Partamos de un hecho más o menos incontestable: replicar a la perfección todos los matices, meandros narrativos y delirios cósmicos del clásico de la space opera literaria de Frank Herbert de 1965 es una tarea prácticamente imposible. No porque la novela sea especialmente compleja a nivel narrativo, ni siquiera porque sea demasiado larga (más de seiscientas páginas, pero no suceden tantas cosas), sino porque la novela es poco cinematográfica.
En el libro hay personajes importantes que mueren en off y elipsis que duran años. Se leen continuamente los pensamientos de los personajes, algo impensable en pantalla. El lore del mundo en el que se desarrolla 'Dune' se explica no solo con larguísimas disgresiones, sino también con apéndices y documentos extra. 'Dune', pese a la épica de su concepto, huye además de la espectacularidad.
En cierto sentido (y ahí acaban todos los parecidos, no nos alteremos) tiene elementos en común con 'Fundación', que también se enfrenta en breve a una adaptación peliaguda: en la novela de Asimov no hay protagonistas claros, se plantean elipsis que duran décadas y no visualizamos enfrentamientos ni acción, solo luchas de intelectos y políticas. En 'Dune' de Frank Herbert tenemos algo más de acción, pero los diálogos, los sobreentendidos y las referencias a conflictos que suceden fuera de campo son constantes.
Es decir, la adaptación, la infidelidad a la letra es obligatoria. Y Denis Villeneuve sale airoso del empeño, del mismo modo que salió en su día de otro par de adaptaciones ('Enemy' y 'La llegada') que se basaban en originales literarios que por momentos rozaban la abstracción. Aquí Villeneuve elimina capítulos que sirven en el libro para enriquecer el mundo y se detiene en los que puede rascar algo de espectacularidad, como los combates cuerpo a cuerpo que Herbert despacha en pocas páginas. Y sobre todo, en el núcleo de la película: el ataque a la base de los Atreides en Arrakis, un capítulo al que Herbert no da demasiada importancia -pese a ser esencial para la trama-.
El resultado indiscutiblemente da en el blanco: el 'Dune' de Villeneuve es, sin duda, 'Dune'. No tiene necesidad de eliminar personajes ni de condensar varios en uno (algo que vemos tan a menudo en las adaptaciones), y hasta los cambios de raza y género, inevitables a causa de las décadas que median entre libro y película, se sienten lógicos y meditados. Todos los personajes remiten físicamente y en el comportamiento a los originales, aunque obviamente Villeneuve se toma libertades con escenarios descritos muy someramente por Herbert.
Quizás los grandes hallazgos de Villeneuve están en la visualización de elementos de la novela que aquí quedan algo infraexplicados para el espectador casual, pero que el lector de Herbert identificará sin problemas. La rapidez de cálculo de los Mentats, por ejemplo, se explicitan con un gesto facial casi robótico. Y el carácter político de la profecía que sostiene la historia y las lecturas sobre la eugenesia de los actos de las Bene Gesserit aquí solo se mencionan, pero están.
El espectáculo de las dunas
¿Habría sido más rico este mundo si hubiéramos visto más y mejor de la guardia imperial, los Sardaukar? Sin duda, pero con una escena en la que las tropas son bendecidas y un Sardaukar habla con el Mentat del Barón Harkonnen, nos hacemos a la idea. ¿Nos gustaría ver más secuencias de miedo y asco en el palacio Harkonnen? Por supuesto, pero entre Dave Bautista y Stellan Skarsgård ya nos llevamos un estupendo recital repulsivo de la familia de nobles.
Quizás ahora queda la pregunta de si 'Dune' funciona como película de ciencia-ficción por sí misma, y no solo como buena adaptación. Quizás aquí sea donde el proyecto cojee algo más: durante todo el metraje se nos prepara para un tercer acto que, sencillamente, nunca llega, porque pese a que ya vamos avisados, lo cierto es que esta primera parte de 'Dune' acaba abruptamente y sin concluir su historia, ni siquiera de forma parcial. (Es más, consume mucho más allá de la mitad del libro, aunque ese es un problema del que no tendremos que preocuparnos hasta dentro de un tiempo).
Entre medias, Villeneuve deduce cómo funciona la espectacularidad y la grandiosidad que estaba en la novela de Herbert a veces solo entre líneas y le funciona. El opresivo vestuario y los ritos de las Bene Gesserit, las inmensas naves nodrizas, las legiones de tropas de las distintas Casas... Villeneuve entiende qué ha fascinado durante décadas a miles de lectores de la saga, y lo plasma en pantalla con seriedad (a veces demasiado: qué hombre más poco dado al humor) y un sentido de la espectacularidad solemne y desbordado.
Puede que Villeneuve haya jugado en exceso a dejar huecos en la acción y la caracterización de los personajes, porque sabe que los devotos de la franquicia literaria los rellenarán sin problemas. Pero... ¿y el resto de los espectadores? ¿Tolerarán un final con un "continuará" totalmente abierto? ¿Perdonarán que algunos personajes apenas aparezcan en un par de escenas solo porque en el libro están más desarrollados? Esta es una apuesta arriesgada, sin duda, pero una que, de momento, se salda con resultados muy reseñables.
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