Todos los defectos que oigas que se le achacan a 'No te preocupes, querida', que llega hoy a las salas de cine, son ciertos. A sus dos horas le habrían venido bien algo de concisión y un recorte de veinte minutos de metraje. Algunos actores, especialmente Harry Styles, palidecen al lado del extraordinario trabajo de Florence Pugh. Y la película es víctima de un continuo runrún para devotos de los cotilleos y eso está jugando en su contra porque se está ganando fama de carísimo accidente de tráfico a cámara lenta.
Todo eso es cierto porque está claro que 'No te preocupes, querida' es una película irregular. Incluso, inferior a la anterior y muy notable comedia juvenil de Olivia Wilde, 'Super empollonas', una maravilla honesta, sencilla y con las emociones a flor de piel. Sin embargo, es fácil encontrar valores en 'No te preocupes, querida' porque tiene ideas a borbotones y ante todo, corrobora que Wilde tiene una visión personal y única que habría que mimar.
Es complicado entrar en qué cuenta 'No te preocupes, querida' o a qué referentes del género cita sin pisar las minas de los spoilers, pero solo con el planteamiento, hay un clásico inequívoco al que recuerda: 'Las poseídas de Stepford', la sensacional novela de Ira Levin que fue adaptada al cine en una clásiquísima película de 1975 con el título en español 'Las mujeres de Stepford' y que tuvo una nueva y divertida versión en 2004 a manos de Frank Oz, 'Las mujeres perfectas'.
Ese último, de hecho, es un título que sentaría como un guante a esta versión apócrifa de la misma historia, en la que un ama de casa en la década de los años cincuenta (Pugh) vive con su esposo (Styles) en una aparentemente idílica comunidad experimental conducida por un carismático líder (Chris Pine). Cada día su marido parte para un trabajo de importancia capital y absolutamente secreto, pero la mujer comienza a sospechar que bajo tanta felicidad en colores pastel hay detalles algo oscuros.
Algo huele mal en las zonas residenciales
Quizás el gran problema de 'No te preocupes, querida', por encima de todos los anteriores, es una ambición desmedida que le lleva a aglutinar una serie de mensajes contra la familia traidicional, la masculinidad tóxica, un pasado histórico supuestamente ideal y hasta el trabajo asalariado. Y todo ello, robando elementos de 'Matrix', 'El show de truman', la reciente 'Déjame salir' en el tono de episodio perdido de 'Twilight Zone', y la mencionada 'Las mujeres de Stepford'.
Eso hace que el resultado tenga un tono que divaga demasiado entre referentes y moralejas que no terminan de cuajar, y que conduce a un tramo final tan cogido con pinzas como lleno de ideas sugestivas (el secreto tras toda la película tiene sentido solo a medias, pero a la vez rebosa ideas gloriosas sobre el papel de los hombres en una sociedad de mujeres emancipadas). Quizás le habría venido bien algo de contención al guión de Katie Silberman, también autora de 'Super empollonas', aunque el exceso es, en cierto sentido, también parte del mensaje. La experiencia final es indudablemente positiva, y a la vez indiscutiblemente agridulce.
Sin embargo, la película es visualmente exuberante. Está llena de pistas, de dobles sentidos, de una inventiva que deja claro que Wilde es una creadora con un mundo visual que vale la pena que se conozca, más allá de los cotilleos. La puesta en escena es una sucesión de hallazgos tanto en las secuencias más pesadillescas y surreales como en toda la parte final, que conecta a la película con el cine de desolación apocalíptica (interior y exterior) de los setenta.
Y por encima de todo, una gloriosa Florence Pugh muy bien dirigida y que consigue hacer verosímil un papel que está continuamente haciendo equilibrios entre lo alucinatorio y lo melodramático. Es ella la que sostiene todo el andamiaje visual y la ametralladora de mensajes de una película no absolutamente redonda pero indiscutiblemente más sugestiva que el grueso del cine de género que llega a nuestras pantallas.
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