Netflix estrena producciones de terror de forma casi constante: es un género de moda y a veces es complicado separar el grano de la paja entre tanta casa encantada, maldiciones espectrales y vecinos de aviesas intenciones. Pero hay dos miniseries de reciente estreno ('Archivo 81', hace apenas unos días, y 'Nuevo sabor a cereza', el verano pasado) que establecen un singular diálogo entre sí y que hablan de muchas cosas y muy bien, pero sobre todo, de nuestra singular relación con las imágenes en movimiento.
Ambas miniseries tienen elementos definitorios en común. Para empezar, lo superficial: hay dos nombres importantes del género dentro de ellas. James Wan, creador de franquicias como 'Saw', 'Expediente Warren', 'Insidious' y de la reciente e inclasificable 'Maligno', es el productor de 'Archivo 81'; y Nick Antosca, uno de los renovadores del género en la actualidad, creador de la perturbadora 'Channel Zero', está también detrás de 'Nuevo sabor a cereza'.
Pero si nos adentramos en sus argumentos, hay más: ambas tienen una estructura narrativa alejada de las convenciones, sinuosa y donde no está nada claro qué de lo que se nos cuenta es cierto y qué una alucinación. 'Nuevo sabor a cereza', como siempre pasa con Antosca, juega a la extravagancia y la sorpresa constante y 'Archivo 81' es algo más rigurosa con sus alucinaciones, pero ambas juegan al despiste, a personajes que están sometidos a una presión de origen quizás sobrenatural y que les lleva a dudar de todo lo que perciben sus sentidos.
Y finalmente, las protagonistas de ambas son mujeres que viven un poco en una versión aterradora de 'Alicia en el País de las Maravillas', adentrándose en mundos cerrados que viven bajo sus propias y a menudo inexplicables reglas. En el caso de 'Archivo 81', Melody Pendras investiga en 1994 la existencia de un culto siniestro en un bloque de edificios donde cree que desapareció una mujer a la que no conoció. En 'Nuevo sabor a cereza', Lisa Nova se sumerge en la opaca trastienda de Hollywood cuando intenta vender los derechos de una película amateur que ha rodado.
El indescriptible magnetismo de la imagen en movimiento
Por encima de todo ello y del apabullante ritmo que ambas gastan, que les lleva a enhebrar una atmósfera asfixiante y única, casi psicodélica en el caso de 'Nuevo sabor a cereza', hay algo más que las vincula, y es curioso que sea algo tan definitorio en las que sin duda son las dos producciones de terror más singulares y personales de Netflix. Se trata del magnetismo de las imágenes en movimiento, del cine como industria o como medio expresivo: en ambas producciones se dota a lo audiovisual de características más cercanas a los objetos malditos o a los grimorios lovecraftianos.
En 'Archivo 81' ese concepto está en el mismo punto de partida de la serie: un joven restaurador de formatos caducos recibe un misterioso encargo. Encerrado en un complejo propiedad de una misteriosa asociación, tiene que recuperar las imágenes de unas cintas encontradas en un incendio. Son cintas grabadas por la mencionada Melody Pendras, y la exposición del chico a sus imágenes acabará generando inquietantes cruces entre el pasado y el presente.
También en el germen inmediato de 'Nuevo sabor a cereza' está el poder esotérico, indescriptible, de las imágenes: Lisa Nova hace un pacto fáustico con un productor cuando llega a Hollywood, y así la serie mira a los iconos clásicos de la literatura demoniaca. Pero es que, además, esa película amateur de su pasado y que fascina a todos los que se acercan a ella tiene impresa una huella negra y sombría. Cosas terribles e inexplicables pasaron en ese rodaje y ese elemento maléfico se traspasa a todos los que se acercan no solo a la producción, sino a la propia Lisa Nova, que parece un rollo de película viviente, ya que ha adquirido todo el malditismo de su propia creación.
Quienes hayan visto las dos series advertirán los parecidos claros entre Melody y Lisa, ambas empapadas de muerte y misterio por las respectivas imágenes inconcebibles que han generado, una como investigadora y otra como creadora. En el caso de 'Archivo 81' hay algo más: una serie de televisión perdida de los años ochenta, 'El círculo', que encuentra el protagonista en un mercadillo de cintas de VHS. No es la única referencia a imágenes "malditas", ya que otras dos vertientes muy distintas del audiovisual enfermo aparecen más adelante en la serie: las telenovelas y las snuff movies.
Esta idea del material audiovisual infectado y peligroso, que transmite el mal entre generaciones, entre clases sociales, entre planos de la realidad, entre especies incluso de forma invisible, está forzado en ambas series por la importancia que se da al tratamiento de los objetos físicos. En el caso de 'Archivo 81' es especialmente interesante la fascinación casi fetichista por los formatos caducos y por cómo se restauran: cintas de VHS y Beta, cámaras caseras, cintas de vigilancia, cassettes, todo es meticulosamente tratado como necronomicones de finales del siglo XX.
Netflix ha apostado así por dos series que van más allá de la inmediatez macabra de otras producciones de género, pero que también se distancian de los cuidadosos trabajos de atmósfera y personajes de Mike Flanagan, que con su 'Misa de medianoche' ha demostrado que también está explorando sus propias vías. 'Archivo 81' y 'Nuevo sabor a cereza' son dos historias muy actuales y al mismo tiempo adictas al pasado y a la celebración de los soportes físicos, conscientes de que las cintas, los discos y el papel llevan a cuestas un oscuro hechizo del que no es fácil escapar.
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