Tenemos que hablar de auriculares: uso, volumen y pérdida de audición

Más de 1.000 millones de personas jóvenes de todo el planeta corren el riesgo de perder audición debido a las malas prácticas al escuchar música. El 50% de las personas con una edad comprendida entre los 12 y los 35 años escucha música con un volumen potencialmente perjudicial cuando utiliza un smartphone o un reproductor de MP3. Y el 40% de este mismo grupo de edad está expuesto a niveles de presión sonora dañinos cuando escucha música en discotecas, bares y conciertos.

Las cifras que acabamos de exponer no son cosa nuestra. Las ha recabado la Organización Mundial de la Salud (OMS), y son preocupantes. Todos hemos oído hablar en alguna ocasión del daño que puede hacer a nuestros oídos escuchar música demasiado alta, especialmente cuando utilizamos unos auriculares, pero no es fácil intuir la envergadura de este problema hasta que una institución acreditada nos estampa unos datos tan alarmantes como estos. Además, la pérdida de audición ocasionada por la exposición prolongada a un nivel de ruido excesivo es permanente. Pero podemos combatirla. Nuestra salud auditiva está en juego.

Nuestro oído es un sensor muy preciso

Conocer cómo funciona nuestro sistema auditivo puede ayudarnos a entender con más facilidad en qué medida puede verse afectado por la exposición prolongada a un nivel de ruido intenso, por lo que merece la pena que le dediquemos unas líneas. Su función es transformar las variaciones de presión que se propagan a través del aire en forma de ondas, que es lo que nosotros conocemos como sonido, en impulsos eléctricos que serán procesados e interpretados por nuestro cerebro. Esta es la razón por la que este sistema, que está constituido por varios órganos, se comporta como un sensor sin el que nuestro cerebro no podría recibir la información que le permite interpretar los sonidos que se producen a nuestro alrededor.

Nuestro sistema auditivo transforma las variaciones de presión que se propagan a través del aire en forma de ondas en impulsos eléctricos que serán procesados e interpretados por nuestro cerebro

Cuando una onda sonora se aproxima a nosotros choca con nuestro pabellón auricular, u oreja, y accede al interior de nuestro sistema auditivo a través del conducto auditivo externo, que es un pequeño tubo que tiene un diámetro de 6 o 7 mm y una longitud que oscila entre 25 y 30 mm. Una vez que la onda sonora ha recorrido este pequeño tubo llega al tímpano, que es una membrana elástica que sella esta cavidad y comunica el conducto auditivo externo con el oído medio. El tímpano es muy fino y tiene un diámetro de unos 3 mm, pero lo realmente curioso es que vibra a medida que las ondas sonoras que van recorriendo el canal auditivo externo impactan sobre él.

La vibración del tímpano pone en movimiento la cadena osicular, que está formada por tres huesos pequeños e irregulares alojados en el oído medio: el martillo, el yunque y el estribo. Esta cadena de huesecillos tiene una longitud de unos 18 mm y consigue transmitir las vibraciones de la membrana del tímpano al oído interno. La base del último de estos pequeños huesos, el estribo, ejerce presión sobre la ventana oval, que es una pequeña membrana que recubre el que sin duda es uno de los órganos más complejos de nuestro sistema auditivo, la cóclea, y que tiene la función de transmitir las vibraciones desde el oído medio al oído interno.

La cóclea transforma la energía mecánica que recibe a través del movimiento de la cadena osicular y la ventana oval en delicadas señales eléctricas

La cóclea es una estructura del oído interno constituida por un tubo enrollado en espiral que le da una forma parecida a la de un caracol, y que está llena de un fluido. Su función es crucial debido a que consiste en transformar la energía mecánica que recibe a través del movimiento de la cadena osicular y la ventana oval en delicadas señales eléctricas, que son las que más tarde serán interpretadas por nuestro cerebro. Las responsables de llevar a cabo esta labor son unas células sensoriales llamadas células ciliadas que recubren por completo toda la extensión de la cóclea, y que se ven agitadas por el movimiento del fluido confinado en el interior de esta estructura.

Las células ciliadas tienen distintos grados de sensibilidad, una característica que les permite identificar todo el espectro de frecuencias audible, desde las más bajas, o sonidos graves, hasta las más altas, o sonidos agudos. La transformación de las vibraciones mecánicas a las que se ven sometidas estas células en los pulsos eléctricos que van a ser interpretados por el cerebro es un proceso complejo que tiene como base la habilidad con la que estas células sensoriales consiguen identificar todo el espectro de frecuencias audible. Las que están alojadas en la región inferior de la cóclea son las responsables de identificar las frecuencias más altas, entre 20.000 y 3.000 Hz aproximadamente, mientras que las células ciliadas de la parte más interna de este tubo con forma de caracol están especializadas en la identificación de las frecuencias más bajas, que se extienden hasta los 20 Hz.

Habitualmente se considera que el espectro de frecuencias audible se extiende entre 20 Hz y 20 kHz, pero, en realidad, este pronóstico es muy optimista debido a que el sistema auditivo de la mayor parte de las personas no consigue identificar un rango de frecuencias tan amplio. Además, con la edad este rango se va estrechando, limitando especialmente nuestra capacidad de percibir los sonidos más agudos. Cuando el fluido alojado en el interior de la cóclea comienza a moverse desplaza unos pequeños filamentos o cilios que están fijados en la parte superior de las células ciliadas, provocando unas sutiles diferencias de tensión que producen las señales eléctricas que el nervio auditivo se encarga de transportar hasta la corteza auditiva primaria. Esta última es la región de nuestro cerebro alojada en el lóbulo temporal que se responsabiliza de interpretar la información auditiva.

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Exposición prolongada y volumen alto, una combinación dañina

Los expertos lo tienen claro: lo realmente perjudicial para nuestros oídos es que se vean sometidos a un nivel de presión sonora excesivo durante un tiempo más o menos prolongado. Estos dos parámetros mantienen un equilibrio sutil, de manera que cuanto más alto es el nivel de presión sonora menos tiempo transcurrirá hasta que se produzca la lesión auditiva, y un volumen más moderado requerirá una exposición durante más tiempo para provocar daño en nuestros oídos. Lo curioso es que la susceptibilidad varía de unas personas a otras. No todas son igualmente sensibles a la exposición prolongada a un nivel de presión sonora excesivo, lo que provoca que unas personas puedan sufrir una lesión y otras no incluso aunque todas ellas sean expuestas a un mismo sonido. Los científicos aún no han conseguido explicar por qué se produce este fenómeno.

El daño se acumula a lo largo del tiempo a causa de la sobreestimulación de las células ciliadas, y es irreparable

Entender qué sucede en el interior de nuestro sistema auditivo para que resulte dañado a causa de la exposición a un ruido excesivo es más sencillo ahora que sabemos cómo funciona. Una agresión externa puede dañar varias de las estructuras de nuestro oído de las que hemos hablado, como el tímpano o la cadena osicular, pero la agresión que nos interesa en esta ocasión, que es la producida por la exposición prolongada a un nivel de presión sonora elevado, suele provocar un daño irreparable en las células ciliadas de la cóclea. Además, el daño se va acumulando a lo largo del tiempo a causa de la sobreestimulación de estas células sensoriales, de manera que cuando una o un conjunto de ellas superan su umbral máximo de estrés, se mueren. Y esto no tiene solución. Cuando un conjunto de células ciliadas muere corremos el riesgo de dejar de escuchar para siempre el rango de frecuencias que se encargaban de recoger.

Pero aquí no acaba todo. A menudo la persona que va perdiendo audición poco a poco como consecuencia de una exposición frecuente a un nivel de ruido excesivo y prolongado en el tiempo no se da cuenta del daño que está sufriendo su sistema auditivo hasta que es demasiado tarde. Y como la lesión se produce a nivel celular, es irreversible. Un escenario que, precisamente, puede provocar este daño en nuestros oídos es el que nos interesa en este artículo: el uso frecuente de auriculares con un volumen demasiado alto. Tanto la Organización Mundial de la Salud como otras instituciones nos han alertado de la gran cantidad de personas que están padeciendo este mal en todo el mundo como consecuencia de la popularización de los smartphones. Pero, afortunadamente, los usuarios podemos proteger nuestros oídos. Os sugiero que empecemos echando un vistazo a esta tabla:

NIVEL DE PRESIÓN SONORA TIEMPO HASTA LA LESIÓN
80 dB 25 horas
83 dB 12 horas
86 dB 6,5 horas
89 dB 3 horas
92 dB 1,5 horas
95 dB 45 minutos
98 dB 23 minutos
101 dB 12 minutos
104 dB 6 minutos
107 dB 3 minutos
110 dB 1,5 minutos
113 dB Menos de 1 minuto

La tabla que tenéis encima de estas líneas ha sido elaborada por el CDC (Centers for Disease Control and prevention), una agencia del Departamento de Salud estadounidense que se encarga de velar por la salud de los ciudadanos mediante el control y la prevención de enfermedades. Lo interesante de esta tabla es que recoge de una forma muy fácil de entender la idea que hemos desarrollado a lo largo del artículo: la relación que existe entre la exposición de nuestros oídos a un nivel de presión sonora elevado y el tiempo durante el que se prolonga esa exposición. Como podemos ver, a medida que se incrementa el nivel de presión sonora menos tarda en aparecer la lesión en nuestro sistema auditivo. Como es lógico, esta tabla recoge valores promedio porque, como hemos visto, la susceptibilidad de todas las personas al ruido excesivo no es la misma. Pero resulta útil como referencia.

Estos dos ejemplos ilustran bastante bien de qué estamos hablando. Si sometemos a nuestros oídos a un nivel de ruido persistente de unos 92 dB, que es la presión sonora a la que nos enfrentaremos si nos colocamos en el arcén de una autopista transitada, la lesión aparecerá cuando transcurra aproximadamente una hora y media. Sin embargo, si nos exponemos a un ruido con una intensidad de unos 107 dB, como el que emite el motor de un cortacésped, el daño en nuestros oídos aparecerá en solo 3 minutos. El síntoma que refleja con claridad la lesión es el tinnitus, que no es otra cosa que ese zumbido persistente que todos hemos escuchado en alguna ocasión, y que procede del interior de nuestros oídos. Si no reincidimos y la exposición no es demasiado prolongada es probable que no se produzca la muerte celular y nos recuperemos, pero si la exposición es prolongada y se repite con cierta frecuencia corremos el riesgo de perder audición de forma irreversible.

En alguna ocasión durante el desarrollo del artículo he mencionado la exposición a la música con un volumen excesivo porque parece razonable asumir que es una de las prácticas que llevan a cabo con más frecuencia las personas jóvenes que utilizan auriculares con su teléfono móvil. Y probablemente también muchas no tan jóvenes. Pero, como podemos intuir, lo realmente relevante es el nivel de presión sonora al que sometemos nuestros oídos, y no qué estamos escuchando. No importa si escuchamos música, vemos series, reproducimos podcasts o jugamos. Si el volumen es excesivo y la exposición persistente es muy probable que se produzca la lesión auditiva.

No obstante, ¿por qué pueden ser peligrosos los auriculares si nos excedemos con el volumen? Sencillamente porque la proximidad de los pequeños altavoces que incorporan a nuestros oídos les permite alcanzar con mucha facilidad un nivel de presión sonora muy elevado. Además, algo que nos interesa tener muy presente a los usuarios es que si usamos auriculares en espacios ruidosos, como, por ejemplo, un avión o un tren, nos veremos obligados a incrementar el nivel de presión sonora entre 10 y 13 dB por encima del ruido de fondo para poder disfrutar nuestros contenidos de una forma satisfactoria. Y esto suele ser perjudicial porque nos sitúa prácticamente siempre muy por encima del umbral de presión sonora más allá del que nuestros oídos pueden resultar dañados.

Afortunadamente, tenemos herramientas para combatir este problema. Lo único que tenemos que hacer es utilizar un volumen moderado y adoptar periodos de descanso frecuentes. Esto es todo. Es probable que muchas personas no tengan claro qué es un volumen moderado, por lo que podemos tomar como umbral orientativo un 60% del volumen máximo que nos ofrecen nuestros dispositivos. Como es lógico, no todos ellos alcanzan el mismo nivel de presión sonora si colocamos el volumen justo en ese valor porque intervienen muchos parámetros que condicionan su rendimiento, como el amplificador de potencia del smartphone o los auriculares, o la impedancia y la sensibilidad de los transductores, pero resulta útil como valor orientativo máximo.

Además, buena parte de los teléfonos móviles relativamente recientes nos echa una mano a la hora de evitar que nos excedamos con el volumen delimitando con una zona roja el rango en el que nuestros oídos podrían resultar lesionados. Precisamente, ese umbral suele comenzar aproximadamente en ese 60% del volumen máximo del que hemos hablado en el párrafo anterior. Esta indicación aparece cada vez que manipulamos el volumen, por lo que es imposible ignorarla si estamos mirando la pantalla de nuestro smartphone. Aun así, como hemos visto, esta no es la única herramienta que tenemos a nuestra disposición para evitar que suframos pérdida de audición.

Es muy importante que, además de controlar el volumen, reduzcamos el estrés al que sometemos a las células sensoriales de la cóclea dándoles periodos de descanso relativamente frecuentes. Esta estrategia nos ayuda a combatir la sobreestimulación. Los expertos suelen aconsejarnos que descansemos durante 5 minutos cada 30 minutos de escucha de música u otro sonido. O, como mucho, cada 60 minutos. De hecho, la estrategia más aceptada por algunas instituciones especializadas en la salud de nuestros oídos, como la organización estadounidense Hearing Health Foundation, es la «regla 60-60», que consiste en escuchar nuestros contenidos a un volumen nunca superior al 60% del valor máximo y en ningún caso durante más de 60 minutos consecutivos.

Casi todos los auriculares se parecen, pero su impacto en nuestro oído, no

El principio de funcionamiento de los auriculares es esencialmente el mismo más allá del tipo de transductores que incorporen (electrodinámicos, electrostáticos, etc.) y de su sistema de acoplamiento (circumaural, supraaural o intraaural). Sin embargo, aunque unos auriculares circumaurales tengan mucho en común con unos intrauriculares, su impacto en nuestra salud auditiva no es el mismo. Antes de seguir adelante merece la pena que hagamos un breve repaso. Los auriculares intraaurales son los que van colocados en el interior de nuestra oreja; los supraaurales los que utilizan unas almohadillas para apoyarse sobre la superficie de nuestro pabellón auricular; y los circumaurales son los que envuelven por completo nuestra oreja, de manera que sus almohadillas reposan sobre nuestro cráneo, pero no sobre el pabellón auricular.

Los auriculares circumaurales con cancelación del ruido son los que mejor nos protegen del ruido externo

Aunque no hay una regla inamovible, cada una de estas tipologías de auriculares encaja mejor en un escenario de uso concreto que las otras, especialmente los auriculares circumaurales y los intraaurales. Estos últimos son apropiados, por ejemplo, para hacer deporte, sobre todo si elegimos un modelo específico para este escenario de uso, mientras que los primeros posiblemente se nos caerían mientras lo practicamos. Sin embargo, si lo que queremos es aislarnos del entorno lo máximo posible y escuchar nuestra música plácidamente en casa sin sufrir la tensión mecánica que suelen provocar a largo plazo los intraauriculares, la mejor opción son unos auriculares circumaurales.

En cualquier caso, aunque tengamos en cuenta la idoneidad de unos u otros para cada escenario de uso, si nos ceñimos estrictamente a su impacto sobre nuestra salud auditiva la mejor opción son unos auriculares circumaurales con cancelación del ruido. Y lo son por una razón contundente: nos aíslan del ruido exterior con más eficacia que los auriculares supraaurales e intraaurales, por lo que no nos obligan a incrementar el nivel de presión sonora en torno a esos 10 o 13 dB adicionales sobre el ruido de fondo que pueden provocarnos a medio o largo plazo una lesión irreversible.

La mayor capacidad de aislamiento de los auriculares circumaurales es una consecuencia de su sistema de acoplamiento sobre nuestro cráneo, que, como hemos visto, permite a las almohadillas envolver completamente nuestras orejas y absorber buena parte de la energía acústica que recibimos de nuestro entorno. La cancelación del ruido da un paso más allá e incrementa aún más esta capacidad de aislamiento, permitiéndonos disfrutar nuestros contenidos sonoros de una forma convincente con un volumen más bajo.

Por supuesto, en aquellos escenarios de uso en los que los auriculares circumaurales no son una buena opción, por la razón que sea, merece la pena apostar por un modelo con acoplamiento supraaural o intraaural con cancelación del ruido porque esta tecnología puede protegernos del ruido exterior y ayudarnos a escuchar nuestros contenidos a un volumen moderado sin que queden enmascarados. Aun así, elijamos los auriculares que elijamos, no debemos olvidar que la mejor forma de proteger nuestros oídos no es otra que moderar el volumen tanto como sea posible y llevar a cabo periodos de descanso frecuentes. Las células ciliadas de nuestras cócleas nos lo agradecerán.

Imagen de portada | Sound On
Imágenes | Jonas Mohamadi | Chittka L, Brockmann y Pachus | Posible2006 | kinkate
Más información | Organización Mundial de la Salud

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