El inevitable aviso que, más que nunca, se me antoja obvio. Pero nunca está de más porque no querría ganarme fama de, precisamente, lo que estoy criticando: todo lo que se cuenta en este artículo son experiencias personales y obedecen a la opinión del autor. Nadie te está diciendo cómo debes ver películas, o incluso si debes verlas. Anda que no hay cosas que hacer (y formas de hacerlas).
Nunca he soportado a los repartedores de carnets, una subespecie del mundo fan especialmente cargante y que en base a términos completamente artificiales (a veces uno diría que incluso inventados), juzga la pureza de la afición del prójimo. Eres buen fan porque tienes la edición original de tal cómic, o porque viste en el estreno tal película o porque conocías tal grupo antes del primer disco, cuando solo tocaban en vinaterías de su pueblo.
La pureza del fan a mí siempre me sonó a lo mismo que me suena la pureza de la raza: una cosa rancia con connotaciones peligrosas. Y siempre se ha padecido: cuando el cine en versión original era mucho más inaccesible, por ejemplo -incluso para los exégetas de la Cinefilia Buena- había otros cánones. Consumir el cine en salas, cine europeo por encima del cine de Hollywood, temas sesudos por encima de los comerciales. Muchas de esas cuestiones siguen activas, muchas han quedado para nostálgicos de la vieja guardia, muchas se han transformado con la llegada de nuevas formas de consumir películas.
Y así, ahora hay Formas Correctas de ver cine, beneficiadas por la posibilidad de replicar en casa una buena sala de cine. Ya no hace falta ir a las salas, pero puedes ponerte un buen equipo de sonido en tu hogar, comparable con los de los expertos en audio. Pantallas y proyectores rivalizan en tamaño y definición con los de salas profesionales. Hay una visualización de las películas que es un ideal platónico, y claro, verlas a trozos es una afrenta no ya a ese ideal, sino directamente al mismo concepto del séptimo arte.
La matanza de Texas de las películas
Siempre firmemente defensor de que cada cual disfrute de la cultura como le dé la gana, ya no es solo que me parece bien dejar en paz a quien quiera ver las películas a cachos, sino que incluso le encuentro ciertas ventajas a la experiencia. En mi caso, como en el de muchas personas con las que comparto esta costumbre, se trata de una decisión tomada en buena parte por las circunstancias. La falta de tiempo, a lo que se suma el trabajo.
En mi caso, mi trabajo me obliga a ver películas y series sin parar. Unas las disfruto más, otras menos, pero tengo literalmente que encontrar huecos a lo largo de mi jornada para ver cosas. Rara vez me puedo permitir hacer una pausa de hora y media como mínimo para ver una película, me imagino que como la mayoría de la gente, pero en mi caso... estoy obligado a hacerlo. Las pausas de cuarenta y cinco minutos o una hora me permiten ver con facilidad media película o un capítulo de una serie, y en dos días puedo haber visto una película, que tampoco está tan mal.
Por supuesto que prefiero ver las películas como fueron concebidas, de una sentada. Como a todo hijo de vecino. Solo digo que no es ninguna afrenta al canon cultural el ver las películas en un par de tandas (o las que sean): si una película me gusta mucho, ya me las ingenio para encontrar la oportunidad más adelante de disfrutarla de una sentada, del mismo modo que hago todo lo posible para localizarla en blu-ray, en ediciones con buenos subtítulos y de potenciar aspectos como la reproducción del audio o la calidad de imagen cuando tengo la oportunidad.
Pero vengo de una época en la que los aficionados al cine extraño vivíamos de pagar fortunas para intercambiar con coleccionistas de la otra punta del mundo copias de sexta generación de clásicos del infragore picante o películas de ninjas procedentes de países que el derecho internacional no había reconocido, con el formato hecho trizas y dobladas al tailandés. Claro que nos habría gustado recibir ediciones prístinas de las mayores rarezas, pero si las palabras Video Search of Miami o Psychotronic Encyclopedia te resultan familiares, sabrás que la calidad técnica es secundaria: a veces lo importante es ver la película, no importan las condiciones.
Y eso también afecta a cómo te organizas para verlas. Si particularmente ver las películas partidas no me ocasiona ningún trauma, y me permite ver todas las que me apetece... ¿quiénes son los demás para juzgarlo? Y sí, particularmente creo que es distinto a la moda de ver las películas con la velocidad multiplicada por 0'5, pero entiendo que las generaciones cambian y lo que a mí me resulta insoportable (no me importa que una película se vea borrosa, pero la velocidad es la que es) a un espectador más joven habituado a picotear infinidad de vídeos por redes sociales, no se lo tiene por qué parecer. Lo que está claro es que si no soporto que a mí me den el carnet de Buen Cinéfilo, no seré yo quien caiga en esa trampa.
Los efectos de la carnicería
La pregunta clave es: ¿cambia nuestra percepción de la película cuando la vemos a trozos? Buena pregunta, y aquí me temo que cada cual tendrá su percepción, del mismo modo que posiblemente no es lo mismo disfrutar de una película en una tablet, un portátil o un móvil que en la gran pantalla de un auditorio. Es posible que, dividida en dos (o más), una película que habría sido insufrible durante hora y media se haga más llevadera. O viceversa, que se estire hasta el infinito lo que estaba planteado como una experiencia breve e intensa.
Entiendo que partir películas es romper el ritmo inicialmente previsto por el director, pero también tengo la sensación de que el ponerse especiales con cómo ve la gente las películas en vez de dejar que los chavalotes caminen como ellos camelan, que diría El Fary, es algo muy de ahora. Ahora que todos tenemos un cine en miniatura en casa, decidimos cuál es el mínimo de "cine" permisible en un visioonado. Y se nos olvida el pasado, cuando el cine era un entretenimiento para las masas, incluso en las salas.
Por ejemplo, hace ya unas décadas las películas se consumían en sesiones continuas. El espectador entraba al cine y podía ver la segunda mitad de una película, y luego quedarse a ver cómo empezó. Una aberración a los ojos actuales, pero que entonces era, simplemente, una forma de maximizar el precio de la entrada. Y cuando la emisión de las películas se hacía en una emisión lineal de televisión, las interrupciones por publicidad y el no respetar las horas de inicio estaban a la orden del día.
Del mismo modo, si nos ponemos especiales, podemos abrir el melón del cine doblado, a mis ojos una forma de mutilar una película mucho más grave que verlas en dos tandas (aunque tampoco le voy a imponer esta visión a nadie). Hay incluso quien dice que los subtítulos son un problema, porque perturban la percepción original de la imagen, re-enfocando la atención del espectador y generando un foco de brillo que no era el original. Y sin embargo, yo prefiero un buen subtítulo que perderme parte de los diálogos.
Puede que nos hayamos vuelto muy delicados con el paso de los años, y paradójicamente, más en una época en la que estamos obligados a exprimir nuestro tiempo hasta extremos asfixiantes. Al fin y al cabo, seamos honestos y un poco menos impertinentes: si ver las películas divididas en capítulos al gusto permite hacerlo sin sufrimiento... ¿eres tú quien va a dar o quitar permisos?
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