No sé qué queréis que os diga, pero a mí las series no me representan. Os cuento. A estas alturas de noviembre, con la temporada televisiva de otoño más que puesta en marcha, ya hemos tenido la oportunidad de ver los nuevos títulos y también los regresos de nuestras series favoritas. El caso es que, a punto de llegar al 2015, con los smartphones a la orden del día en una población ultrajada por el doble check azul del whatsapp, los protagonistas de las series como que no son muy tecnológicos ¿verdad?
Estos días he visto mucho capítulo y la integración de dispositivos y aplicaciones que forman parte de nuestro día a día de forma orgánica o natural es aún la excepción a la regla. Se aprecia cierto interés en mostrarlo, pero los métodos se antojan demasiado obvios, casi como si gritasen ¡mira, soy moderno, mi protagonista está subiendo una foto a Instagram! Suelen ser apariciones muy subrayadas y presentes. Vamos, que no hay término medio; o dejan mensajes en el contestador o se frena el fluir de una secuencia para hacer una mención a un hashtag.
Una de las bases de la narrativa es el ser capaz de crear unos códigos que conecten con el espectador y le arrastren a la historia que se quiere contar. Digamos que el bagaje histórico de la ficción ha ido añadiendo esquemas, fórmulas o claves al “software descodificador” del espectador, que se asoma a ciertas herramientas y las asume con total normalidad. Como contaba cuando hablaba de la tecnología como el terror del guionista audiovisual, solíamos aceptar esas casuales pérdidas de cobertura o que el personaje pertenezca a esa especie rara de gente que aún revela fotos de forma habitual. Pero ya no vale; no debería valer. Hemos de encontrar nuevos códigos; unas fórmulas que no sólo integren sino que aprovechen de verdad el papel que tiene la tecnología hoy en día en nuestra rutina.
Ey, este el teléfono de Gina. Deja un mensaje, aunque no lo escucharé porque no estamos en 1993.
Basta. Basta de actuar con total normalidad cuando llaman por teléfono y les salta el contestador. Todos sabemos que la reacción inmediata real es maldecir en arameo porque te han cobrado establecimiento de llamada para nada, porque mensaje no vas a dejar. ¿Quién demonios utiliza el buzón de voz estos días? Que no, hombre. Si hemos estado un par de horas desconectados, lo más parecido al TIENE CINCO MENSAJES NUEVOS, es ese globito rojo maldito que aparece sobre el icono de Whatsapp con un glorioso 172. Para algunos sería una señal de alarma; para otros un día de los relajados entre esos grupos de amigos donde parece que nadie trabaja.
Sea como sea, la mensajería instantánea forma una parte tan natural de nuestra rutina que cada vez resulta más difícil aceptar tramas cuyo conflicto nazca de una llamada perdida o un mensaje no escuchado. Incluso de un móvil sin batería. Sólo de pensar en un personaje sacando una de esas pequeñas baterías portátiles para cargar el móvil con total naturalidad me da un escalofrío de emoción. Ahí hay un gag fantástico para una comedia de terror.
Credibilidad vs. estética
Pero claro, las pantallas son muy la antitelevisión. Mostrar a un personaje escribiendo delante de un ordenador, picando código o comprobando los mensajes del móvil es poco visual, estético o dinámico. Ante esto hay dos opciones: u obviamos su uso o buscamos una forma de integrarlo en la narración. Algún elemento visual (¡Qué bien lo hacían en Sherlock!) o una voz en off es lo más habitual hoy en día, pero son ejemplos de esos recursos obvios que comentaba al principio; son esporádicos y se sienten como un intento de fardar más que como una consecuencia natural a la relación con la tecnología de hoy en día.
South Park resume sin tapujos y muy acertadamente el funcionamiento de los jueguecitos sacacuartos
Una de las grandes virtudes de ‘South Park’ es la celeridad con la que se producen sus episodios. Desde que se conceptualiza hasta que se entrega terminado pasan solamente seis días, lo que les permite estar completamente pegados a la actualidad. Uno de los últimos entraba a saco con los juegos freemium que tanto lo petan; quién no tiene ese amigo que te satura con notificaciones de invitacion al Cucaracha Rescue Saga. De hecho, también apuntaban a otro tema de actualidad con la polémica en EEUU con las apps que ponen en contacto a conductores y viajeros, algo parecido a los dilemas que hay en España con BlaBlaCar. Querido Hollywood, el autostop es de los noventa.
En ‘A to Z’, una de las nuevas comedias ñoñas que buscaban convertirse en la nueva ‘Cómo conocí a vuestra madre’, los dos protagonistas se buscan y rebuscan en las redes sociales para espiar fotos, comentarios o gustos; él trabaja además en una empresa en pleno desarrollo de una aplicación tipo Tinder. En ‘Selfie’, la vida social digital de la protagonista es el centro de la historia –y se recurre a códigos visuales que acaban saturando la pantalla- y en ‘The Affair’ hay una pequeña trama por bullying a través de las redes sociales. Pero es como decía; o es el centro, muy obvio, o directamente no es. No encontramos a personajes jugando a 2048 en el retrete, no miran la hora en el teléfono o lo usan como despertador, no colocan su Smartphone en unos altavoces y utilizan una lista de Spotify o buscan cualquier información relevante para la historia en una tablet y la envían por DLNA a la pantalla de la televisión. Bueno, en 'Hawaii Five-0' sí, pero no cuenta porque son polis y los polis necesitan gadgets para ser cool.
Mi serie tendría a personajes contestándose con GIFs, usarían el teléfono para iluminar debajo del asiento y buscar algo perdido, verían entretenimiento en el portátil y enviarían los artículos de sus amigos a Pocket para después no leerlos nunca. No son cosas importantes ni relevantes para el devenir de la historia ni para el desarrollo de los personajes, pero son esos pequeños detalles rutinarios los que acercarían el contexto tecnológico actual a la ficción, un ámbito que no es otra cosa que un reflejo de la realidad y de cómo somos. Lo decía cuando hablaba de las visiones postapocalípticas del futuro a raíz de ‘The Leftovers’, la ciencia ficción futurista no hace otra cosa que reflejar nuestras preocupaciones de hoy; cómo nos vemos.
Personalmente echo en falta que las historias del ahora reflejen más esa relación que tenemos como la tecnología. Sin hacer juicios de valor; sin mostrarlo como algo bueno ni malo (como tan bien hacen en 'The Good Wife'), sin criticar que hablamos menos cara a cara o que nos hemos vuelto vagos; sin demonizar ni santificar. Simplemente porque es así; porque las utilizamos, porque forma parte de nuestro día a día y es algo tan orgánico como el ducharse antes de ir a trabajar.
¿Qué otros ejemplos habéis visto en cine o televisión? ¿Qué otros gestos tecnológicos echáis de menos en la ficción?
En Xataka | 'Coherence' y otros ejemplos de que la buena ciencia ficción no tiene que ser cara
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