Mientras escribía este artículo saltó a la palestra una polémica relacionada con la literatura de ciencia-ficción que, aunque merece su propio análisis, no está de más recordar, ya que tangencialmente tiene que ver con el tema que nos ocupa.
Se trata de contemplar la posibilidad de una ciencia-ficción sin contenido social o político a raíz de la polémica nominación a los Hugo de una obra de Larry Correia de tintes fascistas. Algunos defensores de estos textos afirman que una novela de naves espaciales es una novela de naves espaciales, sin más: la ciencia-ficción puede (y debe) ser también puro escapismo.
Desde aquí pensamos que es una consideración absolutamente errónea, pero como decimos tendrá que ser discutida en otro momento. Sí que pone sobre la mesa una consideración lateral que tiene que ver con el tema que vamos a tratar: si puede haber ciencia-ficción de puro escapismo, sin raíces en lo que nos afecta en el día a día, ¿tiene sentido plantearse la necesidad de una credibilidad científica dentro de la ciencia-ficción? Eh, al fin y al cabo la palabra “ciencia” está en el nombre del género.
Y en la definión: hay múltiples, como múltiples son las variantes y subgéneros de la ciencia-ficción. Nos gusta especialmente la de Theodore Sturgeon de 1952:
“Una historia de ciencia-ficción es una historia construida alrededor de seres humanos, con problemas humanos y una solución humana, pero que no habría sucedido sin un contenido científico”.
En cualquier caso, la mayoría incluyen, como es lógico, el componente científico de un modo u otro en el género. Sin embargo, el cine, en su tarea de adaptar novelas de ciencia-ficción o simplemente inspirándose en ellas, ha pasado muy por encima de ese elemento.
No hay más que recordar cómo visualizaba uno de los pioneros del género y de los efectos especiales, Georges Mélies, su "Viaje a la luna" (1902) y cómo catapultaba una nave hasta el satélite. En aquellos tiempos, la ciencia ficción estaba más cerca del escapismo puro y duro, aunque claros inspiradores de esta tendencia, como Julio Verne, se preocuparan en obras como "20.000 leguas de viaje submarino", de la credibilidad científica.
Y así con todo: "Frankenstein o el Moderno Prometeo" de Mary Shelley está considerada una de las novelas esenciales de la primera ciencia-ficción, pero el cine se agarró a sus pasionales elementos románticos y convirtió al mad doctor en un antihéroe trágico, donde en la ecuación de su personalidad el mad pesaba mucho más que el doctor.
Las películas de ciencia-ficción de los cincuenta ponían todo el énfasis en las lecturas políticas y sociales o el sentimiento de paranoia puro, y preferían un buen monstruo increíble que una amenaza científicamente plausible. Al fin y al cabo: ¿qué posibilidades hay de que existan organismos como los ultracuerpos o la Cosa? Muy pocos. Pero... ¿y el miedo que dan?
Antes de los sesenta, pocos precedentes de respeto a la ciencia se dieron en el cine de género. Uno de ellos fue "La mujer en la luna" (1929), en la que de acuerdo, la luna está cubierta de oro y se respira perfectamente, pero es que aún faltaban 32 años para poner al primer hombre en el espacio: y aún así, esta película de Fritz Lang se las arregla para exponer decentemente las visicitudes de un viaje espacial, hablar de los problemas de la gravedad y, ojo, hacer la primera cuenta atrás hasta cero antes del lanzamiento de un cohete.
Otro caso fue el de "Con destino a la luna" (1950), rodada 19 años antes de la llegada real al satélite, pero que hace un buen trabajo exponiendo de forma sencilla (con un corto de dibujos animados del "Pájaro Loco") cómo se lanza un cohete, cómo funciona la gravedad o, ehm, por qué los americanos tenían tanta prisa en llegar al espacio exterior: por envidia de pene internacional.
Pero fue en los sesenta cuando el éxito y el prestigio de "2001: Una odisea en el espacio" vendió a las masas, después de la deliciosamente necia década de los cincuenta, la idea de que unos elementos científicos mínimos podían catapultar la credibilidad de una película, y sumar una serie de valores con los que "Invasores de Marte" no podía soñar y que ponían en paralelo a la nueva ci-fi con los géneros clásicos del cine.
Y en ese sentido, ya no es una mera cuestión de respetabilidad, sino también de taquilla. Por eso, a partir de ahora, los estudios prestarían atención a ese tema.
Curiosamente poco después, a finales de los setenta, arrasa en las pantallas de todo el mundo la space opera más verbenera y escapista posible, "La guerra de las galaxias": el completamente imposible pero atronador ruido de las explosiones de las naves en el espacio exterior es el símbolo de una ciencia-ficción conscientemente imposible que no desaparecerá nunca del todo, pero que tendrá que competir en igualdad de condiciones con un cine de aventuras, terror o fantasía donde las leyes de la ciencia se respetan mínimamente. Estos son algunos de los ejemplos más notables:
2001: Una Odisea en el espacio (1968)
Uno de los primeros casos de ciencia-ficción con más ciencia que ficción, y aún hoy uno de los más rigurosos. Por supuesto, con algunos aspectos de su metraje (como la estética, paradójicamente, de las costumbres más mundanas y terrestres, menos ajenas al espacio exterior) el paso del tiempo ha sido implacable, pero el detallismo y el gusto por la documentación de Kubrick se deja notar en una película que casi no ha envejecido y que, de hecho, en algunos aspectos (¡los trajes de los astronautas!) es más moderna que nunca.
Por ejemplo, 2001 supo anticiparse al futuro (a nuestro presente, casi) con todo el tema de los vuelos de rutina a estaciones espaciales. La empresa Space X se encarga de organizar esos vuelos para la NASA. De momento solo afecta a los profesionales astronáuticos, por descontado, pero no estamos lejos de esos vuelos de rutina a la estratosfera.
También detalles más banales como las pantallas planas, las tablets, los ordenadores controlados por voz, los videochats, hasta la comida de los astronautas, todo ello impensable en los sesenta y hoy a la orden del día gracias a la minuciosa intuición de Kubrick.
Los detalles que en las space opera se pasan por la patilla, en 2001 se respetan con fervor religioso: el silencio del espacio exterior, la microgravedad de las estaciones espaciales y la rueda centrífuga para generar una física habitable y una gravedad artificial. La estación que se ve en la película fue diseñada con esa intención por el ingeniero aeroespacial Wernher Von Braun, y si hoy en día no se usan artefactos similares es porque los viajes al espacio exterior que se realizan actualmente son mucho más breves que los que muestra el film.
La construcción de la estación se llevó unos desorbitados 750.000 dólares de la época de presupuesto y tardó seis años en ser construida, tanto por dentro como las correspondientes maquetas. Von Braun no fue el único nombre propio de la ciencia consultado para ambientar la película.
También el antiguo científico espacial de la NASA Frederick Ordway asesoró en diversos aspectos. Y el mismísimo Carl Sagan recibió una pregunta clave por parte de Kubrick: ¿qué aspecto debían tener los extraterrestres de la película? Fue Sagan quien le quitó de la cabeza la idea de que éstos fueran humanoides, ya que científicamente era poco probable que si contáctabamos con inteligencias exteriores tuvieran aspecto homínido. El consejo de Sagan: que no llegaran a verse del todo, algo a lo que Kubrick se plegó a pies juntillas.
La cada vez más justamente reivindicada secuela de la película de Kubrick, "2010,: Odisea dos", también tuvo su buen grado de atención científica. La descripción del viaje de los astronautas a Júpiter para indagar en los restos de la nave accidentada de la primera película se hace con notable atención al detalle y rigor.
También se habla de la posibilidad de vida en la luna de Júpiter, Europa; en realidad, los científicos de la NASA consideran Europa como uno de los entornos más favorables para la aparición de vida, y se preparan viajes a ese satélite en un futuro cercano.
La amenaza de Andrómeda (1971)
Junto con 2001, otro de los grandes clásicos de la ciencia tomada en serio para narrar ficción. En esta icónica historia, basada en una novela de Michael Chrichton, un equipo de científicos intentan conrarreloj que una bacteria letal procedente del espacio no se propague.
Se llevó especial cuidado al reflejar el funcionamiento de nuestro sistema inmunitario y como deben hacerse -bien- los procesos de descontaminación en un laboratorio especializado.
Como la novela, la película es sumamente verborreica, y carece casi de acción: todo se desarrolla a través de largas y fascinantes conversaciones científicas que tratan temas como biología molecular, sin que nadie tenga que echarse las manos a la cabeza por usar una terminología demasiado árida o demasiado banal.
Incluso hay una secuencia, hoy un clásico del reflejo en el cine del a menudo repetitivo y plomizo método científico en el que intentan observar un microbio probando con distintas lentes. A través del repetitivo y viejo ensayo y error, lo que cinematográficamente no es para quedarse petrificado en la butaca, pero eh, así es la ciencia.
Gattaca (1997)
En una época en la que el género se relacionaba con películas de éxito pero escasa base científica, como "Independence Day", "Gattaca" arrasó con un presupuesto y valores de producción elevados pero una seriedad y sobriedad que hoy casi identificaríamos con el cine independiente.
En "Gattaca" se plantea una alegoría muy de distopía clásica a lo "1984" o "Un mundo feliz", en la que un hombre quiere cambiar la sociedad en la que vive y en la que los ciudadanos son discriminados por su genética.
La NASA, en un listado de películas apegadas (o alejadas) de la realidad científica que publicó en 2009, elogió aspectos de su argumento, como el desarrollo de perfiles genéticos para el empleo en criminología y la investigación con células madre en medicina regenerativa.
Los aspectos negros del futuro que retrata "Gatacca" también tienen una base muy estudiada, uno de los conceptos más aterradores que ha llegado a arrojar la ciencia: la eugenesia nazi.
Y también habla de los problemas morales que ahora mismo se plantean, relativos a la fecundación en laboratorio: ¿deberíamos poder escoger las características de nuestros futuros bebés? Desde rasgos más o menos banales como el color del pelo o los ojos (¡o parecidos con famosos que alquilen sus genes!) a cosas más serias como el fortalecimiento de características físicas y psicológicas (salud perfecta, alto cociente de inteligencia, larga esperanza de vida) que faciliten la vida de las generaciones futuras.
El título "Gattaca" hace referencia, por cierto, a las iniciales de las cuatro proteínas que forman la base de nitrógeno del ADN: guanina, adenina, timina y citosina.
Contact (1997)
Volvemos a traer a la palestra a Carl Sagan con esta adaptación de su única novela, que refleja con bastante exactitud cómo funciona el proyecto SETI para la búsqueda de la vida extraterrestre en realidad.
Es decir, cómo funcionaba el proceso de contacto entonces (llamar a Australia por teléfono y preguntar “¿Has visto eso tú también?”) y cuál es la tecnología subyacente: el uso de ondas de radio, dada la imposibilidad de acudir físicamente con nuestra tecnología a las zonas inexploradas de nuestra galaxia (no digamos ya fuera de ella).
La película muestra cómo quizás a través de esas mismas ondas de radio, si una inteligencia extraterrestre captara nuestras comunicaciones, se encontraría con un auténtico caos y no con una intención real de impactar en el exterior.
Se encontraría con grabaciones de Hitler. Una estrafalaria (pero posible) idea de guion reforzada por aportaciones tan sugestivas como un retrato muy creíble de cómo reaccionarían medios y políticos a un contacto extraterrestre. Y de propina, una visualización acerca del funcionamiento (en teoría) los agujeros de gusano, en plan montaña rusa demente.
Deep impact (1998)
El cine de catástrofes no suele ir demasiado de la mano del realismo científico (sin ir más lejos, "2012" fue escogida en la citada lista de la NASA como la película menos científicamente creíble de la historia). Sin embargo, "Deep Impact" sí que se esforzaba en reflejar cómo se mueven los asteroides en el espacio, qué pasaría si un fragmento de ellos entrara en nuestro planeta y cómo reaccionaría la NASA a tamaña catástrofe.
"Deep Impact" está llena de detalles que muestran una preocupación por el realismo poco habitual en el género: la génesis del tsunami y cómo se comporta éste, cómo una nave podría acercarse a un asteroide en movimiento (que contrasta con el dislate de "Armageddon", en la que los astronautas aterrizan a lo loco en un asteroide donde la gravedad es casi inexistente), a base de arpones que se enganchan a la piedra.
El único fallo: la película olvida muy conscientemente la fuerza cinética del asteroide, que podría calentar el planeta hasta hacer imposible la vida, incluso si se diera el caso de que lo hiciera desintegrado en millones de partículas minúsculas que arden al entrar en nuestra atmósfera. Pero claro, si nos ponemos en ese plan nos quedamos sin película.
Minority Report (2002)
Esta estupenda adaptación de Philip K. Dick a manos de Steven Spielberg tiene una merecida fama de haberse sabido anticipar a determinados avances tecnológicos, especialmente en los relativos a los de gestión de información y gadgets varios: el caso más claro es el de las interfaces multitouch que muy poco tiempo después del estreno de la película se hicieron realidad.
Hay otras cuestiones que aparecen en la película y que podemos apostar sobre seguro a que podremos ver muy pronto en la realidad. Spielberg contrató a numerosos asesores tecnológicos para que preveyeran un futuro a corto plazo: anuncios personalizados analizando nuestras facciones, el e-paper, pantallas flexibles y demás maravillas y, por último, el software de predicción de delincuencia, que ya se está empleando en ciudades como Detroit, y cuyas aplicaciones son tan fascinantes como moralmente dudosas. De los jetpacks, maldita sea, aún no se sabe nada.
Buscando a Nemo (2003)
Vale, vale, de acuerdo, no es exactamente (no lo es ni remotamente, de hecho) ciencia-ficción, pero sí un buen ejemplo de cómo casi cualquier producción, por disparatada que sea su premisa (¡peces antropomorfos que hablan!) admite una aproximación científica, y esta puede enriquecer visual y conceptualmente el resultado final.
Al menos desde una perspectiva de realismo que afecte a toda la ambientación y al hecho, ehm, de que los peces no hablan. Por ejemplo, los animadores extirparon de la película (una vez ya incluidas) los decorativos laminariales, un tipo de algas que solo crece en aguas frías, después de que lo apuntara uno de los muchos asesores de la película, el biólogo marino Mike Graham.
Es solo un detalle: los animadores también recibieron lecciones sobre el aparato locomotor de los peces, cómo funcionan las olas, cómo la fauna aprovecha las corrientes y cómo los peces y fondo marino reflejan la luz.
Uno de los animadores, Robin Cooper, se tomó el trabajo muy a pecho: introdujo su brazo por el respiradero de la zona superior de una ballena gris muerta que apareció en la playa para tomar fotografías, y así reflejar fidedignamente el interior de este animal tal y como aparece en la película.
Primer (2004)
Shane Carruth hizo estallar cabezas a discreción en 2004 con "Primer", una película de ciencia-ficción dura que teorizaba con éxito acerca de los viajes en el tiempo. Y lo hace hasta el punto de plantear una película con paradojas y todas las intrigas derivadas del subgénero, pero que aún así resulta tremendamente creíble y realista.
El motivo: sobre todo, largas conversaciones plagadas de argot científico, quizás más que cualquier otra película de ciencia-ficción previa, lo que le da un tono muy denso y literario (y que supone el principal escollo para sumergirse en ella, uno que muchos espectadores no llegan a superar).
Por supuesto, los viajes en el tiempo no existen, y de hecho hay teorías que defienden la idea de que no pueden existir, pero si fueran posibles, si un par de científicos los descubrieran, construyeran una máquina y se enfrentaran a los problemas derivados de ella, es muy posible que sus diálogos y comportamientos fueran casi identicos a los que muestra "Primer".
Interstellar (2014)
Ya hablamos de la intensa relación de la última película de Christopher Nolan con la ciencia en nuestro artículo "Interstellar", una película de ciencia-ficción en la que la ciencia es (casi) más importante que la ficción.
Allí podéis acudir para más detalles acerca de una producción en la que ha colaborado estrechamente el físico teórico Kip Thorne y la productora Lynda Obst, que ya habían hecho en la citada "Contact".
Podemos ver cómo algunos nombres que hemos citado un poco más arriba se repiten en "Interstellar": Carl Sagan (autor de la novela que inspiró Contact y asesor de Kubrick) propició el encuentro entre Thorne y Obst; Spielberg, director de "Minority Report", fue el primer director interesado en "Interstellar"; la forma esférica y radial del Endurance de Interstellar recuerda a la estación de 2001 y Space X, la empresa que actualmente está cerca de hacer realidad la antcipación de Kubrick en 2001 recibió la visita de un Christopher Nolan en proceso de documentación.
Y hay mucho más esperando en "Interstellar" para los aficionados a la ciencia rigurosa: el cilindro de O'Neill, los agujeros de gusano, el comportamiento de los agujeros negros... De hecho, con el software que se creó para simular el aspecto y naturaleza de estos últimos en la película de la forma más realista posible se ha generado una situación paradójica: el programa empleado es tan detallista que sus cálculos se están empezando a usar en la realidad, de hecho, para estudiar los agujeros negros.
El cine consigue devolver así a la ciencia su legado de influencias, todo a partir de una creación enteramente ficcional. Ojalá sea solo el principio para una intensificación de esa comunicación mutua que nos ha dado tantas alegrías.
En Xataka | Por qué Philip K. Dick nunca dejará de ser el autor de ciencia-ficción definitivo
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