La reacción de público y crítica tras los primeros pases de 'Aniquilación' ha sido doble y prácticamente simultánea. Por una parte, 'Aniquilación' ha sido aclamada como una digna sucesora de la extraordinaria 'Ex Machina' (o los guiones de 'Dredd' o 'Sunshine'), una película que permite que Alex Garland siga forjando su carrera como gran renovador de la ciencia-ficción audiovisual moderna.
Por otra parte, muchos la ven como la excepción que confirma la regla, como la primera película que está recibiendo buenas críticas de los estrenos Netflix. Tras descalabros como 'Bright' o 'The Cloverfield Paradox', el servicio de VOD está ganándose cierta fama como productora incapaz de competir con los grandes estudios en sus mismos términos, o bien como un contenedor de la basura que no quieren los grandes estudios.
Esto ha sucedido, en ocasiones, con historias tan rocambolescas y reveladoras como la que rodeó a 'The Cloverfield Paradox', tercera entrega de la serie de películas producidas por JJ Abrams y vaguísimamente conectadas entre sí. Paramount iba a estrenarla bajo el título 'God Particle' después de abundantes reescrituras del guion. Su compra sucedió poco después de que JJ Abrams descubriera que después de retocar el guión de Josh Campbell 'The Cellar' y convertirlo en la segunda entrega, cualquier cosa podía convertirse en parte de la franquicia 'Cloverfield'.
Cuando empezó a rodarse 'The Cloverfield Paradox', Abrams veía potencial en el guión para convertirlo en secuela de Cloverfield, pero no había decidido cómo hacerlo. En marzo de 2015, Paramount decidió cerrar el subsello InSurge, a donde estaba destinada, y fue retrasando el estreno hasta llegar a abril de 2018. Pero llegado cierto punto, los ejecutivos decidieron que no iban a poder recuperar el dinero invertido (de 5 millones de dólares de presupuesto inicial a 40). Netflix pagó 50 millones por ella: negocio perfecto para Paramount.
La cuestión es que después... la crítica masacró a 'The Cloverfield Paradox'. La película es obviamente un refrito de ideas de tercera mano, por supuesto con sus valores -ya dependiendo de la afinidad de cada espectador con este tipo de historias-, pero de la que es normal que Paramount desconfiara. Sabía que, de estrenarse, el boca-oreja del primer fin de semana habría acabado con las posibilidades de recuperar la inversión -o al menos, no de hacerlo de forma tan limpia como ha conseguido gracias a Netflix-. Cabe preguntarse: ¿están locos en Netflix?
Qué quiere Netflix
En realidad, todo procede de un plan muy claro de Netflix, que pese a su opacidad ocasional, revela una clara estrategia. Como comentaba Joe Nocera en Bloomberg, el año pasado Netflix anunciaba sus cifras del último cuarto de 2017, y pese a su extraordinario aumento de suscriptores (117 millones a finales de 2017), las ganancias son minúsculas. Sin embargo, a la vez Netflix anunciaba que aumentaría su inversión en contenido, pasando de seis mil a ocho mil millones de dólares. En dos años, estos costes se han doblado y las cuentas no cuadran: los ingresos, obviamente, no han escalado del mismo modo, y desde 2012, la deuda de la compañía ha subido de 200 millones de dólares a 5.000 millones. Morgan Stanley, de Bloomberg, no prevé beneficios hasta 2021... en el mejor de los casos.
Aunque no lo parezca, la situación de Netflix es bastante delicada: depende casi exclusivamente de la venta de bonos de su empresa, es decir, que Netflix invierte sobre dinero prestado. Muchísimo: su intención es producir 80 películas en 2018, pero los riesgos son altísimos, sobre todo si el globo de las suscripciones se desinfla y la gente decide que no le vale la pena pagar por películas tan (se comenta) malas.
Netflix se ve en una carrera hacia adelante en la que no puede levantar el pie del acelerador: su presencia es fundamental para entender el actual panorama del VOD, pero todos sus competidores -los que tarde e imitando sus logros han decidido subirse al carro-, tienen más capacidad de aguante. Amazon es un pozo sin fondo, y tanto su catálogo propio -escasísimo- como sus condiciones -gratis para los clientes Prime- hacen pensar en una filosofía de esperar a que los rivales se desgasten. Y qué decir de Disney y su proyectada plataforma digital para 2019: posiblemente veamos cómo el panorama general vuelve a tambalearse.
Durante años (¡Netflix en Estados Unidos ha cumplido dos décadas ya!), la compañía se ha nutrido del grueso de los catálogos de las majors, cuando nadie apostaba por el modelo de negocio y buena parte de los beneficios de la compañía aún procedían del alquiler de películas en formato físico, una vía de ingresos de la que se desprendió hace relativamente poco. Pero ahora todas las compañías quieren estar en el juego del VOD, y las productoras saben que no solo no tienen por qué seguir cediendo los derechos de las películas, sino que no les conviene hacerlo.
Hasta el punto que Netflix comienza a considerar generar su propio contenido en vez de pedirlo a las majors. Netflix está invirtiendo cantidades desorbitadas de dinero porque no tiene otra: por ejemplo, aunque aún no hay noticias oficiales al respecto -de hecho, se ha llegado a negar por ambas partes-, puede que las series Marvel de Netflix, auténticas abanderadas de las ficciones de la compañía, acaben desfilando hacia la plataforma VOD de Disney. Tiene toda la lógica del mundo, como la tiene pensar que no vamos a ver nuevos superhéroes Marvel con serie propia en Netflix.
La cuestión final, lo que da la clave acerca de esta actitud de Netflix, es que el servicio no necesita que activamente veas una película. No necesita interesar al espectador al cien por cien. Ir al cine (o alquilar una película en pay-per-view) es un acto que conlleva la elección de una película, pagar específicamente por ella y, de forma implícita, desear que te guste. Aunque sea para no tener la sensación de tirar el dinero.
En cambio, con Netflix se paga por una librería que posibilita dejar las películas a medias sin remordimientos, probar los diez primeros minutos de un título que te hace gracia o una actriz que te llama la atención. Posibilita hacer la cena en los momentos aburridos de una película sin demasiados reparos y, por supuesto, las microsiestas en los momentos más agotadores de un binge-watching. Lo único que quiere Netflix es que, después de todo eso, pagues un mes más de suscripción.
Por eso no hay "premium" en Netflix. La misma suscripción que te permite ver la última película de Will Smith dirigida por el tío de 'Suicide Squad' te permite ver 'El taxista caliente'. Por eso a veces da la impresión de que Netflix apuesta por la cantidad antes que por la calidad.
Pero... ¿son realmente tan malas?
Hablábamos de una sensación de que Netflix se está convirtiendo en un contenedor de la basura que no quieren las grandes productoras. Esa sensación se debe sobre todo a la estrafalaria intrahistoria de 'The Cloverfield Paradox' y al decepcionante resultado crítico de dos películas de las que se esperaba más, 'Bright' y 'Mute'. Pero en realidad, el espectro es mucho más amplio: decir que todas son malas implica, en primer lugar, olvidar muchas producciones que no han estado nada mal. Y en segundo, dar por sentado que todo el mundo tiene los mismos gustos, cosa que tampoco es justo, como demuestra... Adam Sandler.
Para empezar, la cantidad de películas que ha producido y distribuido Netflix en exclusiva es apabullante. Es ridículo afirmar que 'Aniquilación' es la primera de calidad, cuando salta a la vista que hay decenas de títulos como mínimo, interesantes. Se acercan, en el momento de escribir estas líneas, a las setenta películas (y rebasan sobradamente las cien si contamos las ya anunciadas y de próximo estreno), y eso dejando fuera las películas no producidas por Netflix, pero sí distribuídas en exclusiva, donde hay cosas tan interesantes como 'Amor carnal', 'David Brent: Life on the Road', 'Godzilla: El planeta de los monstruos', 'Mindhorn' o 'El ritual'.
Pero es que limitándonos exclusivamente a lo que ha producido Netflix, hay títulos interesantísimos: la cautivadora historia de fantasmas 'Soy la bonita criatura que vive en esta casa'; la tronchante 'Ya no me siento a gusto en este mundo'; el drama de ciencia-ficción 'The Discovery'; la emotiva 'Tramps'; el contundente anime 'Blame!'; las adaptaciones de Stephen King 'El juego de Gerald' y '1922'... Y 'Okja' de Bong Joon-ho, por supuesto, que ya se nos ha olvidado pero levantó una considerable polvareda en su momento cuando se habló de un cambio de paradigma en la distribución y exhibición de películas.
Es más cómodo, eso sí -pero también un poco reduccionista- quedarse con los contratos de ocho películas con Adam Sandler ('Pixels, la película': 129 millones de dólares de presupuesto y 244 de recaudación; 'Niños grandes 2': 80 millones de presupuesto y 247 de recaudación; realmente, a Netflix le da igual la gracia que te haga a ti Adam Sandler) y con los 90 millones de presupuesto de 'Bright' que se han traducido en un lamentable 27% en Rotten Tomatoes. Pero no deja de ser una visión global algo injusta.
Por cada cabriola demencial como la de 'The Cloverfield Paradox', Netflix decide invertir 125 millones de dólares en lo próximo de Scorsese, 'The Irishman'. Y mientras tú pagues para contemplar el espectáculo, esa -algo inmerecida- fama como contenedor de basura audiovisual es lo de menos.
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