Si hoy en día estamos preocupados por la implicación que el coche autónomo puede tener en la seguridad en las ciudades, imaginaos los problemas que se planteaban a inicios del siglo XX con la llegada de los primeros vehículos a las ciudades.
Hasta ese momento, los caballos eran los habituales en el paisaje de grandes núcleos urbanos como Nueva York. En 1900, en esa ciudad habían sido 200 los muertos por lo que podíamos considerar primeros accidentes de tráfico. El año pasado apenas 300 fueron las víctimas, ya no por culpa de los caballos sino de los coches.
¿Y cómo se planteó la convivencia de caballos y los primeros coches en las calles? Pues en la patente que ves arriba queda muy claro: simulando que el coche era un caballo.
Que el coche parezca un compañero en vez de un enemigo
La idea de colocar una cabeza de caballo en la parte delantera de los coches que estaban empezando a llegar de forma más intensa a las calles de las grandes ciudades, hasta entonces territorio exclusivo de los caballos, fue de Uriah Smith.
Su potencial coche recibió el nombre de Horsey Horseless y en la patente explicaba que su objetivo era a la vez práctico y ornamental. De hecho, esa cabeza en realidad servía también como depósito para el combustible, aunque su principal tarea era otra: no asustar a los caballos con los que debía compartir espacio para evitar que estos salieran asustados y provocaran accidentes graves entre los peatones.
Smith lo tenía además muy claro y le parecía una idea perfecta y muy lógica: si el caballo no detectaba que lo que se aproximaba a él no era otro caballo, no se asustaría. Para cuando se diera cuenta de la mentira, decía Smith en su patente, el riesgo ya habría pasado.
En lo que este visionario no acertó es en el hecho de que no es por la vista sino por el olor por lo que un caballo reconoce a los de su misma especie.
Vía | Wired.
Ver todos los comentarios en https://www.xataka.com
VER 7 Comentarios