El cine ha cambiado nuestra forma de entender el ocio para siempre. Lleva entre nosotros más de un siglo, desde que los hermanos Lumière realizaron la primera proyección pública, en 1895. Y prácticamente desde ese momento no ha dejado de desarrollarse, a medio camino entre el espectáculo, un formato que debemos a Georges Méliès, y la forma de expresión artística. Aunque las primeras películas eran mudas, los primeros sistemas que permitían disfrutar sonido junto a las imágenes no se hicieron esperar mucho.
A principios de la década de los años 20 del siglo pasado nacieron tecnologías de sonido como Photokinema, Movietone o Vitaphone, tres sistemas que afianzaron las bases del cine tal y como lo conocemos hoy: como una manifestación visual y sonora. Desde entonces la calidad de imagen y sonido de las películas no ha dejado de mejorar, pero lo más curioso es que las tecnologías que han hecho posible este avance se han ido abaratando, en gran parte gracias a la economía de escala, hasta hacer posible la irrupción del cine en nuestras propias casas. Ahí empezó todo.
Los primeros pasos, en el mundo analógico
Como acabamos de ver, conocemos el origen del cine con mucha precisión. Lo crearon los hermanos Lumière; Georges Méliès lo concibió como una forma de espectáculo, y realizadores como Sergei Eisenstein, Fritz Lang, Charles Chaplin o F. W. Murnau, entre otros, le dieron el espaldarazo definitivo. Todo esto sucedió entre 1895 y las décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado. Sabemos qué sucedió, cuándo y quiénes fueron los responsables. Sin embargo, determinar el momento en el que nació el cine en casa no es tan sencillo.
Probablemente lo más acertado es pensar que sus cimientos los pusieron los primeros formatos de vídeo doméstico realmente populares, como el Betamax, el VHS o el Video 2000. Antes que ellos llegaron otras alternativas, como las grabadoras de cintas Ampex VRX-1000, pero su elevado precio las condenó exclusivamente al mercado profesional. En cualquier caso, estos tres sistemas de distribución y grabación de vídeo para entornos domésticos estaban inspirados, precisamente, en las cintas que se utilizaban profesionalmente en televisión.
Los formatos VHS y Betamax, creados por JVC y Sony respectivamente, nacieron en Japón a principios de los años 70. Ambos tenían en común la utilización de unas cintas de plástico (seguro que muchos las recordáis) en cuyo interior iba enrollada una fina cinta en la que era posible almacenar el vídeo y el audio en formato analógico y mediante pequeños campos magnéticos. A pesar de su parecido, entre ambos sistemas había algunas diferencias importantes que favorecían al Betamax, que batió al VHS por su mayor calidad de imagen (aunque en otros apartados salía perdiendo). Pero lo que realmente nos interesa en este post es el sonido, y ninguno de estos formatos ofreció un audio de mucha calidad. Al menos al principio.
Los primeros estándares de sonido de estas cintas eran capaces de reproducir las frecuencias que iban desde los 100 Hz hasta los 10 kHz con una relación señal ruido de solo 42 dB. La mayor parte de las personas somos capaces de escuchar los sonidos que se mueven en el rango de frecuencias que va desde los 20 Hz hasta los 20 kHz, por lo que el sonido de esas primeras cintas dejaba mucho que desear. Afortunadamente, poco a poco fue mejorando gracias, por ejemplo, a la introducción de la tecnología de reducción de ruido Dolby B, creada por los laboratorios Dolby.
Pero el paso adelante más importante llegó a principios de los 80, cuando ambos formatos consiguieron mejorar su sonido, ofreciendo audio estéreo con una respuesta en frecuencia de 20 Hz a 20 kHz, una relación señal/ruido de 70 dB (lo ideal es que sea lo mayor posible) y una gama dinámica de 90 dB. Aquellas cintas, por fin, empezaron a sonar bien. Aunque los televisores de la época no podían compararse con las pantallas de los cines, tanto la calidad de imagen como el sonido de las cintas VHS y Betamax empezaban a ofrecer una experiencia muy apetecible, aunque aún no realmente cinematográfica.
En 1979, cuando los dos formatos japoneses estaban asentados tanto en Japón como en occidente, Philips y Grundig, dos de las compañías de electrónica de consumo europeas más potentes en aquella época, lanzaron su alternativa al VHS y el Betamax: el Video 2000. Este sistema también utilizaba unas cintas magnéticas que almacenaban el vídeo y el audio en formato analógico, pero introdujo algunas mejoras importantes, como la posibilidad de grabar vídeos de más duración o un sistema más eficaz de protección de la cinta magnética. Y, en lo que concierne al sonido, su principal aportación fue la introducción de una tecnología capaz de suprimir de forma dinámica el ruido.
Las prestaciones de los tres formatos mejoraron durante su vida útil, pero al final, el que en un principio parecía el menos aventajado desde un punto de vista técnico, el VHS, consiguió imponerse prácticamente en el mundo entero, y tuvo buena salud hasta que, mucho más tarde, llegó el DVD, y, con él, el auténtico cine en casa.
Un nacimiento en clave digital
Antes de que hablemos del DVD, un formato que conocemos perfectamente todos, merece la pena que mencionemos brevemente los dos sistemas de distribución de vídeo que allanaron el camino que poco más tarde siguió el DVD: el Video CD y el Laser Disc. El primero permitiría almacenar un máximo de 74 minutos de vídeo en formato digital, y era más fiable y duradero que las cintas magnéticas que usaban los formatos VHS, Betamax y Video 2000. Pero los algoritmos de codificación de vídeo de la época no eran gran cosa, y las imágenes adolecían de unos artefactos de compresión terribles.
Curiosamente, el Laser Disc es anterior a los cuatro formatos que hemos «revisitado» hasta ahora. Lo inventaron David P. Gregg y James Russell en 1958, y el primer estándar utilizable fue presentado en 1972. Fue un sistema de vídeo analógico (aunque la información se almacenaba en PWM, un formato similar a los que se utilizan hoy en día en los CD, DVD y Blu-ray Disc), pero ofrecía una fiabilidad, durabilidad y calidad de imagen superiores a las de las cintas magnéticas de la época. Además, sonaba muy bien. El audio podía grabarse en formato analógico o digital (incluso en ambos a la vez), y llegó a ofrecer la misma calidad de sonido de un CD al utilizar una frecuencia de muestreo de 44,1 kHz y una resolución de 16 bits.
Al final de su vida incluso salieron películas en Laser Disc con sonido Dolby Digital, DTS y Dolby Digital EX, los mismos formatos de codificación de audio que utiliza actualmente el DVD, y de los que hablaremos a continuación. Pero tenía un problema importante: el reproductor, las películas y el equipo de sonido que era necesario utilizar para disfrutar en las mejores condiciones las películas en Laser Disc eran muy caros.
Y, por fin, llegamos al nacimiento del formato que supuso en su momento la irrupción en nuestros hogares del cine en casa con «todas las de la ley»: el DVD. Llegó al mercado en 1995 y fue el único que consiguió destronar de una vez por todas al VHS. Es un formato completamente digital; con vídeo digital y sonido digital. No ofrece imágenes en alta definición, pero, al igual que el Video CD, su precursor, es inmune a las interferencias y al «envejecimiento», dos de las grandes pegas de las cintas magnéticas. Pero una de las razones por las que a los usuarios nos encantó este formato fue su sonido.
A mediados de los 90 muchos cines ya tenían sistemas de sonido multicanal. Pero vayamos un poco más atrás. El sonido estéreo llegó a las salas en 1975, de la mano de la tecnología Dolby Stereo, y el multicanal no se hizo esperar mucho más. A finales de los 70 se estrenaron en algunos cines versiones multicanal de Superman y Apocalypse Now, todo un prodigio para la época. Sin embargo, como acabamos de ver, el primer intento serio de trasladar esta experiencia a nuestras casas llegó de la mano del Laser Disc, pero en sus últimos estertores.
El DVD apareció prometiéndonos no solo una imagen de más calidad que el VHS y sus rivales, sino también un sonido multicanal similar al que podíamos disfrutar en las mejores salas de cine. Eso sí, para disfrutarlo teníamos que hacernos con un descodificador capaz de procesar el sonido digital almacenado en el disco, en formato Dolby Digital 5.1 o DTS, y un equipo de cinco altavoces satélite y un subwoofer. Algunos lectores de DVD tenían el descodificador incorporado, por lo que incluían salidas RCA que nos permitían transportar el sonido descodificado en formato analógico hasta un preamplificador, que podía ser una cadena de música con entrada multicanal. Pero la otra opción era hacernos con un descodificador externo, y transportar el audio hasta él utilizando la salida digital eléctrica (S/PDIF) o digital óptica (EIAJ TosLink).
En cualquier caso, lo realmente importante es que el DVD consiguió popularizar el sonido multicanal en aplicaciones domésticas. Hoy en día podemos hacernos con un equipo sencillo integrado por un lector, un receptor A/V básico y unas cajas acústicas sencillas por menos de 300 o 400 euros. Pero la «batalla de los canales» no había hecho más que empezar. Con el DVD ya plenamente asentado, en 1999 llegó a los cines el sonido Dolby Digital Surround EX, que, a los 5.1 canales del Dolby Digital normal, añadió un canal adicional trasero. El DVD no tardó mucho en integrar este nuevo formato multicanal, que nos obligaba a colocar una caja acústica más, la séptima si contabilizamos el subwoofer que requieren los estándares Dolby Digital 5.1 y DTS, en nuestro salón. Eso sí, una vez más teníamos la oportunidad de «seguir la pista» al sonido de las salas de cine, y disfrutar en nuestro propio hogar una experiencia sonora muy similar a la que nos ofrecían las salas.
Dolby continuó ofreciendo a los directores de cine la posibilidad de añadir un canal adicional a la banda sonora de sus películas. Había nacido el formato Dolby Surround 7.1, y, una vez más, el DVD fue capaz de recogerlo para llevar hasta el salón de aquellos cinéfilos que tuviesen espacio para instalar ocho cajas acústicas el mismo sonido de las salas de cine. Durante todos estos años, como hemos visto, el audio de las salas de cine y el de nuestros hogares han ido de la mano.
La llegada del Blu-ray Disc ha representado otro paso adelante importante en calidad de sonido (y, por supuesto, en calidad de imagen) debido a que ha introducido los estándares Dolby TrueHD y DTS-HD Master Audio, diseñados para comprimir el sonido, pero de una forma no destructiva. Sin pérdida de calidad. El resultado es un sonido con más resolución e impacto que el de los DVD. Era el paso lógico si tenemos en cuenta que los discos Blu-ray ponen a nuestra disposición una capacidad de almacenamiento muy superior a la de los DVD (25 gigabytes por capa frente a los 4,7 gigabytes por capa de este último). Pero la escalada de los canales ha terminado.
Dolby Atmos: el fin de los canales
La última tecnología de sonido multicanal desarrollada por Dolby rompe radicalmente con todo lo que conocemos hasta ahora. Aunque profundizaremos en el funcionamiento de Atmos en otro post que estamos preparando, y que publicaremos más adelante, nos viene bien saber que en este sistema ya no existen los canales de audio. Los ingenieros de Dolby querían frenar la escalada constante del número de canales que empezó con la llegada del sonido estéreo, y, de paso, ofrecer a los directores de cine la posibilidad de decidir con total libertad y en un espacio tridimensional la ubicación exacta de cada uno de los sonidos de sus películas. Y, para lograrlo, había que «destruir» los canales.
Los ingenieros de sonido que crean las bandas sonoras en Dolby Atmos no trabajan con canales; lo hacen con objetos. Podemos imaginar un objeto como una fuente emisora de sonido, de manera que no tienen que preocuparse de decidir por qué canal debe sonar cada sonido; solo tienen que dedicarse a mover cada objeto por el espacio tridimensional de la sala de cine, y los procesadores de Atmos deciden de forma transparente cómo deben descomponer cada sonido para ofrecer a los espectadores la sensación de que realmente procede del punto elegido por los ingenieros. Para que esto sea posible, por supuesto, es necesario instalar en la sala de cine más altavoces (algunos de ellos en el techo), pero no es imprescindible que sea un número muy elevado. Según Dolby, Atmos es factible incluso en salas con solo siete altavoces de sonido envolvente (sin contar los que están colocados detrás de la pantalla).
A lo largo de todo el post hemos visto como las tecnologías de sonido que se abrían paso en el cine llegaban más tarde a nuestros hogares. Y con Atmos está sucediendo lo mismo. Los primeros receptores A/V y cajas acústicas diseñados para permitirnos disfrutar este sistema en nuestro salón ya están llegando al mercado. Las películas con sonido Atmos llegarán en formato Blu-ray Disc, y también a través de los servicios de streaming. En principio parece que los lectores de BD actuales serán capaces de extraer el audio digital con este sonido multicanal, y los nuevos receptores A/V podrán descodificarlo. Lo más interesante probablemente es que, como en casa la mayor parte de nosotros no podemos instalar altavoces en el techo, a los ingenieros de Dolby se les ha ocurrido diseñar cajas acústicas con altavoces no solo en la parte delantera, sino también en la superior.
De esta forma son capaces de proyectar el sonido también hacia el techo, y, aprovechando las reflexiones murales (el rebote de las ondas de sonido en las paredes y el techo), pueden generar un campo sonoro mucho más amplio, equiparable, en pequeña escala, al que nos ofrecen las salas de cine con Dolby Atmos. Pero, como os he adelantado antes, profundizaremos mucho más en esta tecnología en otro post que estamos preparando. Mientras, si os apetece, podéis echar un vistazo al post que han dedicado a Atmos nuestros colegas de Xataka Smart Home. Merece mucho la pena.
Imágenes | Wikimedia Commons
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