El agua dulce en los ríos, lagos, glaciares y acuíferos y la salada en el mar. Si seguimos influyendo en la composición bioquímica de los arroyos puede que en no demasiado tiempo debamos replantearnos aquella vieja lección de la escuela sobre cómo se distribuyen las aguas a lo largo y ancho del planeta. La razón: como acaba de comprobar un equipo de científicos en decenas de puntos de EEUU, el líquido que circula por los ríos parece haberse vuelto más salado con el tiempo. Tal vez suene a detalle menor o una simple curiosidad científica, pero es un fenómeno importante. Uno en el que los humanos tenemos una responsabilidad clave.
Las conclusiones del estudio son desde luego esclarecedoras.
¿Ríos cada vez más salados? Así es. El fenómeno no es exactamente nuevo, pero sí importante. En 2018 Scientific American ya se hacía eco de un estudio que constataba un cambio alarmante en los ríos y arroyos de EEUU: al menos un tercio se había vuelto más salado en un lapso de apenas 25 años. Sus autores preveían de hecho que para finales de este mismo siglo, hacia 2100, probablemente los niveles de salinización habrán aumentado al menos un 50% en la mitad de ellos.
Sujay Kaushal, biogeoquímico de la Universidad de Maryland, ilustraba el fenómeno de una forma mucho más gráfica que los porcentajes, las proyecciones y las cifras áridas: durante la visita a unos familiares en Nueva Jersey se sirvió agua del grifo en un vaso que, poco después, mostraba una especie de surco blancuzco. "Resultó ser una fina capa de sal que formaba una costra en el vidrio", aclara.
¿Y cuál es la novedad ahora? Que un equipo de investigadores de las universidades de Syracuse y Texas A&M han decidido ahondar en el fenómeno valiéndose de algunas herramientas valiosas: modelos de aprendizaje automático (machine learning) y datos recabados en 226 puntos repartidos por ríos de EEUU, espacios particularmente interesantes para los científicos porque la calidad de sus aguas se ha controlado de forma continua durante al menos los últimos 30 años.
La investigación abarca desde entornos urbanos a rurales y explora una amplia variedad de cuencas hidrográficas, atendiendo además a 32 factores entre los que se incluye el clima, la geología o química y el uso del terreno. Todo para tratar de identificar con claridad qué factores explican los cambios percibidos en las aguas. Las conclusiones del análisis las acaban de plasmar en un artículo publicado en la revista Science of the Total Environment y van más allá de la simple concentración de sal en el agua. "Junto con el aumento de la salinidad se ha producido también un incremento de la alcalinidad a lo largo del tiempo", constata el informe.
¿Qué han descubierto? Ya en 2018 Kaushal apuntaba factores como la influencia de las sales se usan en invierno para descongelar las carreteras, aceras y aparcamientos de EEUU, el aumento de las superficies recubiertas de hormigón y asfalto, la minería, el riego o la propia contaminación. "Décadas de lluvia ácida han disuelto no solo porciones de rocas y suelos, sino también edificios y caminos, lo que ha añadido diversas sales al agua", explicaba a Scientific American.
Con ayuda del mahine learning y su base de datos, los autores del nuevo estudio han definir esa radiografía general y sobre todo qué influye en cada proceso: "Los modelos determinaron que las actividades humanas son las que más contribuyen a la salinidad de los ríos estadounidenses, mientras que el aumento de la alcalinidad se atribuyó principalmente más a procesos naturales que actividades humanas".
¿Y qué factores identificaron? El análisis, desarrollado por el profesor Tao Wen y sus colegas, arroja resultados similares a los anteriores: el uso de sal para descongelar las carreteras y el porcentaje de "superficies impermeables", como las zonas asfaltadas, son fundamentales para entender que los ríos sean más salados. Más interesante es lo que han averiguado sobre los cambios en la alcalinidad.
A diferencia de otros estudios, el suyo muestra que el factor que más influye no somos los humanos, sino las condiciones climáticas y hidrológicas, entre las que se incluyen las escorrentías, los sedimentos, la humedad o el pH del suelo. "Estudios anteriores sugieren que la salinización puede potenciar la alcalinización —concluye su estudio—. A diferencia del exceso de salinidad, la alcalinización puede tener un impacto positivo en el medio por su capacidad para neutralizar la acidez del agua y absorber el CO2 de la atmósfera, clave para combatir el cambio climático".
¿Por qué es importante? Por sus implicaciones medioambientales o en el clima. La alcalinidad de los ríos desempeña un rol "vital" por ejemplo en el ciclo del carbono y estudios como el de Wen pueden ayudarnos a comprender mejor el proceso de "meteorización de rocas" y sobre todo trazar estrategias. "La alcalinidad es un componente crítico del ciclo del carbono", abunda el investigador.
"Si bien hemos descubierto que los procesos naturales son los principales impulsores de la alcalinización, los humanos aún pueden cambiar estos factores naturales —añade Tao Wen, profesor de la Syracuse University—. Podemos alterar el nivel de alcalinidad de los ríos cambiando los parámetros naturales, por lo que debemos invertir más para restaurar las condiciones naturales de las cuencas hidrográficas y abordar el calentamiento global y los cambios climáticos".
¿Cómo nos puede afectar? Que cambie la salinidad de los ríos puede tener consecuencias directas en nuestras vidas. Lo mostraba con claridad hace años el estudio de Kaushal o el publicado no mucho después por el científico John Olson: si se cumplen las previsiones de que para 2100 los niveles de salinización habrán aumentado al menos un 50% en la mitad de los arroyos de EEUU, eso implicaría un aumento más que considerable del número de aquellas corrientes demasiado saladas para el riego. De representar el 3 pasarían a suponer cerca del 6%.
Las porcentajes y proyecciones de futuro pueden traducirse de nuevo en algo mucho más gráfico: dólares. En 2018 Scientific American explicaba que en la cuenca del río Colorado (EEUU) se estaban desarrollando varios proyectos para anticiparse a un escenario complejo fruto de una expansión de la agricultura y el descenso de las precipitaciones, lo que exigirá prestar aún más atención al riego. Allí, aclaraba la revista, el costo económico de la salinización se cifraba ya en 300 millones de dólares anuales, cantidad que incluye los daños por 176 millones a los cultivos y 81 millones a los hogares. En California, el agua salada costaba al sector agrícola "miles de millones de dólares" anuales por pérdidas de rendimiento.
¿Y en los ecosistemas? El impacto también sería preocupante para la biodiversidad. Hace años Olson realizó de hecho un experimento para averiguar cómo afectaba la salinidad a una docena de especies de los arroyos de Nevada. Su conclusión es igual de contundente: cuando los niveles de sal se aproximaban a una décima parte de los que pueden detectarse en los mares, "lo que no resulta extraño en algunos arroyos", apostilla Scientific American, se corre el riesgo de que no sobrevivan tres de las cuatro especies analizadas en el estudio.
Imagen de portada: Dave (Unsplash)
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