En los años 60 y 70, en plena Guerra Fría, el apocalipsis parecía estar siempre a la vuelta de la esquina, pero nadie sabía exactamente cuándo podía llegar. Por eso, en 1972 y hartos de cháchara insustancial, un equipo de científicos del MIT decidió tomárselo en serio y analizar el riesgo de colapso civilizatorio. Las noticias no fueron muy buenas.
Plantearon un modelo dinámico de sistemas que apuntaba a que las sociedades industriales iban camino de colapsar en algún momento del siglo XXI. La respuesta por parte de la comunidad científica internacional fue reírse. Se debatió, claro que se debatió; pero nadie se lo tomó realmente en serio. Al menos, hasta que hace un par de años, Gaya Herrington, responsable de Sostenibilidad y análisis de sistemas dinámicos en KPMG, decidió ponerse a hacer números.
40 años después. La idea tenía sentido. En su momento, los modelos eran poco más que un ejercicio de prospectiva, sin nada con lo que compararlo; pero casi 40 años después, se podía comparar sus predicciones con la realidad factual y ver cómo habían funcionado. Estábamos en disposición de saber quién tenía razón (y quién no) en este debate setentero.
Poniendo a prueba los modelos. Para ello, Herrington recopiló las 10 variables fundamentales de modelo: población, tasas de fertilidad, tasas de mortalidad, producción industrial, producción de alimentos, servicios, recursos no renovables, contaminación persistente, bienestar humano y huella ecológica. Al meter esos datos en el modelo, los resultados se parecían muy mucho a la situación actual. En concreto, la situación actual se parecía a un escenario que predecía que el crecimiento económico se detendría en la próxima década.
Un escenario, por usar las palabras de la propia Herrington, en el que "incluso con desarrollos tecnológicos sin precedentes, [veríamos] inevitablemente reducciones en el capital industrial, la producción agrícola y los niveles de bienestar en este mismo siglo". Es decir, la cosa pinta mal. Sobre todo, porque el escenario que menos se ajusta al actual es, precisamente, el más optimista. Para Herrington vamos camino del estancamiento económico y social (y los últimos dos años no hacen sino acelerarlo).
¿Qué significa eso? Siempre según el modelo, a partir de ese escenario hay dos escenarios: un escenario donde el decrecimiento económica será rápido y sufriremos un colapso civilizatorio (con una bajada drástica de los recursos, la producción industrial y la comida) antes de fin de siglo; o un escenario en el que tras una crisis importante, se recuperan algunos índices y el estancamiento se vuelve "manejable". Es la diferencia entre un aterrizaje suave y un accidente aéreo.
El pelligro de las leyes de la historia. Personalmente, soy escéptico ante estos modelos porque aunque son capaces de captar tendencias interesantes y pueden ayudarnos a trabajar ese futuro cercano; una lectura demasiado literal de ellos, puede acabar causando más problemas de los que soluciona.
Al fin y al cabo, hay muchas cosas que 10 variables fundamentales dejan fuera de foco. No obstante, reflexionar sobre ellos nos enfrenta a algo que puede llegar antes o temprano: el fin del progreso.
¿Y si se acaba el progreso? En “Contra apocalípticos”, el filósofo Jesús Zamora se enfrentaba a algunas de estas preguntas. Aunque él era muy crítico contra los "movimientos apocalípticos" (y probablemente discutiría las conclusiones de este modelo), sí se planteaba las consecuencias del estancamiento del tecnocientífico, social y económico.
Es decir, reflexionaba sobre los cambios que tendrían que darse en una sociedad "metaprodéutica" (que esté "más allá de la idea de progreso") en la que "el futuro no será una tarea, un destino, como lo es según la mayor parte de nuestras ideologías políticas y culturales".
Imagen | Daniel Lincoln
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