El plato fuerte de la programación de Netflix de febrero, aparte de la esperadísima llegada de la primera tanda de películas de Studio Ghibli es 'Locke & Key', una historia de casas encantadas más orientada a la fantasía familiar que al terror, y que está despertando elogios encendidos. Algunos de los primeros críticos resaltan su imaginación surreal, su ritmo de montaña rusa, la originalidad de su argumento y el recurso narrativo de las puertas y las llaves.
Todo eso ya estaba en el cómic original de Joe Hill y Gabriel Rodriguez publicado entre 2008 y 2013. De hecho, su ritmo cinematográfico ha llevado a que la serie haya sido un caramelo adaptable durante décadas. Primero un proyecto de Fox del que salió un piloto que ahora, cómo no, está dejándose ver por internet; luego, una idea para tres películas que tampoco prosperó; y finalmente, una serie de Netflix que la plataforma ha llevado a su estilo: de consumo rápido y con cliffhangers continuos para favorecer el binge watching.
Tanto el comic como la serie parten de una raíz argumental común: una familia compuesta por una mujer y tres hijos y que ha perdido trágicamente al padre, se traslada a vivir a la casa donde el difunto creció, en el pueblo de Lovecraft. Allí, el más pequeño de los hermanos conoce a una criatura sobrenatural que le descubre que dentro de la casa hay escondidas llaves que otorgan poderes a sus poseedores: permiten volar, entrar en mentes ajenas, teletransportarse, desdoblarse, dotar de invisibilidad y muchas, muchas otras cualidades.
Un punto de partida casi de fantasía superheroica pero que en el cómic (y la película) tiene un contrapunto macabro: las llaves son ambicionadas por una criatura sobrenatural, y los pequeños artilugios en realidad abren puertas hacia el interior de cada uno de ellos, sus temores, sus secretos y, sobre todo, recuerdos comunes que pueden ser no tan inocentes como creen. Un recurso tradicional de las ficciones de terror y más concretamente de las historias de casas encantadas, tan a menudo lugares que se abren hacia el interior de sus desprevenidos visitantes.
Sin embargo, y aunque la serie parte del mismo principio, la reorientación es total. Netflix parece haber querido limar todas las asperezas del cómic y convertirla en una pesadilla familiar y digestiva. Para ello, ha amortiguado la perversa imaginería del cómic, desordenada y caótica, y que explotaba en poderosas splash-pages que dejaban aturdido al lector. El trazo de Gabriel Rodríguez, caricaturesco, influido por el manga como buena parte del cómic indie norteamericano de la época, pero excepcionalmente dotado para cierta ingenuidad feísta y para dibujar multitudes, dio pie a escenas tan recordadas como cuando los personajes se asomaban al interior de la psique del hermano pequeño, Bode.
En la serie, sin embargo, las posibilidades de abrir un ventanuco oscuro a los secretos de los chavales se eliminan por completo y esa misma escena, por ejemplo, se convierte en una sencilla habitación con colchones de colores, muñecos inflables y videojuegos proyectados en pantallas gigantes. Es decir, un poco lo que un adulto cree, o más bien desea que sea la mente de un niño. El cómic de Hill y Rodríguez no temía asomarse a esa oscuridad y dar fe de lo que encontraba.
El propio proceso de las llaves tenía de hecho, en los comics, algo de body horror: no se abrían puertas, sino que las puertas se generaban en los cuerpos, como metáforas salidas de madre. Los personajes literalmente se asomaban al interior de cabezas huecas, los demonios crecían del cuerpo de los humanos. Aquí la interpretación de las puertas es más literal y los personajes disfrutan de cierto lavado de cara icónico al pasar a través de espejos, puertas giratorias o entrar en un baúl de colores. Es decir, el componente perturbador se ha perdido.
No es en lo único en lo que ha pisado el freno Netflix, y a veces le ha ido bien. El desarrollo de personajes como el de la madre, que en los comics era poco más que un detalle al fondo, y la reescritura de los personajes secundarios, podando una selva de caricaturas que a veces no iban a ninguna parte, le hacen un favor a la serie. Así, se reordena el encuentro con las llaves, la dosificación de estas y, en los últimos episodios, se dan unos cuantos saltos atrás y adelante en el comic. En general, benefician al ritmo y a la estructura.
Precisamente es en esa "mejora" donde se pierde algo del caos, de la capacidad de sorpresa del cómic. El 'Locke & Key' original es una obra altamente irregular, con partes que, muy posiblemente, los propios autores habrían replanteado de hacerlas hoy día (la llave que permite cambiar de sexo es incorrectísima), pero cierto salvajismo inherente al estilo directo y sin cortapisas de Hill y el grafismo asilvestrado y grotesco de Rodriguez le dan un filo del que carece la serie.
¿Por qué ha tomado esta decisión Netflix?
No es fácil adaptar una obra extensa y muy poco realista como 'Locke & Key', pero lo cierto es que Netflix tiene un curioso historial de domesticación de historias de casas encantadas. Lo hizo con 'La maldición de Hill House', que parte de una novela complejísima de Shirley Jackson, pura subjetividad sensorial, pero que tuvo una versión extraordinaria y moderadamente fiel en espírit, como fue 'La casa encantada' de Robert Wise en 1963. La versión de Netflix de hace dos años rebosaba hallazgos, pero en ella el nombre de Jackson era un mero adorno. 'Locke & Key' no es una historia de casas encantadas pero comparte muchos de sus rasgos, y Netflix ha suavizado sus toques más histéricos.
El motivo es doble: por una parte el material original, como hemos visto, es sencillamente inadaptable. Lo prolijo de su galería de personajes y lo salvaje de su imaginería (más allá de su incorrección, es complicado plasmarlo en lenguaje audiovisual sin resultar ridículo) hacen que haya que tomar decisiones inevitables, y pulir las aristas. Menos personajes, relaciones más compactas entre los chavales protagonistas, un trasfondo más definido para su trauma, todo ello entra en una narrativa más digerible por el gran público.
Pero por otra, está el obvio deseo de Netflix de atrapar a un público young adult y masivo que a menudo se le escapa en sus producciones. La serie pone el foco en sus protagonistas y acentúa sus peripecias en el instituto y sus devaneos amorosos. Las llaves son, de ese modo, puentes para propósitos mucho más mundanos que en el comic; o igual de prosaicos pero, debido a la suavización de la que hemos hablado, carentes de un lado tenebroso. Algunas decisiones que toman los personajes, como una importantísima de Kinsey (Emilia Locke) condicionarán no solo su comportamiento posterior, sino sus relaciones en el instituto. A la 'Locke & Key' de Netflix le interesa más esto que indagar en el lado oscuro de sus psiques y sus recuerdos.
El resultado tiene ocasionales momentos de brillo, alguna idea escenográfica acertada, como no puede ser menos en una producción de este calibre. Pero se echa en falta algo de riesgo, y que la serie vuele algo más libre, sin la sensación de ser un producto tan teledirigido. Es una pena, porque determinados aspectos, como las interpretaciones del trío de chavales, son muy encomiables, pero cuando una historia agarra los códigos de las casas encantadas a partir de un cómic que destaca por sus ideas inusualmente oscuras y le sale un producto tan adocenado, es inevitable que la sensación sea de oportunidad perdida.
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