'Ready Player One': cuando el cine vuelve a ser magia

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Salgo de ‘Ready Player One’ inmensamente feliz e inmensamente triste. La tristeza se la explico rápido; la alegría me ocupará el resto de estas líneas. A lo largo de dos horas y pico, que duran un suspiro, el Mago del Cine, el Rey Midas de Hollywood, decidió mostrar por una vez en largo tiempo todos los conejos de su chistera. Y lo único que podía pensar al llegar al “y comieron perdices” de este bellísimo cuento de hadas sobre los unos y ceros y las personas delante, entre y tras el velo digital, se resume en dos palabras: ¡Maldita sea! Maldita sea…

Mi hijo tiene un año y tres cuartos. Y eso quiere decir que le quedan dos años y un cuarto para llegar a la edad con la que su padre descubrió el cine allá por 1989, con una película llamada ‘Indiana Jones y la última cruzada’. Esa película fue una de las epifanías de mi vida. Salí de ella diciéndole a mi madre: “¿Qué tengo que hacer para hacer eso?”. “Eso” era lo que hacía Spielberg. Contar historias. Narrar. Ahora maldigo mi suerte porque mi hijo no pueda vivir, en la gran pantalla, esa primera experiencia transformadora que es ‘Ready Player One’.

A pesar de lo mucho que se ha hablado de la nostalgia, las referencias, los retruécanos ochenteros y demás zarandajas con los que alimentar estos meses de espera, nada de eso importa. ‘Ready Player One’ no es una película para nadie que haya nacido en los 80. Ni siquiera en los 90. ‘Ready Player One’ es una película, repito, un cuento de hadas, para los niños de hoy, los de Twitch, los youtubers, los MMO y los smartphones.

Cualquiera podemos entrar en ella, diga lo que diga nuestro DNI. Pero si entramos es porque aceptamos ser igual que esos niños del hoy. Inocentes. Puros. Soñadores. Y sin dos tipos de prejuicios que pueden arruinar la película. Primero, mirarla desde la óptica del adulto desengañado porque los sueños de la juventud no se hayan cumplido; este adulto tiene grises de todas las gamas en los canales de streaming para disfrutar.

‘Ready Player One’ es una película, un cuento de hadas, para los niños de hoy, los de Twitch, los youtubers, los MMO y los smartphones.

Segundo, exigir que la narrativa de Spielberg se adecúe a la narrativa de esas películas-sueños que nos legó a toda una generación; el cómo cuenta las cosas Spielberg se ajusta como un guante al tipo de narrativa imperante hoy, mucho más barroca, fugaz y detallista. Aunque bajo esa capa de pintura latan los mismos temas de siempre, los propios de los cuentos de hadas: amor, honor, libertad, amistad, traición, familia. Más no hay, como bien sabían los Dickens, Homero y Shakespeare. Como bien sabe Spielberg.

‘Ready Player One’ es una película extraordinaria en sus dos dimensiones: la virtual y la real. Pero no es una adaptación de la novela homónima; toda la fanfarria de referencias, diálogos frikis sobre cultura pop y obsesión por recrear los 80 de la obra de Cline se han ido a paseo.

La forma de lograr las tres llaves, en tres colosales secuencias de acción, no tienen apenas nada que ver con lo leído en el libro. Spielberg, que es la sabiduría hecha cine, se ha olvidado (voluntariamente) de lo que ponía en las páginas de Cline y ha diseñado un mundo virtual a la altura de su colosal imaginación. Con un principio estético sin el cual toda la película se desmoronaría: que haya una diferencia enorme entre el mundo real y virtual. No estamos aquí en las pretensiones de fotorrealismo fantástico que alcanzaron su cima en 'Avatar'. Spielberg quiere que lo fantástico se sienta fantástico porque el corazón de su película se encuentra en lo real.

Así, la primera palabra que hace de ‘Ready Player One’ la obra maestra que es, le viene al pelo a uno de los protagonistas de su último tercio, El gigante de hierro: colosal. ‘Ready Player One’ es colosal. Desde ‘Avatar’, no ha habido ninguna película con esta ambición visual de llevar al límite la tecnología para lograr el asombro por lo imposible. Que la estrategia jugada sea la contraria a la de todos los blockbusters presentes, hace evidente una vez más que Spielberg va por delante de los tiempos.

‘Ready Player One’ es una película extraordinaria en sus dos dimensiones: la virtual y la real. Pero no es una adaptación de la novela homónima; toda la fanfarria de referencias, diálogos frikis sobre cultura pop y obsesión por recrear los 80 de la obra de Cline se han ido a paseo.

Él fue con ‘Parque Jurásico’ el que nos demostró que la carne digital, en manos de un maestro, podía sentirse idéntica a la real. Y él en ‘Ready Player One’ nos avisa de que esa vía se va agotando, que el desgaste que vivimos de lo asombroso no es porque nos queden por ajustar esas micras de fotorrealismo que cineastas como Cameron están tan obsesionados por calibrar, sino porque el foco se ha perdido. El foco debería ser siempre, si de cuentos de hadas hablamos, la magia. El asombro.

Especialmente durante toda su apabullante secuencia final, pero en general desde el prólogo/tutorial con el que arranca la cinta, cada imagen de ‘Ready Player One’ es una orgía de color y luz y detalle. Al contrario que un Michael Bay de ‘Transformers’, que parece rodar porno con sus artilugios mecánicos, el vals de la cámara de Spielberg es siempre sensual y nítido. Nos deja ver y paladear cada imagen, cada castillo de criaturas y paisajes imposibles. Hay tanto que ver en ‘Ready Player One’ que evidentemente un visionado no basta. Y a la vez la historia que nos quiere contar Spielberg está siempre en primer plano, dejando las distracciones de cazar guiños y referencias para los análisis obsesos de Youtube.

¿Y de qué va esa historia? ¿Cuál es la palabra nuclear que la define? Durante gran parte de la trama creemos que esa palabra es amor. Y es así, pero no en la vertiente romántica que se plasma desde un principio, sino en ese amor que llamamos amistad. Tocando con mayor tino y humanidad que David Fincher en los temas latentes bajo ‘La Red Social’, la soledad del individuo frente a su ambición, Spielberg firma un canto conmovedor a la amistad como centro de la existencia humana.

Ayudado por dos interpretaciones maravillosas, excéntrica genialidad la de Max Rylance y enternecedora mesura la de Simon Pegg, Spielberg va tejiendo en paralelo al viaje del héroe el corazón de la película. Que no es otro que la soledad del éxito si llegas, valga la redundancia, en soledad. Y en estos tiempos de modelo youtuber, forrarte de pasta cuando aún eres menor de edad por una vía si no sencilla si tan accesible y azarosa como volátil, el mensaje cala el doble. El momento en el que Wade, el protagonista al que encarna con ángel Ty Sheridan, descubre como el espectador el verdadero corazón de la cinta es tan mágico como inexplicable. Y es fácil dejarse llevar, sin vergüenza, por las lágrimas que merece.

Desde ‘Avatar’, no ha habido ninguna película con esta ambición visual de llevar al límite la tecnología para lograr el asombro por lo imposible.

Hago aquí un paréntesis para ahondar en esta cuestión mediante un rodeo antes del final creo que bastante pertinente. Spielberg y Kubrick eran dos fenomenales amigos. Artísticamente no podían ser más distintos; pero ya se sabe cuán estrecha es la frontera que separa la cara y la cruz de una moneda. El caso es que se iban a ver sus películas juntos y se decían, con la honestidad cabreante de los amigos del alma, lo que les había parecido.

Spielberg nunca pudo tragar ‘El resplandor’, tal vez porque la creciente inmoralidad de Kubrick, nacida de su negrísimo pesimismo, se le atragantaba al estómago idealista del cineasta. Cineasta que, en parte probablemente por su roce constante con Stanley, se atrevió a rodar cosas como ‘La lista de Schindler’, ‘Múnich’ o ‘Salvar al soldado Ryan’. El caso es que Spielberg, que está aprovechando rabiosamente lo que le queda de mina en el lápiz, se ha reconciliado con ‘El resplandor’. Puede que siga sin gustarle, pero le recuerda lo mucho que amaba a su amigo Stanley. Y a él le ha regalado, y a todos nosotros, uno de los mejores homenajes jamás vistos en pantalla grande.

Cuesta mucho aparcar el cinismo a medida que se van sumando años. Y cualquiera que entre con acidez de estómago y sarcasmo a ver ‘Ready Player One’ va a salir escaldado y enfadado con el mundo. Pero si es capaz de hallar esa luz vulnerable y al mismo tiempo inmortal que es el niño que una vez fuimos, la última película de Spielberg se abrirá como una flor de colores bellísimos. Para mí se ha abierto así. Y espero ansioso ese momento vibrante, y aterrador, de ver si ante los ojos de mi hijo se abre también. Porque las historias son, entre otras muchas cosas, un legado. Como diría el McCarthy de ‘La carretera’: llevamos el fuego. Y Spielberg es una de nuestras más poderosas y bellas hogueras.

‘Ready Player One’ puede ser ese revulsivo que el cine necesita para arriesgarse más y contar cosas nuevas para un público de palomitas en mano

Me voy con una posdata, el único miedo que me atenaza respecto a ‘Ready Player One’. El cine de hoy se ha convertido en una jukebox que reproduce una y otra vez los mismos temazos. Marvel. DC (menos). Pixar y las ‘a-lo-Pixar’. Y poco, muy poco más. Cada vez que una película intenta salir del armario como algo original, excepción hecha de ‘Avatar’, se la pega. Y Spielberg lleva mucho, mucho tiempo sin dirigir un gran blockbuster original. Porque rodar la cuarta de Indiana no cuenta.

Desde ‘Parque Jurásico’, y a pesar de lo buena que es ‘Tintín’, no lo había intentado a lo grande. Se ha perdido una generación de chavales que no conocen los poderes de su hechizo. Habrá que ver si se animan a ir a las salas. Si van, y seguramente si van sea por el boca a boca, ‘Ready Player One’ puede ser ese revulsivo que el cine necesita para arriesgarse más y contar cosas nuevas para un público de palomitas en mano. Si no… Si no, ya lo saben. ‘Los vengadores 7’ en 2030.

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