Stanley Kubrick, el mítico director de clásicos totales de la historia del cine como 'La naranja mecánica', '2001: Una odisea en el espacio' o 'Eyes Wide Shut' se ganó una considerable fama como director déspota y perfeccionista, que exigía repetir los planos una y otra vez hasta que quedaban perfectos. Una de las anécdotas más populares de su carrera se refiere a 'El resplandor', cuando obligó a Shelley Duvall a repetir 127 veces la famosa escena en la que se defiende de Jack Nicholson con un bate de béisbol.
Kubrick entra así en la categoría de directores tiranos que exigen a sus equipos técnicos y artísticos un esfuerzo sobrehumano, que linda con la tortura. Alfred Hitchcock, Lars Von Trier o David O. Russell son otros históricos dictadores / directores que usaban los platós casi como desahogo. Pero... ¿había método tras las aparentemente arbitrarias órdenes de Kubrick o era solo una forma de dejar claro quien mandaba en el set?
Las repeticiones insistentes no eran las únicas formas de control extremo de los rodajes que ejercía Kubrick. Por ejemplo, pidió a George C. Scott que sobreactuara de forma desproporcionada en '¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú?' diciéndole que lo que se estaba grabando era solo un ensayo, o le provocó heridas en la córnea a Malcolm McDowell en las famosas escenas del Método Ludovico de 'La naranja mecánica'. Pero se llevan la palma, además de las repeticiones de 'El resplandor', las de 'La chaqueta metálica'.
Repetir, repetir, repetir...
El secreto, explicado en este vídeo de CinemaTyler sobre los métodos de Kubrick, está en unas declaraciones que hizo a Rolling Stone acerca de los actores: "No se puede actuar sin conocer el diálogo. Si los actores tienen que pensar en las palabras, no pueden trabajar la emoción. Así que acabas haciendo 30 tomas de algo y aun así puedes ver la concentración en sus ojos; no se saben sus líneas. Así que te limitas a rodar y rodar y esperas poder sacar algo de distintas partes".
Mathew Modine lo recuerda de una forma similar, comparando a los actores britanicos y los norteamericanos. Según él, los estadounidenses empiezan analizando al personaje, su historia, sus motivaciones, y entonces se aprendían los diálogos. Los actores británicos lo hacen al revés: se aprenden las líneas y eso les lleva a entender al personaje. Esto es lo que quería Kubrick, y de ahí esa necesidad de que las líneas fueran enunciadas de forma completamente intuitiva, sin pensar.
Por eso, en sus últimas películas Kubrick planificaba días de sobra para ensayos. Conocedor ya de lo que buscaba en sus actores sabía que rara vez iba a conseguirlo en las primeras tomas, sino que se llegaría a unas treinta, como se comentaba que sucedió en 'La chaqueta metálica' (aunque más tarde el propio Kubrick descubriría que los actores estaban hinchando ese número en las entrevistas para hacer honor a su fama de perfeccionista -un calificativo con el que él mismo nunca estuvo de acuerdo-).
Todo ello contrasta con la técnica habitual de Kubrick a la hora de dirigir a los actores, que básicamente era dejar que se relacionaran entre sí, se conocieran, y luego dejarlos actuar. Kubrick reconocía que no sabía actuar, así que quería que lo hicieran quienes sí sabían, para funcionar él como los ojos del público. Aunque hubiera que repetir treinta veces.
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