Si algo nos ha enseñado 'Juego de Tronos', 'Marvel' y 'Star Wars', es que pocas cosas hay más polémicas que los spoilers. Algunos los aman, otros los odian, pero no parece haber un consenso claro al respecto. Algo especialmente llamativo cuando hoy, más que nunca, la cultura importa. Nos gusta debatir. Comentar nuestras perspectivas, compartir nuestros sentimientos. Y como Internet lo permite, nos gusta hacerlo ya. En el mismo instante que lo sentimos. Algo que hace del spoiler un evento inevitable.
Es por esa razón que no sería exagerado decir que, para bien o para mal, vivimos en una cultura del spoiler. Un contexto sociocultural en el cual, por nuestra capacidad de acceder de inmediato a cualquier contenido, es necesario comentarlo todo al instante. Ahora, no mañana, porque mañana hay otras siete cosas por comentar. Algo que ha provocado una profunda división entre las personas. Quienes abogan por el spoiler, enarbolan su derecho a saber y comentar lo que quieran; por su parte, los detractores del spoiler, afirman que no tienen por qué sentirse como andando por un campo de minas cuando entran en Internet. Pero, ¿cuál de los dos tiene razón?
De eso nos interesa hablar aquí. De cuál es la importancia real del spoiler. Si, como dicen sus detractores, arruina irremediablemente el disfrute, o, como defienden sus apologistas, en realidad no tiene efecto alguno o incluso es beneficioso. Y también algo incluso más importante: por qué parecen importarnos más los spoilers cuando se tratan de grandes eventos culturales como los que hemos citado al comienzo.
¿Qué es lo que entendemos por spoiler?
Dada la vivida discusión que existe en torno a los spoilers, sería lógico pensar que todos estamos de acuerdo en qué entendemos por spoiler. La realidad, sin embargo, es otra bien distinta. Para algunas personas spoiler es cualquier clase de información referida a una obra cualquiera, para otras incluso las opiniones generales o las emociones que generan podrían ser consideradas spoilers y un tercer grupo diría que sólo los giros y desvelamientos podrían ser considerados de esa forma. Todo visiones irreconciliables y que hace bastante difícil hablar del tema sabiendo de qué estamos hablando realmente.
Pero, para no complicarnos la vida, lleguemos a un compromiso. Vamos a considerar spoiler al hecho de desvelar una información relevante de la trama, sea o no sorpresiva, que podría cambiar la perspectiva del consumidor al conocerla.
¿Por qué elegimos esta acepción de spoiler sobre las demás? En esencia, porque sabemos que nuestro disfrute de las obras de ficción es dependiente de nuestra conexión emocional con la misma. Es decir, cuanto más nos implicamos emocionalmente, más disfrutamos de las cosas. Bajo esa concepción, conocer a los personajes y sentir simpatía por sus circunstancias no disminuiría nuestro disfrute, sino que lo aumentaría, así que parece razonable pensar que lo que podría arruinar el disfrute es conocer de antemano aquello que daría un vuelco a la premisa básica de la historia y los personajes. Los giros que están pensados activamente para conducir al lector por donde le interesa al autor.
Spoiler es, en suma, desvelar lo que el autor, activamente, ha elegido mantener oculto para sorprender.
Por qué hay quien odia el spoiler
Teniendo en consideración esta idea de qué es y, más importante aún, qué no es un spoiler, podemos empezar por hablar de las razones de aquellos que están en contra de los mismos. Y la primera de ellas, y seguramente la más importante, es que hacer un spoiler puede ser percibido como una falta de educación.
Entender esto no es difícil. La gente invierte emocionalmente horas de su vida en disfrutar de una serie, una película o un libro, y quitarles partes de esa emoción destripando lo que ocurrirá está feo. No hay, en principio, un motivo lógico para hacerlo. Si se hace conscientemente, sabiendo que se le está destripando algo importante a la otra persona cuando este no quiere que se le haga, sólo puede considerarse un acto de mala fe. Algo que se hace con la intención de hacer daño. Y, por extensión, sólo puede considerarse como una tremenda falta de educación y, seguramente, razón suficiente para que bloqueemos de inmediato a ese alguien en nuestras redes sociales. Si es que no dejar de sostenerle la puerta del ascensor cuando le vemos, si se trata de un vecino o compañero de trabajo.
A eso, la visión más radical de lo mismo, también añadiría que no es sólo una falta de respeto al spoileado como persona, sino también al autor como artista. A fin de cuentas, este concibió la obra bajo una determinada estructura donde ciertas clausulas permanecieran ocultas hasta un determinado momento. De ese modo, desde esa perspectiva, hacer un spoiler sería faltar a la obra y, en cierto modo, a la profesionalidad del autor, al utilizar sus intenciones como arma arrojadiza contra los demás. Algo de lo cual ningún autor que se precie estaría contento.
Ahora bien, sería injusto tratar esta idea como un absoluto. No todos los spoilers han nacido iguales. Primero, porque no es lo mismo la mala fe activa (spoilear con la intención de hacerlo) que la mala fe por descuido (spoilear sin la intención de hacerlo). A fin de cuentas, lo segundo, que a alguien se le escape un spoiler, que no pensemos exactamente en el contexto en que eso puede o no ser un spoiler para la otra persona, denota descuido, no mala fe. Todo esto suponiendo que haya algo realmente pernicioso en hacer spoilers. Algo que nos lleva al segundo punto. Al hecho de que no sabemos si un spoiler realmente arruina nuestro disfrute de la obra. Porque, si ese no fuera el caso, ¿qué sentido tendría reaccionar dramáticamente?
Pues bien, para tener una respuesta medianamente objetiva al respecto tenemos que acudir a la única disciplina que, quizás, nos pueda dar una respuesta. Debemos acudir a la ciencia. Y la ciencia dice que los spoilers quizás sí arruinan nuestra experiencia. Haciendo mucho énfasis en el quizás.
Para los defensores de la malignidad del spoiler, el estudio más relevante que se ha escrito es Spoiler Alert: Consequences of Narrative Spoilers for Dimensions of Enjoyment, Appreciation, and Transportation de Benjamin Johnson y Judith E. Rosenbaum. En este estudio los autores pretenden demostrar que los spoilers no sólo arruinan la anticipación, sino que además tienen efectos mesurables en lo que corresponde al disfrute general de las obras, no sólo el suspense de las mismas. Algo para lo cual se valieron de un método muy básico: cogiendo a un grupo de alumnos universitarios, repartieron entre ellos una serie de historias cortas, algunas con sumarios con spoilers y otras sin ellos, haciéndoles leerlas para que después juzgaran cuanto se han comprometido con las historias, cuanto se han emocionado y como de tensas les han resultado. Los valores fueron muy explícitos al respecto: no había nada positivo en quienes sufrían los destripes. Los spoiler siempre arruinaban parte de la capacidad de disfrute del lector.
El problema radica en lo que ya hemos señalado: sólo arruinaba una parte. Con los datos del paper en la mano, incluso si cogemos la peor varianza estadística posible, la diferencia en el disfrute de las historias con o sin spoiler no variaba significativamente. Es decir, según los cálculos del estudio, es indudable que el spoiler arruina el disfrute, pero también que lo hace más bien poco. Algo que puede hacer que sea un poco exagerado bloquear a nadie en redes sociales simplemente por hablar de tu serie favorita.
Y por qué hay quien ama el spoiler
En cualquier caso, además de que no hay ninguna demostración empírica de que los spoilers sean negativos, aún hay muchos motivos para estar a favor de ellos. El más prominente es uno que, además, nos resulta especialmente cercano: es imposible hacer crítica sin spoilers.
Si pretendemos hablar en profundidad de cualquier obra, es necesario hacer spoilers. Incidir en sus giros, en cómo se relacionan con la evolución de los personajes y la estructura de la obra. No importa la delicadeza que intentemos tener, pues si estamos haciendo crítica, si queremos analizar cualquier aspecto de una obra, ya sea académica o periodísticamente, necesitamos hacer spoilers. A fin de cuentas, la crítica es una forma de disección. Poner la obra sobre la mesa de operaciones, abrirla en canal y ver cómo funciona desde dentro. Comprender sus mecanismos, qué falla y qué sorprendentes nuevas conexiones existen dentro de ese organismo desconocido.
A ese respecto, es imposible estar en desacuerdo con los spoilers. No cuando la crítica debería ser algo más que un mero resumen. Porque, por más que nos hayan acostumbrado a ello, todo buen trabajo de análisis ha de aportar más que la suma de los elementos de los que se habla.
Por otra parte, y volviendo sobre algo de lo que ya hemos hablado, también podríamos defender los spoilers desde el punto de vista de la buena educación.
Encontrarse un spoiler cuando navegamos las redes sociales puede ser desagradable para algunas personas, pero también lo es encontrarte a alguien insultándote porque considera que le has hecho un spoiler. En ese sentido, tendríamos que razonar lo evidente: las redes sociales son eso, redes sociales. Lugares de encuentro y socialización. Es decir, tendríamos que aprender a tolerar, y aceptar, que no todo puede amoldarse a nuestro criterio. Y si bien está bien no aceptar lo que nace de la mala fe, pretender que nadie hable de cosas, ni siquiera de buena fe, hasta que a un determinado individuo le resulte conveniente, es una muestra diferente, pero igualmente existente, de la más pura mala educación.
También, si ampliamos un poco el foco, sería posible esgrimir una razón puramente individual. Hay gente que no soporta la ansiedad. Que, precisamente, aquello que buscan los demás, la incógnita, la tensión, es algo que les sienta mal y les hace sentir inquietos e inseguros. De ese modo, para esa clase de personas, el spoiler es una bendición, pues, al conocer el grueso de los acontecimientos, pueden disfrutar de lo que están viendo o leyendo sin estar preguntándose constantemente qué pasará. Algo que no podrían hacer sí, por el propio desarrollo de la obra, tuvieran que esperar semanas, si es que no meses o años, para conocer los giros que le tiene preparado el autor.
Ahora bien, para quien quiera erigirse como defensor del spoiler en sí mismo, nada de esto le resultará suficiente. Él necesitará que le confirmen que el spoiler es bueno. Que quien se queja es porque es un poco llorica. Y para él, la ciencia, también tiene buenas noticias.
Story Spoilers Don’t Spoil Stories de Jonathan D. Leavitt y Nicholas J. S. Christenfeld es un estudio que nació de la sana intención de averiguar qué hace disfrutable a una historia. Para ello, decidieron que la mejor manera era evaluar si, al spoilear el giro más relevante de la historia, el disfrute se mantenía o disminuía. Para ello, se amaron de unas cuantas historias cortas ('La apuesta' de Antón Chéjov, 'Un problema de ajedrez' de Agatha Christie, y varios relatos de John Updike y Raymond Carver) y separaron a los estudiados en dos grupos: a uno se le spoileó y a otro no. Al que se le spoileó se le hizo siguiendo un protocolo consistente en insertar antes de las historias una breve introducción crítica que no sólo hacía un resumen de la obra, como en el caso del estudio de Johnson y Rosenbaum o la mala crítica especializada, sino que además incidía en los aspectos estéticos y temáticos de la obra. Y, a diferencia del estudio que ya hemos visto, el resultado demostró que la gente disfrutaba sensiblemente más de las obras spoileadas. Al menos, siempre y cuando esos spoilers tuvieran un contexto.
De todos modos, demostrando altura de miras, Leavitt y Christenfeld no se conformaron con ese resultado. Antes de lanzar las campanas al vuelo, decidieron hacer un segundo experimento. En este, evaluaron dos veces el nivel de disfrute de la gente: primero antes de que llegaran al punto de aquello de lo que fueron spoileados y después al final de la propia obra. Algo que no cambio en nada los resultados. La gente seguía disfrutando más cuando sabían lo que ocurría, porque les permitía centrarse en los giros, la estética y los temas de los relatos.
Para rematar, decidieron hacer un tercer experimento. ¿Qué ocurriría si, en vez de introducir el spoiler en un prefacio crítico, lo introducían en la propia obra? Pues como descubrieron, eso destruía completamente el propósito del mismo. Cuando modificaban la propia estructura de la obra para introducir antes los giros, el disfrute de los participantes se desplomaba de forma evidente, demostrando así algo que debería ser obvio para cualquiera que haya escrito algo en su vida: la información no se ordena de un determinado modo por capricho, sino para conseguir un determinado efecto en el lector. Y al cambiarlo, también se pierden esos efectos.
Eso llevó a que los autores, dándole la razón a la gente que siente demasiada ansiedad al meterse en una historia como para no querer saber de antemano lo que va a ocurrir, llegaran a una conclusión lógica: cómo se llega hasta los giros es tanto o más importante que los giros en sí. La estructura de una obra, todas las decisiones que nos conducen hasta allí, son lo que hace relevante el giro. Por lo tanto, si bien un spoiler podría llegar a ser indeseable emocionalmente para algunas personas, en realidad no destruye nuestro placer de leer un buen libro, ver una buena película o disfrutar una buena serie.
Para confirmarlo, en una venia similar, si bien menos entusiasta, tendríamos un artículo muy reciente firmado por Alex Daniel y Jeffrey Katz llamado Spoilers Affect the Enjoyment of Television Episodes but Not Short Stories.
A pesar del nombre del estudio, lo que demuestran las estadísticas es que, por norma general, los efectos que tienen los spoilers sobre el disfrute de las obras, ya sean de televisión o literarias, son mínimas. El único efecto que pudieron discernir con claridad, siguiendo los estudios de Leavitt y Christenfeld, es que los avisos de spoiler son básicamente inútiles. Cuando a alguien se le dice que algo que se le va a revelar es importante, es cuando, repentinamente, le da mayor importancia. Aunque, como era de esperar, los cambios estadísticos en el disfrute percibido son tan nimios que tampoco se puede afirmar que su efecto sea precisamente devastador.
Al final, lo que nos demuestran estos estudios es que no existe una diferencia evidente en el disfrute cuando somos o no spoileados. En el caso más dramático, las diferencias son marginales. En el más realista, son prácticamente inexistente. Algo que hace que, atacar al spoiler por su condición de saboteador del placer, sea, al menos según lo que sabemos hoy, un completo absurdo.
Un caso singular: el spoiler en aquello que está de moda
Pero hasta aquí hemos hablado del spoiler en términos abstractos. De su efecto en historias que, en realidad, no tienen por qué importarnos demasiado. Y si algo sabe cualquiera que tenga Internet es que los mayores enfados proceden de otro lugar. De cuando alguien se le ocurre hacer un spoiler de alguna de las series o películas de moda. Eso nos hace preguntarnos, ¿por qué afectan tanto los spoilers sobre las películas de Marvel? ¿Por qué enfurece tanto a algunos que les destripen cualquier mínimo detalle sobre Juego de Tronos? Porque no son simplemente ficción: son eventos sociales.
Nos gusta sentirnos conectados a otros. Ser parte de un colectivo. Y, desde el principio de los tiempos, esa función ha recaído sobre las leyendas, los mitos y las historias, que hoy han tomado la forma de determinados libros, películas y series de televisión, que leemos, en ciertos grupos sociales, todos al unísono. Es decir, funcionan como catalizadoras de la identidad del grupo, nos definen como parte de un grupo de personas. De ahí que las reacciones al respecto sean, también, mucho más encendidas.
Para algunas personas, esa actividad comunitaria que supone estar al día de la historia que sea esté de moda entre su grupo social, puede ser arruinada a causa de los spoilers. Haciendo que ya no se sientan conectados con los otros. Por esa razón, cuando hablamos de obras tremendamente populares, el spoiler ya no tiene nada que ver con el placer alguien siente viendo o leyendo una determinada historia, sino con la conexión que siente con un determinado grupo de personas al poder compartir la experiencia de asistir al desarrollo de una historia en la que están todos emocionalmente implicados. Exactamente igual que ocurre con el deporte y el seguimiento de los equipos de fútbol, donde sentimos que sus triunfos son los nuestros. Por eso, el valor de esta clase de historias no radica en si son buenas o malas, sino en el hecho de cómo les afecta a todos por igual la muerte o el triunfo de un Stark o un Lannister, igual que, si habláramos de aficionados al fútbol, les afecta a todos por igual, dentro de su grupo, un gol de Messi o Ronaldo.
Pero, dado ese carácter tribal de las producciones de moda, también se puede defender que el spoiler tiene un carácter casi necesario. La charla tras un capítulo memorable o una película que llevábamos mucho tiempo esperando es tan importante como el hecho mismo de haberlo visto. Por esa razón, criticar el spoiler en estos casos, resulta absurdo. Al menos, en la medida que sería priorizar la necesidad de aquellos que no quieren ser spoileados sobre la necesidad de aquellos que quieren ahondar en sus lazos de grupo al compartir sus emociones sobre lo ocurrido.
Es decir, es lógico quien no quiera que le destripen el evento de moda, pero también es lógico quien quiere comentarlo y gritar a viva voz su emoción, porque esa es su función. Ser compartido. Y en llegar a un entendimiento entre ambas partes debería estar la verdadera cuestión de fondo.
El spoiler no es ni bueno ni malo: depende de cada cual
Todo esto significa que, hablemos de eventos culturales o de obras de arte, el tema del spoiler sea uno ambiguo. Uno donde ambas partes tienen un poco de razón. A fin de cuentas, incluso si los spoilers no tienen efecto real sobre nuestro disfrute, algo en lo cual los científicos no se ponen de acuerdo, sí lo tienen sobre nuestra percepción de la misma. Y eso puede ser tanto o más relevante que lo que ocurra de verdad.
Por una parte, porque no sabemos si los estudios científicos están en lo cierto. La ciencia siempre está en progreso, por tanto no se puede tomar sus conclusiones como verdades objetivas y, como señala el propio Christenfeld, la única manera de poder hacer un estudio concluyente al respecto sería darle al mismo individuo la misma obra a leer dos veces, spoileada y sin spoilear, por primera vez. Un imposible ontológico irresoluble. Por otra parte, porque eso no anula los sentimientos de las personas. Si alguien se siente mal siendo spoileado, que ese sentimiento tenga base o no, no corresponde a nadie más que a él mismo decidirlo. Por eso el respeto a los otros, la buena educación y no ser unos completos cretinos que pasan por encima de los demás, debería primar sobre nuestra opinión sobre los spoilers.
Algo que también implica respetar el derecho al spoiler. Saber que una crítica nunca va a ser un espacio libre de spoilers, que un artículo no tiene por qué avisarte de spoilers y que las conversaciones de los demás no tienen por qué modularse por si acaso llegan a tus oídos. Porque el respeto, también, es respetar la libertad de los otros.
A fin de cuentas, lo importante no es si de verdad los spoilers arruinan o no la diversión. Si pueden arruinar la serie de moda o la película evento de la temporada porque, más allá de sus giros, lo realmente importante en esa clase de historias es sentir lo mismo que han sentido los otros miembros de la tribu. Algo para lo cual ayuda la buena educación. Respetar a los demás, ser considerados y tener en cuenta que, por más que resulte difícil de entender, los otros pueden sentirse de un modo diferente. Ya sea porque les molestan los spoilers, o porque de hecho disfrutan más de las cosas cuando los leen.
Imágenes | Jason Eppink
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