Desde hace días, algo se mueve en el este. Las piezas de la compleja maquinaria atmosférica de Eurasia están 'conspirando' para hacer cada vez más probable que la temida 'Bestia del este' vuelva a la carga. Eso dicen, a día de hoy, los principales modelos meteorológicos del mundo. ¿Es seguro? No, ni de lejos. ¿Es probable? Cada vez más ¿Deberíamos estar preparados? Rotundamente sí. Te explicamos por qué.
¿Qué es 'la bestia del Este'? Es el nombre popular que se le da a un fenómeno muy concreto: una gran masa de aire muy frío que se origina en Rusia y se descuelga hacia Europa (y España) bajando radicalmente las temperaturas de todo el continente. No se trata de algo muy común, pero ocurre y, cuando ocurre, las consecuencias pueden ser históricas. Aún se recuerda el invierno del 56 como uno de los más fríos de la historia: el culpable fue 'la Bestia'. Si finalmente encajan todas las piezas, va a suponer el gran punto de inflexión del otoño-invierno.
¿Qué piezas? ¿Qué tiene que pasar para? La 'bestia del Este' necesita, al menos, tres elementos: que haya una importante cobertura de nieve en Rusia, que la atmósfera se estabilice y que se instale un anticiclón de bloqueo en el mar Báltico. La explicación es sencilla. De la misma forma que cuando el aire se estabiliza en verano sobre la península, se inicia el proceso que llamamos "horno ibérico"; cuando el aire se estabiliza en invierno sobre las grandes planicies nevadas de Rusia, se activa el "congelador siberiano".
Esto es, un sandwich de aire atrapado entre la nieve y las cotas altas de la atmósfera, al que la baja radiación solar no puede calentar. Solo hace falta que se produzca un pasillo entre las borrascas atlánticas y las mediterráneas para que toda esa masa de aire helado se desparrame sobre el continente y produzca mínimas históricas. Eso es lo que, según las salidas de los modelos deterministas, es cada vez más probable que ocurra durante los primeros días de diciembre.
El peor escenario En el peor de los casos, (es decir, si nos fijamos en lo que ocurrió en 1956) nada bueno. Aquel año, España pasó más de 20 días a temperaturas bajo cero y, según los testimonios de la época, las consecuencias fueron terribles para la población y para la economía. El impacto en el olivar, por ejemplo, fue histórico (y merece la pena estar atentos a esto justo ahora que el olivo atraviesa horas muy bajas).
¿Qué podemos esperar realmente? Sin embargo, no parece probable que repitamos un evento como aquel. Al menos no por ahora. Hay que recordar, de hecho, que no es ni seguro que vaya a producirse. Como siempre decimos, las predicciones a tan largo plazo están llenas de incertidumbre. Es bueno tenerlo monitorizado para que no nos pille de imprevisto, pero aún hay muchos días y la situación puede dar un vuelco.
Además, entre los expertos, se considera más probable que el escenario final sea más parecido al del invierno de 1984-1985. Fue un invierno muy frío, sí; pero quedó lejos del descomunal impacto de la ola de frío del 56. Sea como sea, el cambio radical de temperaturas parece cada hora más asegurado y vamos directos de una situación más cálida de lo normal a otra mucho más fría de lo que estamos acostumbrados. Con la crisis energética que acarreamos, solo queda cruzar los dedos.
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