La cuarta temporada de 'Black Mirror' vuelve a ofrecer tecnologías y géneros para todos los gustos

La antología es un formato televisivo complicado. Por definición -una serie de episodios desconectados que con cada entrega cambian la historia, los personajes, el reparto e incluso género (aunque normalmente no el tono)- es una estructura que dificulta la fidelidad de la audiencia, no sólo por la falta de continuidad sino también por la frecuente irregularidad de interés o calidad entre episodios.

La antología televisiva llevaba muerta décadas hasta que la práctica de estructurarlo por temporadas resucitó el formato hace unos años con 'American Horror Story', a la que siguieron títulos como 'Fargo', 'True Detective' o 'American Crime Story'. Más recientemente está renaciendo también la estructura episódica, y encontramos producciones como 'Room 104', 'Easy', Electric Dreams'o, próximamente, 'Castle Rock'.

La esencia pesimista y hater de 'Black Mirror' nace de la misantropía y la poca fe en la naturaleza humana, y no del ludismo.

Sin embargo, y a riesgo de pecar de absolutista, diría que 'Black Mirror' es la antología moderna que más y mejor aprovecha la elasticidad del formato antológico sin perder la médula que caracteriza todas sus historias; una esencia que ha conseguido que ficciones similares posteriores se describan empleandola como referencia.

El hombre es un lobo para el hombre, y la tecnología es otra herramienta más que utilizamos para hacernos daño; esto unido a reflexiones generales sobre las implicaciones sociales de ciertos avances tecnológicos es lo que define la antología de Charlie Brooker y determina que algo sea como un capítulo apócrifo de 'Black Mirror'. Porque, aunque algunos se opongan a la serie, personalmente siempre he pensado que la esencia pesimista y hater nace de la misantropía y la poca fe en la naturaleza humana, y no del ludismo.

Hoy llega a Netflix una cuarta temporada, y los seis nuevos capítulos siguen explorando todo esto de forma muy diversa, tanto en tono como género, y con mujeres protagonizando todas las historias. Sigue sin dejar indiferente, propone dilemas morales y apela a un universo de espectadores con intereses y preferencias variados.

Capítulos para todos los gustos

En línea con esto, me lanzo a la piscina aventurando que Metalhead quizá seá el episodio que más polarice a la audiencia. David Slade ('Hard Candy', '30 días de oscuridad') dirige un episodio que es puro survival postapocalíptico que algunos tacharán de vacío o sin interés. Personalmente, valoro y agradezco una historia cuyo núcleo sea el suspense y la urgencia, y no tanto la moraleja -aunque la reflexión nazca de la distopía de forma natural. Quizá se podría comparar con desarrollos como el de White Bear o Shut up and Dance, pero con el desenlace ambos dejaban una resaca más cargada de reflexión ética.

Aunque Metalhead sean cuarenta minutos de puro entretenimiento, el episodio que más ha conectado conmigo como espectadora está en la línea de otros como Be Right Back o The Entire History of You, relatos que parten de la existencia de una tecnología en concreto, y trasladan su uso y las consecuencias derivadas de él a historias personales, íntimas y con una carga emocional muy potente.

Es el caso de ArkAngel, el capítulo dirigido por Jodie Foster ('Money Monster', 'El Castor') que plantea reflexiones sobre la privacidad e intimidad (tema recurrente en 'Black Mirror') y, especialmente, sobre los límites del control parental.

Rosemarie DeWitt interpreta a una madre cuyo miedo (paranoia) a perder a su niña le empuja a instalarle un chip que funciona como un gps. A través de una tablet, la madre tiene acceso a un feed de vídeo de lo que ve su hija, puede monitorizar constantes vitales y aplicar un filtro que pixela aquello que pueda considerarse perturbador en cualquier sentido, desde una pelea hasta un perro que ladra de forma agresiva.

El detalle de cómo cambia su perspectiva con el perro ilustra muy bien la reflexión del capítulo sobre lo que implica ocultar, cortar las alas y censurar lo malo (lo incómodo, lo inconveniente, etc.) del mundo a los niños. Pero no se queda solo ahí y resulta estimulante cómo el relato va visitando las consecuencias éticas, educativas y vitales que tiene este chip a lo largo de la vida de la niña, y en cómo afecta a su relación con el mundo, a su proceso de madurez, a su confianza y a la relación con su madre, por supuesto.

La digitalización de la consciencia

También en esa línea de tecnología que permite acceso a lo más privado de las personas encontramos Crocodile, un relato con tintes de cine negro que protagonizan una mujer acorralada por su pasado y una "detective de recuerdos" que tiene acceso a la memorias en crudo, a recuerdos que la percepción del sujeto no ha adulterado.

Su atmósfera gris y claustrofóbica visten el conjunto pero al final queda una sensación de desaprovechamiento de las ideas y de los personajes. Los sucesos violentos escalan tan rápido y de tal forma que el discurso se queda un poco por el camino.

En la solitaria esquina de los episodios menos cenizos encontramos Hangin' the DJ, la incursión de Brooker al universo de las aplicaciones de citas y el romanticismo moderno. La confianza, el compromiso, la espontaneidad, la lógica y la química que definen una relación se van sucediendo en esta hermana lejana de 'Langosta', que no escatima en giros e intenta recuperar parte del tono mágico de San Junipero.

Presenta conceptos visitados anteriormente como la portabilidad de la consciencia y la ausencia de empatía en los rincones más oscuros de la naturaleza humana

Y hablando de aquel episodio de la pasada temporada, la más particular de las entregas que Netflix ha estrenado hoy es Black Museum, una suerte de metacapítulo en el que existen algunas tecnologías vistas durante la serie, como San Junipero o ArkAngel; de hecho, la versión larga del título bien podría ser Black Mirror Museum.

Al estilo de White Christmas, este capítulo reúne tres historias que de algún modo están conectadas entre sí y que vuelven a conceptos visitados anteriormente en la serie como la "portabilidad de la consciencia" y la ausencia de empatía en los rincones más oscuros de la naturaleza humana. Es un episodio con una carga de desesperación muy potente que consigue transmitir con los tres relatos que contiene.

Quizá por lo bien que otros episodios de la antología exploran ciertos conceptos es por lo que no conseguí a entrar en la propuesta de USS Callister. Es un episodio que estará entre los favoritos de muchos por su deconstrucción del subgénero de la space opera. Lo parodia dándole a su vez una vuelta de tuerca con el elemento distópico de la consciencia atrapada -como en aquel fragmento de White Christmas con Oona Chaplin.

Salvo el algo más original aspecto de deconstrucción de género, el desarrollo de ideas y reflexiones que plantea el episodio se me antoja repetitivo con respecto a entregas pasadas (que dure 76 minutos tampoco ayuda) y nunca llego a conectar con la desesperación de sus personajes como en historias anteriores.

'Black Mirror' es una serie que por su naturaleza siempre va a polarizar. Siempre habrá espectadores que rechacen cierto tipo de géneros, de tono o de desarrollo y otros que lo abracen; habrá unos que conecten con el cinismo y otros que prefieran agarrarse a lo (poco) bueno que muestran sus historias. Algunos aplaudirán la provocación y la trasgresión; otros el intimismo y las emociones.

Pero sea lo que sea, lo más loable de la antología de Charlie Brooker es que siempre da que hablar, siempre plantea ideas que llevan a debate y al auto análisis de la sociedad en la que vivimos. Siempre ofrece y aporta algo, y con la cuarta temporada 'Black Mirror' ha mantenido esta cualidad. Lo mejor es que la tecnología y la vida avanzan tan rápido que podemos tener antología para rato.

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