocurre ahora con las empresas y WhatsApp, te escribes con ellos como si le escribieras a tu madre. Para que funcione, deben llegar -creo que empiezan a moverlo en esta dirección- a crearse cuentas de empresas y profesionales, en las que la información que se comparta sea menor y se mantenga bien diferenciado el carácter profesional de ese chat.

Para el empleado que usa un móvil de la empresa no supone ningún tipo de problema. No es su móvil, la foto de perfil será el logo de la empresa, no es su número y ya está. Luego coge su móvil personal y habla con sus amigos. Pero para el cliente no hay distinciones, pues usamos el mismo número para todo.

Por esto, mientras las empresas sigan usando un número de teléfono móvil, igual que cualquiera, puedo decir que no beberé de ese agua que es WhatsApp.

¿Deberías dejar tú también de usar WhatsApp?

Empecé diciendo que no iba a tratar de convencer a nadie, pero imagino que muchos habréis pensado en dejar de usar WhatsApp alguna vez. Por motivos como los míos o por otros diferentes.

Yo no me arrepiento en absoluto, todo lo contrario, han sido beneficios y lo he disfrutado. Pero no todo el mundo está en mi misma situación. No a todos nos aporta tan poco como a mí.

Puede que uses WhatsApp forzado por tu trabajo, porque habéis decidido usar WhatsApp como herramienta de gestión -lo que no impide que uses otra app para las cosas personales-. O incluso puede que seas tú el que disfruta enviando el mismo chiste en veinte grupos diferentes cada día y ni te plantees deshacerte de WhatsApp.

Sea como fuere, lo mínimo es recordarte lo que supone ceder el control de tus mensajes y mucha información de tus contactos a una empresa y lo que ella te da a cambio. Y saber que hay más aplicaciones y servicios de mensajería que, aunque “no los tenga todo el mundo”, ya los tiene mucha gente y son muchos mejores en cuestión de privacidad, seguridad y funciones.

Y, por último, recordar que la mayoría de la gente no usa lo mejor, ni lo que más les conviene. Como aficionados a la tecnología que somos, hemos comprobado que, normalmente, es todo lo contrario, usan lo primero que llegó, lo más publicitado, lo más barato o, directamente, lo que creen que deben usar porque es lo que usa esa mayoría.

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