Algunas aficiones desatan en las personas que las disfrutan auténticas pasiones. Y cuando sucede esto suelen entrar en conflicto las opiniones de aquellos que defienden una idea, y los que confían a pies juntillas exactamente en la contraria. Todos con la misma vehemencia. En el ámbito del cine en casa y la alta fidelidad, que son las aficiones que nos interesan en este post, este conflicto es bastante habitual en muchos escenarios, pero hay uno en el que el encontronazo suele ser apoteósico, y está íntimamente ligado al presupuesto que debemos dedicar a los cables de audio y vídeo para que nuestro equipo rinda como debe.
Esta discusión no se ciñe exclusivamente a los cables. Hay aficionados que defienden la mínima incidencia de las fuentes digitales y los amplificadores en la calidad de sonido global del equipo, y también usuarios que confían en la importancia que tienen todos y cada uno de los componentes de nuestro equipo de reproducción. Sin embargo, cuando hablamos de los cables la discusión se vuelve especialmente encarnizada. Intentemos averiguar juntos si realmente merece la pena dedicar una parte importante de nuestro presupuesto a unos cables caros, y, en teoría, de «primera división», o si, por el contrario, unos cables de A/V económicos nos ofrecen exactamente lo mismo. Vamos allá.
¿Mito infundado o realidad cuantificable?
En este terreno todos tenemos un enemigo temible: la sugestión. Basta que nos hagamos a la idea de que un cable de vídeo o audio más caro, y, en teoría, de más calidad, nos va a ofrecer una mejora tangible para que la apreciemos con bastante claridad. Y también sucede lo contrario. Si estamos convencidos de que una comparación directa de dos cables de distinto nivel de precio no va a arrojar ninguna diferencia de prestaciones «a oído» es probable que seamos incapaces de apreciarla aunque exista. Afortunadamente, la forma más fiable de salir de dudas pasa por recurrir a la ciencia y desechar cualquier forma de seudociencia o argumento exótico.
Actualmente el mercado está repleto de fabricantes de cables de audio y vídeo que presumen de tener productos muy superiores a los de sus competidores. Transparent Audio, MIT, Kimber Kable, Cardas, Monster, Supra, Van den Hul, Furutech, Atlas, WireWorld y Oehlbach son solo un puñado de estas marcas. La mayor parte de ellas tiene propuestas de calidad, aunque recurren a arquitecturas y materiales diferentes. Unas apuestan por los conductores de cobre, otras por los de plata, otras por ambos simultáneamente en productos con configuración híbrida…
A pesar de las diferencias tecnológicas que existen entre sus propuestas y la lógica vehemencia con la que defienden la superioridad de sus productos, todas ellas tienen algo en común: tienen en su catálogo cables con un precio simplemente inasumible para la mayor parte de los aficionados al cine en casa y la alta fidelidad. De hecho, algunos de ellos tienen un coste de varios miles de euros y una longitud inferior al metro.
Esto no es en absoluto criticable, al menos siempre y cuando lo que publicitan sea escrupulosamente cierto. Una marca puede vender sus productos al precio que quiera, y un aficionado al cine en casa o la alta fidelidad puede gastarse en un cable el dinero que le dé la gana. Cómo no. El problema aparece cuando un fabricante defiende la insuperable calidad de sus productos recurriendo a argumentos más cercanos a la seudociencia que a la ciencia real. Y, desafortunadamente, esto sucede con cierta frecuencia porque algunas marcas han decidido aprovecharse del deseo de mejora constante de muchos aficionados, que, por otra parte, no tienen por qué tener el bagaje técnico que les permite impedir que les den «gato por liebre».
Antes de seguir adelante nos viene bien repasar cuál es exactamente la función de un cable de audio y/o vídeo. Su objetivo es transportar una señal de audio, vídeo o ambas simultáneamente entre dos componentes de nuestro equipo protegiéndola de cualquier injerencia externa que pueda alterarla. El cable ideal es aquel cuyas características físicas lo hacen equiparable a la ausencia del propio cable, lo que equivale a conectar de forma directa la salida de un componente a la entrada de otro. Igualar este ideal teórico es muy difícil, pero, afortunadamente, como vamos a ver a continuación, las medidas que obtenemos en un laboratorio utilizando equipos de precisión no siempre son fácilmente perceptibles «a oído» en un escenario de uso real.
Del laboratorio a nuestro salón
El principal reto al que deben enfrentarse los fabricantes de cables cuando diseñan sus productos es, como os adelanté unas líneas más arriba, conseguir que la señal sea transportada sin sufrir alteraciones. Si la señal que estamos manejando contiene información digital este objetivo es crítico porque nos permite evitar que uno o varios bits cambien de valor durante el transporte de los datos. Este problema puede aparecer, por ejemplo, si instalamos en nuestro equipo un proyector y transportamos la señal de A/V hasta él utilizando un cable HDMI muy largo, de 10 m de longitud o más.
Si el cable no está bien diseñado y los conductores no están correctamente protegidos cabe la posibilidad de que se produzcan errores en el transporte de los datos, por ejemplo, al pasar cerca de un cable de alimentación o una regleta. Afortunadamente, si el cable está bien diseñado, lo que no implica necesariamente que sea caro, no tenemos por qué temer tropezar con este problema.
Un buen cable de altavoz debe ser capaz de transportar la señal sin provocar pérdidas de potencia ni introducir distorsión
Si profundizamos en los cables a los que encomendamos la responsabilidad de transportar señales analógicas debemos tener en cuenta otros parámetros, lo que nos obliga a introducir varios matices. Los cables de altavoz dan mucho juego desde un punto de vista teórico, por lo que nos viene bien recurrir a ellos para ilustrar lo que pretendo contaros. Un buen cable de altavoz debe ser capaz de transportar la señal sin provocar pérdidas de potencia ni introducir distorsión. El ideal teórico es un cable con una resistencia, inductancia y capacitancia despreciables, algo que, en realidad, solo podemos conseguir con un conductor de longitud mínima.
Buena parte de los fabricantes de cables de alta gama asegura que sus productos ofrecen una baja resistencia, que, sin entrar en detalles complejos, mide la oposición que ofrecen los conductores al paso de la corriente eléctrica, y también una baja inductancia, que es un parámetro íntimamente ligado a las características físicas del conductor y a su longitud. Sin embargo, algunos de estos cables adolecen de una capacitancia elevada (grosso modo podemos identificarla como su habilidad a la hora de preservar una carga eléctrica), lo que puede provocar que el amplificador trabaje en régimen de sobrecarga, e, incluso, puede dañarlo.
La moraleja de lo que acabo de contaros es que cuando un fabricante decide diseñar sus productos para que rindan bien en las mediciones de laboratorio cabe la posibilidad de que alguno de los parámetros no salga bien parado. Todo esto puede provocar que pensemos que diseñar y fabricar un buen cable es complicado, y, en consecuencia, caro. Pero no lo es. Un cable bien diseñado puede ofrecernos unas prestaciones fantásticas, y, además, no tiene por qué ser caro en absoluto.
Con los conectores sucede algo parecido. Si comparamos, por ejemplo, dos cables HDMI idénticos, pero uno con el conector plateado y el otro dorado, es muy improbable que observemos alguna diferencia en la calidad de imagen y sonido que nos ofrecen al conectarlos a nuestro televisor. Utilizando equipo de medida en un laboratorio sí obtendremos unas características físicas ligeramente diferentes, pero no las identificaremos en un escenario de uso real. Eso sí, el baño tiene una característica interesante: puede proteger con más eficacia el conector de la corrosión, por lo que es probable que uno bañado nos dure más que uno convencional.
Lo que sucede es que algunos fabricantes recurren a eso que los anglosajones llaman overengineering, que podemos traducir como «exceso de ingeniería», para justificar el alto precio de sus propuestas y revestirlas de un halo de sofisticación que a menudo no tiene ninguna incidencia en las prestaciones del cable. Y, en ocasiones, como hemos visto unas líneas más arriba, puede resultar incluso contraproducente.
Derribando algunos mitos
Como hemos visto, algunos fabricantes defienden la teórica superioridad de sus cables exponiendo que han sido capaces de corregir un defecto del que adolecen las propuestas de sus competidores. Uno de los argumentos de venta recurrentes está ligado al efecto pelicular, que provoca que la densidad de corriente no sea homogénea en todo el conductor. Sin entrar en detalles farragosos, en un cable de sonido este efecto está relacionado con la forma en la que varían la resistencia y la inductancia con la frecuencia. Cuando este último parámetro se incrementa este efecto se reduce en todo el conductor, y es algo que podemos medir con el equipo adecuado en un laboratorio.
Algunos fabricantes aseguran haber encontrado soluciones sofisticadas que les permiten minimizar el efecto pelicular. Y puede ser cierto. Sin embargo, muchos de estos cables adolecen de una resistencia superior a la deseable porque utilizan conductores con una longitud considerable. Curiosamente, un cable más sencillo pero bien diseñado, con conductores de cobre libre de oxígeno, un grosor comedido y la longitud adecuada, como esos cables que podemos encontrar en muchas tiendas de audio, puede ofrecernos un comportamiento peor frente al efecto pelicular, pero, aun así, depararnos un sonido virtualmente idéntico al del cable caro y complejo en una prueba de escucha a ciegas.
Esto suele deberse a que el comportamiento del cable económico cuando nos ceñimos al rango de frecuencias audible, que se extiende desde los 20 Hz hasta los 20 kHz, es virtualmente idéntico al del cable caro. Además, como hemos visto unos párrafos más arriba, los fabricantes que optan por introducir en sus productos innovaciones que buscan resolver un problema que en realidad solo importa en las mediciones en el laboratorio con el objetivo de que esta cualidad les ayude a diferenciarse de la competencia y vender más, pueden provocar la aparición de otros problemas derivados que pueden ser más perniciosos en un escenario de uso real que aquel que pretenden resolver.
Lo que los usuarios podemos concluir de todo esto es que muchas de las supuestas ventajas tecnológicas que habitualmente asociamos a los cables de A/V complejos y caros quedan completamente desdibujadas cuando los utilizamos en un escenario de uso real. En el laboratorio pueden rendir bien, pero la calidad percibida que nos ofrecen en una prueba en nuestro propio equipo suele ser virtualmente idéntica a la de un cable más sencillo y barato, si este último ha sido bien diseñado y cumple con unos requisitos de calidad mínimos, por supuesto. Eso sí, al realizar estas pruebas es importante no dejarse obnubilar por la sugestión.
Saca el máximo partido a tu dinero
Ha llegado la hora de que lleguemos a algunas conclusiones. ¿Merece la pena que invirtamos nuestro dinero en unos cables de A/V de calidad? Rotundamente sí. ¿Y estos cables tienen que ser necesariamente sofisticados, exóticos y caros? No. Y este es un no tan contundente como el anterior sí. Afortunadamente, en el mercado podemos encontrar decenas de marcas que nos ofrecen cables con conductores de calidad (habitualmente cobre libre de oxígeno con una alta pureza), un aislamiento eficaz y una cubierta cuidada, y que tienen un precio muy razonable que nada tiene que ver con el de esos cables por los que nos piden cientos, o, incluso, miles de euros por un solo metro.
Algunos gurús defienden que es aconsejable invertir entre un 5 y un 10% del presupuesto que hemos decidido dedicar a nuestro equipo en los cables, pero, en mi opinión, esto solo es válido hasta llegar a cierto nivel. Si tenemos un equipo de alta fidelidad o cine en casa conformado por componentes de gama muy alta y capaz de extraer un nivel de detalle abrumador, llegará un momento en el que optar por unos cables más caros ya no nos aportará ninguna mejora.
Por esta razón yo defiendo que lo ideal es optar por unos cables bien diseñados y correctamente ejecutados, que no quiten ni añadan nada a nuestro equipo, y que no tienen por qué ser caros. De hecho, he probado cables de altavoz y de modulación convencionales, con conductores de cobre libre de oxígeno y una cubierta sencilla, por los que me han pedido cifras que oscilan entre 6 y 20 euros el metro, y cuyas prestaciones en mi equipo son indistinguibles de las que me ofrecen otros cables que cuestan varios cientos de euros el metro, y que conservo para hacer este tipo de pruebas.
Mi consejo es que antes de comprar los cables de vuestro equipo indaguéis para conocer con cierto detalle sus características físicas, o, al menos, recurráis a un establecimiento en el que os asesoren con honestidad y rigor. Antes de concluir el post os dejo unos apuntes que pueden ayudaros a elegir acertadamente. Cuando seleccionéis vuestros cables de modulación, sean balanceados o single ended, comprobad que tienen una baja capacitancia y que cuentan con un buen aislante capaz de proteger los conductores de las perturbaciones externas.
En lo que concierne a los cables de altavoz lo ideal es que tengan una resistencia y una inductancia mínimas, y que mantengan la capacitancia bajo control. Y si nos ceñimos a los cables diseñados para transportar señales de vídeo es importante que los conductores estén muy bien aislados y que la impedancia no sufra variaciones abruptas. Si no tenéis acceso a esta información recurrid a un profesional que os asesore con honestidad y que no os invite a gastar más dinero del razonable en los cables. Cuando tengáis esto resuelto solo tendréis que preocuparos de disfrutar vuestro equipo porque, afortunadamente, unos cables bien cuidados pueden depararnos muchos años de uso libre de problemas.
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