Entre 2009 y 2018, el número de muertes de peatones en Estados Unidos crecieron un 51%. De 4.109 a 6.227 en menos de una década. Las cifras son dramáticas. Sobre todo, porque en los últimos años se han puesto en marcha más de 1400 programas para mejorar la seguridad de las calles del país norteamericano. Sin ningún éxito, evidentemente.
En plena 'Era de la distracción', nadie se ha sorprendido de que los medios señalen a los móviles como una de las fuerzas que impulsan la existencia de conductores y viandantes cada vez más distraídos. Nosotros mismos, hace unos meses, señalábamos a los smartphones como "la gran plaga en seguridad vial de nuestro tiempo". Y, sin embargo, en esos mismos nueve años, las muertes de peatones en Europa, con una penetración móvil similar, han caído un 36% (de 8342 a 5.320). ¿Qué está pasando aquí?
Un problema (también) de diseño
Como podemos ver en el gráfico, el escenario se ha invertido con respecto al de la década pasada cuando Europa superaba a Estados Unidos en muertes de peatones por millón. Hoy, EEUU tiene una tasa un 75% superior y es curioso porque los factores que se aducían hace una década para justificar las altas cifras europeas (el mayor número de peatones o las calles más pequeñas y de trazado más antiguo) siguen inalterados.
Sin duda, hay muchos factores detrás de este fenómeno. Desde las distracciones al volante al éxito de los SUVs en EEUU pasando por los efectos de la crisis o el repunte del alcoholismo y otras adicciones. Sin embargo, una década de trabajos sobre el tema sostienen que el problema, en buena parte, es de diseño.
Los investigadores de 'Dangerous By Design 2019' han descubierto que, frente al que solía ser el discurso tradicional, los espacios donde se obliga a convivir a peatones y vehículos son los más seguros. Según sus datos, la mayoría de muertes de peatones en las grandes ciudades de EEUU ocurre en los grandes corredores de 6 o 7 carriles y velocidades en torno a los 60 km/h.
Esto se debe, fundamentalmente, a dos factores. Por un lado, una concepción de la ciudad centrada en el coche como articulador de la vida urbana de la que es muy difícil salir y, por el otro, el peculiar sistema norteamericano para regular las carreteras.
La práctica habitual en EEUU para establecer el límite de velocidad de una vía es observar la velocidad media de los coches que la transitan para luego fijar una velocidad máxima de modo que solo un 15% de los conductores exceda ese límite. Sobre el papel, la idea suena muy bien porque permite una regulación poco intrusiva; en la práctica acaba generando vías donde se prioriza la velocidad sobre la seguridad.
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