'Star Trek' ha vuelto para quedarse. 'Discovery' es un éxito indiscutible para CBS: no solo la ha renovado por una tercera temporada, sino que ha puesto en marcha otros cuatro proyectos de forma paralela. Todo parece indicar que estamos ante una nueva edad de oro para la icónica saga de ciencia ficción creada por Gene Roddenberry. Sin embargo no todos están tan entusiasmados: una minoría bastante ruidosa insiste en que a esto no se le puede llamar Star Trek.
A los altos ejecutivos de NBC no les gustaba el proyecto de Star Trek y lo dejaron claro desde el momento en que rechazaron el episodio piloto original ('The Cage', 1965) por ser “demasiado intelectual”. No obstante, tras una serie de cambios la serie entró en producción y se mantuvo en antena durante dos temporadas con un tímido e inesperado apoyo de la crítica… pero unos más que modestos resultados de audiencia que la llevaron a su cancelación. Lo que nadie podía imaginar es que durante las semanas posteriores, miles de cartas llegarían a las oficinas de NBC para pedir insistentemente que se reanudase la producción.
Y lo lograron. 'Star Trek, La Serie Original', tuvo una tercera temporada. Y en ese preciso momento los seguidores del programa descubrían que existían herramientas a su disposición (si bien en aquel momento eran escasas y analógicas) para que el tradicional eje emisor - receptor de la televisión no fuera en una sola dirección: habían descubierto que con el timing adecuado, podían influir.
Han pasado cincuenta años y las cosas han cambiado bastante: los fans disponen de herramientas globales, inmediatas y sin apenas intermediarios para comunicarse con los creadores. Conscientes de ello, los departamentos de marketing cada vez invierten más recursos monitorizar la conversación en la red con el objetivo de seducir al fandom y evitar que en algún momento puedan sentirse suficientemente ofendidos como para iniciar una campaña de boicot (todos recordamos lo que ocurrió de 'Star Wars: Los Ultimos Jedi'). Esto plantea un problema ¿Es peligroso que los fans tengan la capacidad de actuar como lobbys de presión para influir en las decisiones creativas de un determinado producto cultural? ¿Deben los autores plegarse a sus exigencias para asegurar la supervivencia de su obra?
Es importante tener todo esto en cuenta para comprender las reacciones airadas que ha provocado ‘Star Trek Discovery’ entre el siempre enfadado núcleo duro de los fans. Si bien la serie ha tenido una notable acogida por parte de la crítica y la comunidad seriéfila la percibe como una de las imprescindibles de la temporada, hay un sector que no termina de conectar con lo que propone y la siente especialmente incompatible con todo lo anterior. Este perfil suele ser el del clásico fan hardcore, adorador de ‘Star Trek The Next Generation’ (serie asumida por el consciente colectivo trekkie como el alfa y el omega de todo lo trek) y con una visión muy restrictiva acerca de lo que cabe y lo que no dentro de la franquicia.
Lo curioso es que si nos remontásemos a 1987, año de estreno de 'The Next Generation', nos encontraríamos en una situación muy similar: una serie que era al mismo tiempo secuela de un icono inolvidable y buque insignia de un nuevo modelo de distribución televisivo. La nueva producción tendría que lidiar con una legión de fans que no podían creer que un señor calvo y un androide albino fueran a ser los sustitutos de los legendarios Kirk y Spock, pero mientras intentaban procesar esas novedades, la serie iba asentándose, encontrando un tono propio y creando una nueva legión de seguidores que la encontraban mucho más fresca y atractiva que la de los años 60.
Reinventarse: esa ha sido la herramienta que ha permitido a Star Trek perdurar.
De hecho en la historia de la saga existen al menos tres grandes etapas que alteraban elementos de la franquicia que hasta ese momento parecían intocables: la primera en 1982 con ‘Star Trek II: The Wrath of Khan’ iniciando una serie de películas de estética naval, impregnadas con cierto espíritu Shakespeariano y en busca de una épica galáctica inspirada por el éxito de Star Wars. La siguiente renovación fue la más duradera, desde 1987 hasta 2005, abordaba la ciencia ficción desde una perspectiva más ambiciosa y estaba especialmente concienciada con desarrollar un canon sólido y coherente. Y llegamos a 2009, se estrenó el ‘Star Trek’ de J. J. Abrams, volviendo al tono pulp de 'La Serie Original', pero adaptado a los resortes narrativos del megablockbuster contemporaneo. Aquí es donde se sitúa, con algunos matices que comentaremos más adelante, ‘Star Trek Discovery’.
Hay quien dice que a Gene Roddenberry no le gustaría en qué se ha convertido Star Trek, y probablemente tengan razón. Pero lo cierto es que hace treinta años que falleció y Star Trek ha seguido funcionando como un tiro sin su supervisión. No pretendo negarle ni un ápice de valor a las ideas más audaces que aportó a su creación, pero la saga hace tiempo que es una tela de araña que se va entretejiendo a través de la visión de docenas de escritores, directores y showrunners que han dado forma a este universo orgánico y en constante expansión.
Por eso, asociar Star Trek únicamente a Roddenberry y a sus ideas es una barbaridad comparable a afirmar que Stan Lee es el creador del Universo Marvel. Y un insulto a Dorothy Fontana, Nicholas Meyer, Leonard Nimoy, Harve Bennett, Rick Berman, Brannon Braga, Michael Piller, Ronald D. Moore, J. J. Abrams, Roberto Orci, Bryan Fuller, Alex Kurtzman y otros muchos escritores que dejaron huella con aportaciones que no sólo encajaban perfectamente en ese colorido lienzo lleno de espacios en blanco que es Star Trek, sino que contribuyeron a ampliar y enriquecer.
Bueno, pero entonces… ¿Discovery es o no es auténtico Star Trek?
“Muchos son los que pueden temer el cambio” sentenciaba James T. Kirk al final de la estupenda y crepuscular 'Star Trek VI: Aquel País Desconocido', una película que entre otras cosas hablaba del miedo a quedarnos obsoletos en un universo en constante evolución, y que vista hoy día casi parece un ejercicio metareferencial.
El cambio que ha tenido que afrontar Star Trek, una franquicia televisiva que llevaba desde 2005 en barbecho, ha sido adaptarse a una nueva era donde el audiovisual se consume de otra forma: la oferta se ha multiplicado, el acceso a material del pasado está a golpe de un par de clicks y el público busca nuevos estímulos. Por suerte Alex Kurtzman, co-creador y showrunner de ‘Star Trek Discovery’, venía con la lección aprendida de su experiencia como productor y guionista en las últimas películas.
El objetivo era volver a hacer de Star Trek un producto que le resultase fresco y atractivo a toda una nueva generación de fans. Por eso quedaba descartada la opción del revival (pan para hoy y hambre para mañana), vía que ha tomado Seth McFarlane con ‘The Orville’, su versión apócrifa de 'Star Trek The Next Generation'. En lugar de eso han optado una reformulación visual y conceptual siguiendo la línea iniciada por la película de 2009, solo que esta vez integrándola en timeline original en un intento de conciliar todas las novedades con las exigencias de los fans de toda la vida.
Con la serie a punto de terminar la segunda temporada, se pueden apreciar grandes diferencias con el viejo Star Trek al primer golpe de vista: Discovery tiene una estética oscura, metálica, elegante y repleta de sets, caracterizaciones y CGI del más alto nivel. Algo por otra parte nada sorprendente, quien esperase una fidelidad absoluta al estilo de La Serie Original me temo que era un ingenuo. Otra novedad importante, es la selección de personajes, con un reparto de protagonismos cuyo motor no es la estructura jerárquica de la nave sino las dinámicas interpersonales de la tripulación. Todos estos elementos convergen dentro de la novedad más importante: una narrativa muy serializada que rompe totalmente con el tratamiento puramente episódico (o como a mí me gusta llamarlo “la metáfora de la semana”) de todas las series anteriores.
Y eso es todo. Llamadme ingenuo pero los comprensibles avances tecnológicos, un cambio en el punto de vista y una narrativa más actual no parecen suficientes diferencias para asegurar que 'Star Trek Discovery' no es digna de todo lo que nos había ofrecido la saga anteriormente.
El eterno y agotador debate sobre las ESENCIAS.
¿Y el canon? ¿Es tan relevante? En realidad hubo una época en la que al canon se le daba la importancia justa. Muchas de las inevitables incoherencias generadas con cada nueva encarnación se pasaban por alto y en ocasiones eran utilizadas como una broma interna entre guionistas y espectadores, como cuando en ‘Star Trek Deep Space Nine’ el Jefe O’Brien le preguntaba al Teniente Worf por qué los antiguos Klingons eran tan diferentes a los actuales y su respuesta fue “No lo hablamos con extraños”. En realidad, el canon es una farsa de la que tanto los creadores como espectadores somos cómplices: es genial que exista una coherencia y un universo compartido donde enmarcar distintas historias interconectadas, pero que un decorado low cost o un maquillaje alienígena de 1967 determinen la estética de una producción realizada en 2019 sería cosa de locos y no merece la pena darle muchas más vueltas. Es, simplemente, un asunto menor.
Eso nos deja para el final un tema bastante más difícil de tratar: las esencias. Determinar cuales son los fundamentos de un fenómeno de culto tan longevo es un tema peliagudo porque entran en juego variables sentimentales bastante arbitrarias, como la relación del espectador con la franquicia o el momento en que tuvo contacto con ella por primera vez. De hecho, si preguntásemos a fans de diferentes generaciones cuáles son las esencias del auténtico ‘Star Trek’, probablemente la respuesta variaría en función de la encarnación que más le marcó en su momento. Por eso es tan difícil dar una respuesta satisfactoria a la cuestión de las esencias y explicar “Qué es Star Trek” con rotundidad... aunque podemos intentarlo.
Si rascamos un poco es fácil encontrar que debajo de las capas más superficiales el ADN de Star Trek es el de una serie de ciencia-ficción alegórica, moralizante y de carácter popular, con una estructura inspirada por la literatura de aventuras marinas y con un marcado mensaje de tolerancia para la posteridad. Desde el western galáctico de ‘Star Trek: La Serie Original’ hasta la nostalgia por la era de la exploración espacial que desprendía ‘Star Trek: Enterprise’, pasando por la estilizada historia de origen que fue ‘Star Trek 2009’, todas las encarnaciones han sido aproximaciones válidas que aportaban nuevas ideas con la intención de ampliar el horizonte dramático de la saga.
Por su parte 'Star Trek Discovery' no solo está a la altura, sino que ha tomado el relevo con orgullo y responsabilidad. Es una serie valiente que habla de los retos de nuestra era, de la necesidad plantar cara al totalitarismo, de aceptarnos tal y como somos, de ser más inclusivos y feministas... Solo necesita más tiempo para asentarse, pero si todo va bien tiene potencial para convertirse en una de las iteracciones más celebradas. Sí, Discovery es puro Star Trek, y lo es a pesar de ese núcleo duro de los fans que no ve más allá de un motor de esporas que de momento no encaja en el timeline, o de una protagonista a la que acusan de Mary Sue porque son incapaces de asumir que una mujer pueda ocupar el lugar del héroe valiente e infalible que ya fue Kirk en su momento.
Resulta paradójico que una serie que nos invita a ser más tolerantes tenga que cargar con los "guardianes de las esencias" más insoportablemente reaccionarios de toda la cultura popular occidental. Quizás era mucho pedir que entendieran que aquello de “Descubrir nuevas formas de vida y nuevas civilizaciones llegando audazmente donde nadie ha podido llegar” siempre ha sido una metáfora, y una no especialmente sutil.
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