Mi primera toma de contacto con el sonido Dolby Atmos tuvo lugar en 2012, en la sala 9 del complejo Cinesa Diagonal Mar, en Barcelona. Sin embargo, el momento en el que descubrí con cierto detalle cómo funciona esta tecnología de codificación y reproducción del sonido envolvente llegó tres años más tarde, en mayo de 2015. En esta última fecha tuve la oportunidad de visitar el estudio de sonorización y doblaje Best Digital, que está situado en Boadilla del Monte, una tranquila población de las afueras de Madrid.
Allí descubrí las dos principales señas de identidad de Dolby Atmos. La primera de ellas consiste en que opera con objetos, una estrategia que pone en manos de los artistas que trabajan con el sonido unas capacidades creativas enormes. Para entender qué es un objeto podemos imaginarlo, sencillamente, como una fuente emisora de sonido. En una secuencia de una película podemos ver simultáneamente en la pantalla varias decenas de objetos, y todos ellos pueden estar emitiendo sonido a la vez.
Esto Atmos es capaz de gestionarlo, pero no lo hace de la misma forma en que lo resuelven otras tecnologías de codificación del audio, como Dolby Digital o DTS. En vez de preocuparse por determinar a través de qué canal debe emitirse cada sonido, los cineastas y los ingenieros trabajan con un espacio virtual tridimensional que representa la sala física en la que se va a proyectar la película, y con el que interactúan a través de un ordenador.
Lo que ellos ven son objetos, o fuentes puntuales de emisión de sonido, y pueden desplazarlos por toda la sala de exhibición con una libertad absoluta, en un espacio realmente tridimensional y sin verse obligados a pensar en ningún momento en canales de audio. No obstante, y esta es la segunda seña de identidad de Atmos, para recrear con precisión la escena sonora envolvente que ha sido previamente codificada utilizando esta tecnología es necesario colocar varias cajas acústicas en el techo de la sala. En las instalaciones domésticas es posible sortear la instalación de estos altavoces, pero, como veremos más adelante, prescindir de ellos acarrea algunos compromisos.
El camino del sonido estéreo a la música en Dolby Atmos está repleto de curvas
Durante la última década el sonido Atmos ha llegado a muchas salas de cine, por lo que a cualquier aficionado que quiera probarlo no le costará encontrar una sala de exhibición comercial que se lo ofrezca. Lo que permite a esta tecnología desmarcarse de los sistemas de codificación de sonido envolvente que recurren a los canales es que consigue recrear una escena sonora más amplia en la que cada fuente puntual emisora de sonido se desplaza por ella con mucha precisión incluso en la dimensión vertical. En la práctica esta estrategia nos entrega una capacidad de inmersión en el contenido audiovisual más profunda que la que nos proponen Dolby Digital o DTS.
No obstante, Dolby Atmos no se siente cómoda solo en las salas de cine. Durante los últimos años esta tecnología ha llegado también a la música, y lo ha hecho con el doble propósito de renovar la forma en que la disfrutamos y acentuar su capacidad emotiva. Aunque existe desde mucho antes, el sonido estereofónico comenzó a popularizarse a mediados de la década de los 50 y no tardó en demostrar que conseguía recrear la escena sonora con más precisión que el audio monofónico que había reinado hasta ese momento. En cierto modo Dolby Atmos aspira a tener un impacto similar en nuestra experiencia cuando escuchamos música al que tuvo hace décadas el sonido estereofónico.
Antes de seguir adelante me parece honesto reconocer que no soy un fan de la música multicanal. Y no lo soy porque casi todas las grabaciones que he escuchado durante las últimas décadas, y esta es una opinión muy personal que es perfectamente lícito no compartir, me parecen demasiado artificiosas. No me convence que algunos instrumentos procedan del espacio alojado en los flancos y detrás de la posición de escucha, por lo que solo he disfrutado aquellas grabaciones de música multicanal que mantienen los instrumentos en la escena frontal y destinan la escena sonora lateral y trasera únicamente a la reproducción de la información de ambiente.
Esta es la razón por la que hasta ahora no había prestado apenas atención a la música en Dolby Atmos. El estéreo colmaba mis expectativas. Sin embargo, mi opinión ha cambiado. Hace unos días tuve la oportunidad de visitar el mítico estudio de grabación Abbey Road, en Londres, el mismo en el que The Beatles, Pink Floyd, Radiohead y otras bandas legendarias grabaron algunos de sus álbumes icónicos, y he redescubierto el potencial que tiene Atmos cuando convive con el contenido musical. Honestamente, no esperaba que esta experiencia fuese a trastocar completamente mi perspectiva acerca de la música codificada con esta tecnología, pero lo ha hecho.
En la sala de masterización que podéis ver justo encima de estas líneas pude escuchar, entre otros temas, el corte 'Rocket Man' de Elton John, y el vello se me erizó. Este músico inglés grabó este tema en 1972, mucho antes de que estuviese disponible Dolby Atmos, pero su masterización con esta tecnología ha conseguido catapultar su capacidad emocional. En mi opinión lo ha logrado debido a que Atmos es capaz de recoger y posteriormente renderizar con mucha precisión los armónicos de cada instrumento y la voz humana, así como de capturar la interacción que tiene lugar entre la música y la sala en la que se efectúa la grabación. En la práctica esto importa porque nos ayuda a experimentar el acontecimiento musical de una forma más plena.
No obstante, esta tecnología tiene en su contra algo que los usuarios no podemos pasar por alto. Es posible virtualizar tanto la banda sonora de una película como la música codificada en Dolby Atmos utilizando una barra de sonido, unos auriculares o un televisor, entre otros dispositivos, pero la mejor experiencia la obtendremos cuando la restituimos utilizando un equipo multicanal completo que no prescinde de las cajas acústicas alojadas en el techo.
Algunos equipos recurren a las reflexiones murales en el techo y las paredes para reducir la cantidad de altavoces que los usuarios tenemos que instalar, pero, en mi opinión, nuestra experiencia no es la misma porque la escena sonora pierde precisión y la capacidad emotiva de la música se resiente. Sí, en mi opinión Atmos es tan disruptiva como lo fue en su día la llegada de la música estereofónica, pero la complejidad del hardware que requiere es un obstáculo con el que a los melómanos no nos queda más remedio que lidiar.
Imágenes: Dolby Europe Ltd
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