'Cruella' da al fin con la fórmula perfecta para las adaptaciones 'live-action' de sus clásicos animados: traicionarlos sin miedo

'Cruella' es parte, en principio, del sistemático traslado que está haciendo Disney de toda su mitología animada a imagen real. Es una operación que nos ha brindado algún momento afortunado, como 'El libro de la selva', unos cuantos desastres como 'Aladdin' y un montón de mediocridades como 'El rey león'. Pero con 'Cruella' parece haber acertado al fin, con una película con personalidad y que olvida a su referente animado.

El secreto estaba, cómo no, en recurrir a alguien con la suficiente personalidad como para inyectarle nuevos bríos al personaje. En este caso, con un par de elecciones muy inteligentes por parte de Disney: además de inspirarse en una historia de Aline Brosh McKenna (guionista de 'El diablo viste de Prada', a la que 'Cruella' le debe mucho), están el director Craig Gillespie, que escribió y dirigió la estupenda 'Yo, Tonya'; y el coguionista Tony McNamara, nominado al Oscar por 'La favorita'.

Ambos son responsables de retratos iconoclastas de unas cuantas mujeres que no encajan con el arquetipo de villanas, pero desde luego tampoco en el de heroínas. Mujeres que no renuncian a la ambigüedad moral para llevar a buen puerto sus planes, y que en cualquier caso, tienen un trasfondo psicológico algo más complejo que el de tantos antihéroes masculinos que son, simplemente, bombas con la mecha muy corta.

'Cruella' pertenece a esa estirpe de heroínas de corazón rebosante de heridas en perpetuo estado de cicatrización. Es decir, una relectura de la villana de '101 Dálmatas', que como Maléfica en 'La Bella Durmiente' original, era una tiparraca malvada sin dobleces. 'Cruella' traiciona sin problemas a la película de la que se supone que es precuela (es absolutamente imposible que esta Cruella y aquella sean la misma), y precisamente por eso triunfa: es capaz de volar libre y dejar que el clásico siga siendo un clásico revisitable, y en el presente podamos plantearno otras cuestiones.

El diablo viste de Vivienne Westwood

'Cruella' cuenta cómo Estella, una joven de indómita creatividad y sentido de la moda (Emma Stone) entra a trabajar a las órdenes de la estirada Baronesa (Emma Thompson), dueña de un emporio de la moda y con unos cuantos esqueletos en el armario. Pronto, los traumas y la personalidad de Cruella salen a la luz, estallando una guerra de estéticas alucinantes.

'Cruella' adorna su desarrollo con guiños a la película original (la relación de la protagonista con los dálmatas, el personaje de Anita, los dos secuaces, la fisicidad del personaje en secuencias como la de la persecución automovilística), pero no depende de ella. Esta Cruella es otra muy distinta. y Gillespie y McNamara se divierten jugueteando con una serie de dobleces morales muy interesantes: Cruella es una identidad de supervillana de la moda que la auténtica Estella deja salir para sembrar el caos.

Y ese caos lo siembra a golpe de creatividad, con unas performances que subrayan el espectacular trabajo de diseño de producción que tiene la película. Entre las dos Emmas se ponen un centenar de modelitos espectaculares que tontean con una idea bastante gamberra: Cruella inventó la estética punk, del mismo modo que los distintos villanos Disney han sido, a lo largo de la historia, iconos de la transgresión visual y el libertinaje moral.

'Cruella' es una película perfectamente equilibrada, de dos horas ágiles y sin demasiadas concesiones, y rebosante de detalles: de las interpretaciones de los secundarios (el dueño de la tienda donde trabaja Estella es increíble, necesito un spin-off solo para él) a los espectaculares escenarios llenos a rebosar de extras, de ideas como la multiplicación de las Cruellas a diálogos que supuran veneno y malas intenciones. Aunque, como siempre en Disney, el resultado final sea mayormente inofensivo, 'Cruella' es una fenomenal comedia pop llena de vitriolo visual.

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