A problemas desesperados, ya se sabe, soluciones desesperadas.
En 2013 James Howells, ingeniero informático, se convirtió en una rara avis —o no tan rara— entre los magnates: es un millonario sin millones. O mejor dicho, sus millones están perdidos en un inmenso basurero de Gales en forma de Bitcoins, sepultados bajo toneladas de huesos de pollo, pañales y mondas. Ahora, tras años intentando localizarlos, tiene una solución para buscar el disco duro que los acoge a modo de futurista baúl del tesoro. Y es casi tan estrafalaria como el reto: recurrir a dos sabuesos especiales, dos perros robot Spot de Boston Dynamics.
El caso de Howells es digno del guion de la más truculenta de las tragicomedias tecnológicas. Aquí ya os hemos hablado en alguna ocasión de él. Hacia 2009 el ingeniero minó en su casa, a modo de "experimento", entre 7.500 y 8.000 Bitcoins —la suma exacta varía de una a otra versión—, una cantidad más que generosa que luego almacenó, guardó y olvidó en un viejo disco duro.
Hoy quizás nos parezca descabellado, pero por entonces, cuando Howells hacía sus pinitos con las criptomonedas, un Bitcoin apenas tenía valor. Unos años después, en agosto de 2013, cansado de ver aquel viejo trasto por los cajones el galés decidió tirar el disco a la basura junto a unos cuantos cables pelados y un ratón roto. Y con él, claro está, se fueron las criptomonedas.
Un tesoro bajo toneladas de basura
De la enorme metedura de pata se dio cuenta solo unos meses después, cuando —relata a New Yorker— vio un reportaje de la cadena BBC sobre un joven noruego que había pagado la entrada de un apartamento con las ganancias de sus mil Bitcoins. Antes de que acabaran en la basura, Howells tenía entre 7.500 y 8.000, lo que por el otoño de 2013 equivalía ya a la friolera de unos 1,4 millones de dólares. Y subiendo. Aquello también daba para un buen y lujoso apartamento.
Al ingeniero de Newport sacarles rentabilidad le resultaba sin embargo más complicado que al feliz minero de Oslo. La razón: sus Bitcoins estaban ya sepultado bajo bolsas, bolsas y más bolsa con los detritus de sus vecinos. Avergonzado, sin demasiadas ganas de contar su historia, Howells dejó pasar el tiempo sin compartirla con nadie. Él callaba. El Bitcoin subía. Y el error, reconocería más tarde, se iba haciendo cada vez más grande, igual que una enorme bola de nieve.
Cuando su viejo disco duro valía ya seis millones decidió mover ficha.
Desde entonces Howells ha removido cielo y tierra con el propósito de que le dejen remover la basura en el vertedero local. Dejó su empleo, contactó con el ayuntamiento, se dirigió al Parlamento Galés y Británico, consiguió el respaldo de inversores dispuestos a financiar la compleja y costosa operación de rescate e incluso tentó al Consistorio de Newport, su principal obstáculo, garantizándole que si la maniobra tenía éxito y recuperaban el disco duro podría quedarse con el 25% del dinero.
De poco le sirvió. Aunque el responsable del vertedero calcula que el disco duro se arrojó en una superficie que puede acotarse en 250 m2 —la gestión de la basura también guarda una lógica—, a las autoridades locales, quienes realmente deben autorizar los trabajos, no acaba de convencerles que Howells y sus socios remuevan la basura del pueblo. “Sus propuestas plantean un riesgo ecológico significativo que no podemos aceptar”, recalcan desde el gobierno municipal.
Ahora Howells ha decidido buscar una alternativa y echar mano de dos aliados dignos de su estrafalaria historia. En una entrevista con Business Insider ha explicado que quiere utilizar dos perros robóticos Spot de Boston Dynamics equipados con cámaras de circuito cerrado.
Su idea es que escaneen el suelo, igual que dos auténticos sabuesos, a la caza del disco duro perdido. La idea quizás no sea del todo descabellada. Los dispositivos de Boston ya se han usado antes para tareas tan dispares como escanear proyectos de construcción o el pastoreo.
Llevar su plan a la práctica no le resultará fácil. Primero por el coste que representa. Spot salió a la venta en 2020 con un precio de casi 73.000 euros por unidad, una cantidad más que respetable que Howells podría afrontar, asegura, gracias a la financiación de dos inversores de capital riesgo. En total, calcula que completar toda la operación exigirá el desembolso de 10,77 millones de euros.
Además de los robots, el ingeniero plantea construir unas instalaciones al lado del vertedero desde las que un equipo de expertos en IA, excavación, gestión de residuos y extracción de datos, pueda maniobrar con comodidad. El objetivo: dar con el codiciado disco que tiró hace nueve años.
El segundo gran “pero” que debe vadear el ingeniero son las reticencias del Ayuntamiento, que a lo largo de los últimos años se ha negado de forma reiterada a remover los escombros y aún hoy sigue mostrándose reacio. “No hay nada que pueda presentarnos”, explicaba hace poco a Business.
En contra de Howells no solo juegan las trabas burocráticas, el coste del rescate o las toneladas de basura que lo separan de su ansiado disco duro y su contenido de bitcoins. Quizás su gran enemigo sea el tiempo y las fluctuaciones de la criptomoneda. A finales de 2021 su tesoro cripto valía más de 315 millones de euros. A día de hoy, apenas siete meses después, pero tras los vaivenes y la pérdida de valor, sus 7.500 bitcoins andarían ya en torno a los 160 millones de dólares.
La historia, desde luego, está a la altura de la mejor búsqueda del tesoro.
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