Un buen símbolo de lo que supone esta secuela del clásico de Ridley Scott de 1982 está en su banda sonora: samplea el legendario combo de saxo y sintetizador de Vangelis, que solo con dos notas nos transporta de golpe a aquel Los Angeles lluvioso y futurista, pero le enchufa el tratamiento Hans Zimmer. Una saturación a base de excesos cacofónicos, que hace temblar el sistema de sonido del cine.
Es decir, 'Blade Runner 2049' ha hecho los deberes y sabe qué caracterizó, qué hizo grande y qué convirtió en un clásico a su predecesora. Y la imita con buen gusto: con un gusto, de hecho, que a veces roza lo visionario y que, en una película sin un precedente tan notorio, podía haber levantado por sí solo un proyecto. Y entonces pone el volumen al once: de lo dramático, de lo visual, de lo ruidoso o de lo creerse digno de su predecesor. Y ahí es donde cojea.
Porque lo que 'Blade Runner 2049' no tiene demasiado en cuenta es que la película de Scott era una película sencilla. No simple, pero sí construida con elementos esquemáticos. Su argumento se puede resumir en cinco líneas: un cazador de androides se enfrenta a un puñado de ellos fugados y que quieren matar a su creador, y por el camino se enamora de un ser artificial. Todo sin apenas desviarse de una línea recta argumental notable por lo que tenía de elemental.
Tampoco a nivel conceptual 'Blade Runner' era excesivamente compleja: sus disquisiciones sobre las inteligencias artificiales tomando consciencia de sí mismas llevaban ya mucho tiempo siendo analizadas con mucha mayor profundidad por la literatura de género. Es su mezcla de una ambientación irrepetible, un ritmo y unos personajes absolutamente deudores de la literatura hard-boiled, un trabajo de atmósfera impecable y unos actores que dan trascendencia el enigma de sus personajes, lo que la convirtió en un clásico.
Ninguno de esos elementos, diseccionados, por sí solos, da a luz una película de la categoría de 'Blade Runner', pero justo eso es lo que intenta esta '2049': replicar la brillantez de la película de Scott imitando, potenciando, remezclando muchos de los elementos que hicieron grande a aquella. En algunos momentos, es indiscutible, lo consigue: el valor de la película de Villeneuve como espectáculo visual está fuera de duda. Pero hace falta algo más que eso.
Después del Apagón
'Blade Runner 2049' nos presenta a un nuevo cazador de replicantes, K (Ryan Gosling), al que pronto identificamos como alguien de naturaleza especial. Es él quien en el transcurso de una investigación descubre la posibilidad de que los replicantes se alcen contra los humanos gracias a la aparición de una criatura de cualidades casi crísticas, y que implican a un Blade Runner retirado y que tuvo una relación con una replicante, Deckard (Harrison Ford).
Denis Villeneuve ya demostró en 'La llamada' que es capaz de dar una capa de respetabilidad y prestancia visual a una invasión de pulpos gigantes del espacio exterior de toda la vida, algo que sin duda tiene sus inconvenientes. Los obvios: a veces, una invasión de pulpos solo necesita ser una invasión de pulpos. Pero en aquel caso, la novela de Ted Chiang de la que partía tenía una densa carga metafísica a la que el envoltorio solemne de Villeneuve le hacía justicia.
En este caso, sí y no. 'Blade Runner' no solo era una película de acción sobre caza de replicantes, pero como en una buena novela negra, las disquisiciones sobre la vida artificial y sus límites las aprendía Deckard a trompazos. Aquí Gosling se lleva unos cuantos, pero Villeneuve lo inunda todo de una trascendencia que confunde el meditabundo ritmo de Scott, lleno de significados, con gente haciendo pucheros porque esto es importante y hablamos del mismo secreto de la existencia aquí.
Y por cada paletada de cal de Villeneuve, hay una de arena. Por cada secuencia de acción impecable y filmada con gusto y ritmo (desde la que abre la película a la que enfrenta a Gosling con Ford, llena de encantadores guiños a una cultura pop que ha perdido todo el sentido) hay intentos algo banales de profundizar en la personalidad del héroe (cómo sus secuencias al más puro estilo 'Her' con la IA interpretada por Ana de Armas). Que, por muy bien rodadas que estén (la secuencia íntima entre ambos y una tercera persona tiene instantes cautivadores), delatan lo esquemáticamente construida que está su personalidad.
De hecho, Gosling y su típicamente hierática interpretación benefician al héroe. Donde en 'Drive' o 'Solo Dios perdona', su inexpresividad daba cierta dimensión de vacío y negación a sus personajes, aquí subraya su condición. Pero cuando se intentan añadir capas de significado a K, la cosa se dispersa un poco, porque '2049' quiere tener una narrativa tan parca como 'Blade Runner', pero a la vez ser más profunda. Momentos como la gran revelación ante el grupo de replicantes tienen algo de comedia involuntaria posiblemente no buscada. Y sin embargo...
Problemas de fondo
Y sin embargo, '2049' tiene multitud de brillantes ideas argumentales y visuales que luchan por permanecer en la memoria del espectador. Los escenarios post-apocalípticos. La personalidad de la IA de K. Todo lo relacionado con la génesis y crianza de los androides. La constructora de memorias. Los desconcertantes y agresivos tests que hace K cuando va a ver su jefa. Una amalgama de conceptos aislados que no van a ninguna parte, pero que demuestran que Villeneuve será un sentimental, pero también sabe entretejer buenas ideas de género.
El problema es que esas ideas están insertadas en un esquema algo obsesionado consigo mismo y en dejar bien claro que obedece a un legado histórico, porque sabe que al fan quizás eso le baste. Los guiños a 'Blade Runner' a veces son interesantes (decisiones de diseño tecnológico que se esfuerzan en dar un sentido histórico a estos treinta años de diferencia, sobre todo); pero la mayoría son perezosos (del caballo de juguete como paralelismo con los animales de origami a la aparición de Edward James Olmos) o, directamente, tan forzados que parecen directamente contractuales, como la aparición vía CGI de un famoso replicante.
Hay algo de robótico, de replicante -y por tanto, incapaz de experimentar empatía- en '2049': eso no quita para que, ocasionalmente, haya destellos de brillantez visual, generalmente para desarrollar ideas prestadas (la IA complaciente no es nueva, la forma de reflejarla sí; los escenarios postapocalípticos no son nuevos, pero los desoladores espacios en blanco y de colores chillones si aportan a un imaginario tan gastado). Es normal que, pese a su absoluto vacío de concepto, 'Blade Runner 2049' haya cautivado a críticos de todo el mundo, pero no es suficiente con replicar a una de las películas de ciencia-ficción más influyentes de la historia. Si juegas a eso, tienes que estar a la altura.
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