La ciencia detrás de la timidez, el fenómeno por el cual las copas de los árboles evitan tocarse entre sí

Una lucha descarnada por la luz depara imágenes fascinantes en la cima de los bosques

Es posible que lo hayas contemplado alguna vez. Bajo las copas de los árboles el cielo forma un reguero de líneas azules que se entrelazan entre sí de forma extraña, impidiendo que los árboles intercambien las ramas que surgen de sus troncos. El resultado es un panorama de carácter surreal donde los árboles aparentan haber sido diseñados en sus límites para mantenerse separados los unos de los otros.

No es prestidigitación sino ciencia: el fenómeno tiene fundamento real y ha sido bautizado universalmente como "timidez", legando una de las historias más tiernas, pero también más interesantes, del mundo botánico. La cuestión lleva años recorriendo las esquinas de la red, fruto de su innegable carácter estético y de la fascinación que siempre provoca la inteligencia natural.

¿Pero cuánto hay de cierto en la timidez? Aunque a primera vista pueda parecer un ejercicio de pseudociencia más, lo cierto es que el caso tiene cierto recorrido en la historia de la botánica a lo largo del siglo XX. Como bien explica un usario, se trata de un ejemplo alelopatía, un fenómeno natural que viene a englobar todas las interacciones que, por medio de compuestos bioquímicos, unas especies imponen sobre otras en su crecimiento y existencia. Es decir, de una influencia externa de un organismo a otro.

El caso de la "timidez" se conoce como "canopy disengagement" o "crow shyness" en inglés, traducción literal de "copas tímidas", y afecta de forma especialmente visual a los árboles, aunque también a otras plantas. Esas "líneas" dibujadas sobre el cielo son en realidad el espacio que los árboles, cuando crecen juntos, optan por dejarse los unos a los otros, en una suerte de audiencia de concierto respetuosa y civilizada que jamás osaría irrumpir en el espacio personal del otro.

Viento, contacto o la lucha por la luz

Pese a que sus evidentes atributos estéticos y su particular magnetismo psicológico han hecho de la "timidez" un vericueto de la botánica muy popular, la investigación sobre el fenómeno no es demasiado profunda, y hay diversas teorías que tratan de responder a los orígenes de la misma.

Una de las posibilidades del fenómeno rota en torno al contacto físico directo entre las copas de los árboles. La teoría más popular, por ejemplo, explica que las ramas de los árboles en contacto las unas con las otras se verían cercenadas de sus respectivas matrices cuando una tormenta o fuertes rachas de viento las acosara. El espacio vacío entre unos y otros no surgiría de forma natural, sino del impacto resultante de un shock externo.

La Dryobalanops aromatica malaya, un ejemplo de árboles tímidos. (MikeNorton/Wikipedia)

Se trataría de un equilibrio natural al natural contacto, en zonas de fricción, de unos y otros. En esta línea, Maxwell Ralph Jacobs, un botánico australiano que dedicó parte de su carrera al estudio del omnipresente eucalipto, endémico de la gigantesca isla, y que condensó sus descubrimientos en Growth habits of the Eucalypts, apuntó hacia la abrasión: para él, la fricción propia del contacto entre unas ramas fronterizas y otra dañaba sus tejidos, limitando su crecimiento. Las hojas y las ramas chocaban y dejaban de crecer.

Ambas teorías implican cierta inconsciencia de los árboles: la timidez sería un resultado natural de sus propias limitaciones. ¿Pero y si son los propios árboles quienes deciden mantenerse alejados los unos de los otros por motivos de convivencia?

Si sustituimos "convivencia" por "supervivencia", la idea cobra más sentido. Las plantas no son inteligentes en el sentido neuronal, pero sí tienen sensores, fotorreceptores, que operan y se activan en función de la luz disponible (son los que permiten que las flores se orienten en relación al sol, por ejemplo). Se sabe que muchas plantas saben dónde están sus vecinos y las esquivan a propósito. El objetivo es competir mejor por la luz, un bien en ocasiones escaso (como por ejemplo, los bosques).

Un río azul en la plaza San Martín de Buenos Aires. (Refractor/Wikipedia)

Los árboles tímidos operarían del mismo modo: valiéndose sus hojas de los preciados fotorreceptores fitocromo, el crecimiento de las copas de los árboles se dispararía en dos direcciones distintas. Por un lado, buscaría los espacios de luz, óptimos y de obligatorio acceso para el crecimiento. Por otro, evitaría las zonas de sombra, más pobres e indeseable, y precisamente aquellas que generaría la presencia de sus colegas.

El resultado sería la timidez de grupo, una separación consciente y una forma razonable y casi democrática de repartirse la luz que incide sobre sus respectivas copas. Los árboles serían conscientes de sus semejantes, y los espacios y las siluetas sólo serían el resultado de una bella y brutal competición por la supervivencia. Un ejemplo de esto es la especie Dryobalanops aromatica malaya, cuyo estudio descaró la abrasión.

A grandes rasgos, y dejando de lado otras consideraciones más complejas, son las dos grandes teorías sobre las que rota la cuestión de la "timidez". Se han elaborado otras teorías, como la auto-protección de los árboles ante la propagación de enfermedades, un mecanismo de defensa que impediría o frenaría el rápido desarrollo de las epidemias. Sea como fuere, y aunque el campo de estudio aún esté por desarrollar, el resultado son vistas en contrapicado que, a ras de suelo, resultan tan poéticas como espectaculares.

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Imagen | Commons

*Una versión anterior de este artículo se publicó en marzo de 2017

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