Salí del cine de ver 'Mad Max: Furia en la carretera' rodeado de gestos atónitos, pupilas dilatadas, mandíbulas desencajadas y euforia mal disimulada. Aquello parecía la puerta de un after. Y a todos ellos se sumaba un gesto adicional: el de la gente que reconocía que no entendía por qué le había gustado, pero le había gustado.
Es normal experimentar una sensación así en una película tan básica y visceral -aunque con un subtexto complejísimo- como Mad Max: Fury Road. Al fin y al cabo llevan mucho tiempo educándonos en cómo y por qué el buen cine es aquel que prescinde de tracas y efectos especiales y habla de sentimientos, de Lo Importante, de personajes, de existencias. Bueno, pues Fury Road, bajo una brillantísima traca de desguace motorizado, construye un entramado de personajes profundos, motivaciones con sentido y, sí, cosas para pensar.
Y lo transmite sin necesidad de avisos de “Ojo: mensaje aquí” o gestos de vacua trascendencia: Fury Road funciona como montaña rusa de escabechinas metálicas y como tesis humanista sobre el futuro de nuestra especie. A menudo, con ambas vertientes dialogando entre sí.
Push the pedal to the metal
Todo eso no sale de la nada. Furia en la carretera (pequeño matiz en la traducción: Fury Road se debería entender más, quizás, como La carretera de la furia: aquí lo importante es el camino, no los caminantes) ha pasado varios años en eso que los americanos llaman, con esa habilidad tan suya para forjar metáforas trágicas con el lenguaje, development hell.
La primera idea de resucitar la franquicia le vino a George Miller en 1998, paseando por Los Angeles, que cualquiera que haya conducido por una de las autopistas puede aseverar que, en efecto, ciertas zonas de la ciudad son lo más australiano de Estados Unidos. Un tiempo después se le ocurrió la idea de presentar a los nuevos Salvajes de la Autopista de esta cuarta entrega como dementes que perseguían personas y no gasolina, y ya desde una conceptualización tan temprana de la película podemos distinguir la piedra de toque que le da personalidad: el valor más escaso en este mundo post-apocalíptico no son los recursos naturales, sino la misma humanidad.
Sin embargo, pronto se toparía con el primer obstáculo: los ataques del 11S afectaron al dólar australiano, haciendo imposible el rodaje, y volviendo a Miller hacia proyectos más modestos, como 'Happy Feet'.
Durante unos cuantos años la película fue escrita y planificada, pero el estallido de la Guerra de Irak siguió poniendo trabas al rodaje. Había un extraño subtexto en la película que inquietaba a Hollywood en aquellos tiempos políticamente turbios. Alrededor de 2006 la película pareció volver a ponerse en marcha, con Hugh Heath Ledger como posible protagonista, pero adivinad qué.
Después del trágico fallecimiento del actor, nuevo giro en la situación, propiciado por el éxito de Happy Feet: el nuevo Mad Max podía ser una película de animación por ordenador para adultos, con Akira como referente principal y producido en los mismos estudios que Happy Feet, propiedad de Miller. Junto a un videojuego, se preveía su estreno para 2012.
Pero en esos años, la tecnología para efectos especiales 3D con imagen real se disparó, y Miller decidió volver a la idea original, con producción de Warner Bros. En 2012, tras ser anunciado Tom Hardy como Max (zanjando así los rumores que llevaban una década situando a Mel Gibson como un Max anciano y crepuscular al frente de la película), comenzó el rodaje en Namibia, donde el equipo se tuvo que trasladar después de que una serie de lluvias convirtieran el desierto australiano de Broken Hill en un auténtico vergel. Hubo que buscar algo más Australia que Australia.
Posiblemente tardaremos en saber cuál ha sido la dinámica exacta del rodaje, más allá de datos que podemos imaginar o que ya conocemos (150 especialistas, pocos efectos digitales, trompazos reales), ya que 120 días de rodaje son alguno más de lo habitual en una película de este tipo.
Miller dijo en su día que iba a rodar dos partes a la vez: Mad Max: Fury Road y Mad Max: Furiosa (aunque Miller acaba de revelar que el título definitivo de la secuela será 'Mad Max: The Wasteland'). No sería extraño que así fuera si comparten escenarios, estética y personajes. También se oyeron rumores acerca de que Miller sobrepasó el presupuesto previsto y tuvo que viajar hasta Los Angeles con tres cuartas partes de la película acabada en un montaje provisional: salió de allí en muy pocos días con la promesa de que tendría el dinero que le faltaba. Cabe pensar que pronto iremos sabiendo cuánto hay de verdad en todo ello.
Pero... ¿de qué va realmente Fury Road?
Sin duda, la reacción más desnortada ha sido la de grupos de activistas por los derechos de los hombres (risas aquí) pidiendo el boicot a Mad Max antes ni siquiera de verla. Hicieron bien: posiblemente después de verla están ingresados en urgencias con respiración asistida. La complejidad de Fury Road está perfectamente descrita por Noel Ceballos en este texto que detalla cómo la película no es exactamente antimasculina, ni tan siquiera feminista, sino más bien antipatriarcal.
Denuncia una forma de pensar castradora (sí, bueno, dejemos ahí ese adjetivo) a través de la muy catártica fórmula de los personajes de mujeres fuertes y algún que otro monólogo que deja en no muy buen lugar a los hombres (a esos hombres que piden boicot porque una película traiciona una trilogía de cine eminentemente machote que, eh, tampoco se habían dado cuenta de que a lo mejor tiene un subtexto gay).
Fury Road no va de cómo el pensamiento femenino tiene que sustituir al masculino, sino de cómo el pensamiento constructivo (algo que siempre ha estado presente en las secuelas de Mad Max) debe sustituir al destructivo. En Fury Road, Max se ve envuelto en una enloquecida persecución en la que una mujer, Imperator Furiosa, lidera la huida de una serie de féminas cuya única función era dar descendencia a un terrible señor de la guerra, Inmortan Joe. Juntas llegan a toparse con un grupo de veteranas rebeldes (las Vulvalini, mejor nombre ever para un grupo de riot grrrls) que, pese a haberlo perdido todo, mantienen la esperanza en un futuro mejor.
E incluso llegarán a contaminar, de una forma que Miller consigue narrar sin necesidad de recurrir al romance de baratillo, a la moñez mágica o a los trucos de guionista de toda la vida, a uno de los secuaces de Inmortan Joe... así como al propio Max, cuyas primeras y últimas palabras en la película son las mismas (su eterno “Mi nombre es Max”), pero cargadas de un sentido radicalmente distinto.
Fury Road, por mucho que ponga de los nervios a los integristas de todo signo, es activista y es elegante: habla de esclavas sexuales pero se resiste a mostrar una violación, usa elementos de diseño como los trajes de las novias o los cinturones de castidad para explicar lo que en otras manos sería mero elemento de explotación o erotismo chusco. Hasta tiene sentido que las secuestradas sean, demonios, modelos de Victoria Secret en paños menores. Lo que en otra película sería una concesión al eternamente llorón público masculino aquí tiene todo el sentido a efectos de caracterización: esas chicas son tan angelicales porque Inmortan Joe las ha mantenido aisladas del polvoriento mundo exterior.
Lo que puede que haga Fury Road mejor, por encima de su mensaje, por encima de sus intenciones, es ser un entretenimiento de primera categoría. El propósito de Miller de que su película se entendiera en Japón sin necesidad de subtítulos (un guiño a Hitchcock, que declaró eso mismo de su cine más eminentemente abstracto y visual) se cumple con una película que requirió un storyboard antes de tener un guion, y en la que, durante el rodaje, los actores se veían a menudo desorientados por la falta de referentes en la acción: sabían que tenían que conducir y poco más. El resultado es una película que, argumentalmente, va de A a B (bueno, y un poco más, pero no espoileemos) y punto, como hacían las dos primeras entregas, y recupera ese espíritu sencillo de concepto... pero con unas secuencias de acción absolutamente impecables.
Corpórea y muy física, como no podía ser de otro modo en una película en la que todos los coches que hacen trompos los hacen de verdad, Mad Max: Fury Road se las arregla para contar cosas mientras todo se mueve: el talante exhibicionista y ególatra hasta un punto genocida de los perseguidores y su búsqueda de la gloria guerrera, el carácter compasivo y humano -pero capaz de no dar tregua- de las mujeres, la evolución de los “hombres buenos” Max y Nux según se van adentrando en el desierto... parece mentira viniendo de un sitio tan desalmado y peligroso como los blockbusters de Hollywood, pero Fury Road es una película de personajes que no renuncia al espectáculo.
De ahí los gestos de incredulidad de los espectadores al salir del cine. Es que Fury Road es para no creérsela.
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