WhatsApp, esa aplicación… Tengo una relación amor-odio con WhatsApp. Por un lado, me resulta imprescindible en mi día a día, ya que es la app que uso para hablar con mis amigos y familiares, compartir fotos y hacer alguna que otra videollamada puntual. Por otro lado, siento que me atosiga. Siento que es una aplicación que aspira a convertirse en todo y que, al final, se ha llenado de cosas que, sencillamente, dificultan la experiencia.
Y es que rara es la semana que no se publica una novedad que se está probando en la beta y que, a la larga, llega a la versión estable. Raro es el mes que WhatsApp no recibe alguna novedad. Es decir, que una aplicación cuyo fin último es habilitar la comunicación rápida entre personas se ha acabado haciendo cada vez más compleja.
De mensajes a las Comunidades y los Estados
Seguramente pocos sepan que WhatsApp se ideó como una app para publicar actualizaciones en la app de Contactos del móvil. El típico “estoy en una llamada” o “en el trabajo”. Poco después, en junio de 2009, con el lanzamiento de las notificaciones push en iOS (WhatsApp se creó porque Jan Koum, uno de sus fundadores, se compró un iPhone), y tras darse cuenta de que los usuarios usaban la app para enviar notificaciones simples a sus contactos, la app acabó virando a un sistema de mensajería.
Esto hizo que las descargas de la app se disparasen y que se pudiese obtener financiación para lanzar la app en otros sistemas operativos, como Symbian, Android, Windows Phone o BlackBerry. Para 2011, WhatsApp ya era una de las 20 apps más populares en la App Store estadounidense. Para diciembre de 2013, ya sumaba 400 millones de usuarios. Era una app de mensajería simple, sencilla y eso hizo que se hiciera popular. La gente trae a más gente y el resto, como suele decirse, es historia. Hoy WhatsApp es la app más usada para comunicarse, con permiso de ciertas apps locales de ciertos países, como WeChat en China.
El caso es que, desde la adquisición por parte de Facebook, ahora Meta, WhatsApp ha ido virando a una plataforma más social. Llegaron las llamadas de voz, las videollamadas, la capacidad de compartir archivos, las plataformas webs, pero también los Estados (siguiendo la estela del éxito de las historias de Instagram y el formato Snapchat), los macrogrupos, la versión para empresas (que es como WhatsApp monetiza), las videollamadas grupales y las Comunidades (los grupos de grupos).
Lo que antes era una aplicación sencilla para enviar mensajes y comunicarse, hoy ha cambiado a una aplicación social en la que podemos enviar mensajes, sí, pero también subir fotos efímeras de nuestras vacaciones, estar en una comunidad de nuestro bloque de vecinos con diferentes grupos temáticos, participar en grupos grandes, encargar una empanada a la tienda del barrio y, en algunos países, hasta enviar dinero.
Poco a poco, WhatsApp se ha ido haciendo más y más completa y compleja, ambas. Es cierto que ha habido novedades bien recibidas, como las encuestas (bendito el momento) o la posibilidad de tener la misma cuenta de WhatsApp en varios móviles (anunciada hace apenas unos días), pero también hay cosas que, si bien pueden enriquecer la experiencia de algunos usuarios, suponen también un exceso de complicación para otros tantos. Y no hay elección.
Digamos que solo quieres usar WhatsApp para enviar mensajes y fotos a tus amigos. Pues también tendrás que ver un puntito azul porque hay un estado nuevo de alguien que tienes guardado en la agenda y con el que llevas años sin hablar. También, haciendo scroll en tus chats, verás un halo azul alrededor de la foto de perfil porque ese contacto ha subido un Estado. Y no olvides revisar el grupo “Gente que juega al pádel” de la Comunidad “Urbanización X”, la cual tiene otros cinco grupos.
¿Y se usa? Es algo que WhatsApp sabe mejor que nadie, pero yo, a título personal, no conozco a absolutamente nadie que use las comunidades. De la misma forma, tengo 851 contactos en la agenda y solo ocho personas que han publicado Estados en las últimas 24 horas. Tampoco he encontrado ocasión de usar los chats que desaparecen, ni participar en un grupo con 500 personas, ni hacer videollamada con 32 personas ni enviar archivos de 2 GB. ¿Por qué? Porque ya existen otras alternativas para eso.
Si quiero participar en comunidades temáticas, pocas opciones mejores que Discord. Si quiero compartir una foto con mis amigos, tengo Instagram (sobre el papel, la realidad es que no la uso). No hace falta que una aplicación lo tenga todo, porque al final la app se hace innecesariamente compleja, y si no que se lo digan a Facebook, la ya mencionada Instagram o Twitter (que ahora mismo es un poco caótica). Algunas veces lo simple, siendo simple, es lo mejor.
En Xataka | WhatsApp quiere convertirse en la app de mensajería más segura. Y va por muy buen camino
Imágenes | Propias y WhatsApp
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