La cifra la dábamos ayer: según las estimaciones del Instituto Nacional de Investigación Espacial del Brasil (INPE), en lo que llevamos de año se han detectado 72.843 incendios en Brasil. Es decir, un 83% más que durante las mismas fechas de 2018. La Amazonía está ardiendo como nunca había ardido en los últimos años.
Y el "nunca" es importante, porque (si somos precisos) "la Amazonía lleva ardiendo 15 años". A las puertas del G7, António Guterres, secretario general de la ONU, ha manifestado su "profunda preocupación" y Emmanuel Macron ya ha calificado los incendios de "crisis internacional", pero ¿es cierto? ¿Qué lo hace distinto a otros grandes incendios? ¿Cómo podría afectarnos que desapareciera el Amazonas para convertirse en una enorme huerta donde pasta el ganado y crece la soja?
¿Qué arde en Brasil?
De los 72.843 incendios registrados hasta mediados de agosto, el 52,5% (unos 38.228) afectaron directamente a la selva del Amazonas; el 30,1% (21.942) ocurrieron en las inmediaciones de la selva, en lo que se denomina "sabana brasileña"; y, por último, el 10,9% de los fuegos afectaron a la región boscosa que se alza en el litoral atlántico del país.
Estados como Amazonas o Acre ya han declarado la situación de alarma y otros mucho (Mato Grosso, Paraná o los alrededores de Sao Paulo) han sufrido niveles altísimos de contaminación atmosférica por las humaredas. Solo en Mato Grosso, en pleno Amazonas, se han declarado 13.641 incendios, un 205% más que el año pasado.
Sin embargo, como la mayoría de expertos internacionales saben, lo que se está quemando no es solo un bosque: es una pieza clave en el equilibrio ecológico global. El mismo Guterres ha dejado claro que "en medio de la crisis climática mundial, no podemos permitirnos más daño a una gran fuente de oxígeno y biodiversidad".
¿Qué perderíamos?
No es sencillo saber cuales serían las consecuencias finales de la desaparición de las selvas tropicales del Amazonas. Fundamentalmente porque no tenemos modelos sólidos capaces de estimar el impacto de un evento tan disruptivo de manera aceptable. Sin embargo, mirando qué cosas se perderían con la deforestación de la selva brasileña podemos hacernos una idea de la dimensión de la catástrofe medioambiental.
El gran pulmón del mundo: Las enormes selvas tropicales del Amazonas tienen la capacidad de absorber hasta 2.400 millones de toneladas de dióxido de carbono cada año. Eso supone la cuarta parte de todo el carbono absorbido por los bosques de todo el mundo. Si el Amazonas desapareciera, los Acuerdos del Clima de París saltarían por los aires.
El arca de Noé: En el Amazonas viven un 9,5% de todas las especies del planeta; uno de cada cinco especies de pájaros y una de cada cinco especies de peces. Solo en la región amazónica, hemos encontrado 40.000 especies de plantas, 2.200 especies de peces, 1.294 de pájaros, 428 de mamíferos y 378 de reptiles. En total, se estima que hay unas 1.800.000 especies y las consecuencias de estos incendios pueden ser muy graves.
Lluvias y suelos Los árboles ayudan a controlar el nivel de agua en la atmósfera y ayudan a regular el ciclo del agua. La falta de árboles tiende a provocar un suelo más seco y perjudican los cultivos. Esto, además de alterar las precipitaciones, favorece la erosión del suelo.
Salvando las distancias, el 'Dust Bowl' que enterró el centro de Estados Unidos en arena durante los primeros años del siglo XX y obligó a migraciones masivas agravando la Gran Depresión fue un proceso parecido. Lo más probable es que si destruimos la selva para cultivar, en menos tiempo sus fértiles terrenos se conviertan en polvo.
Diversidad social. Hoy por hoy, más de 350 comunidades indígenas viviendo en la Amazonía y sus reservas. Son fenómenos sorprendentes que nos han ayudado a entender mejor el origen del lenguaje, la estratificación social o la agricultura. También son estructuras muy frágiles que ya están en peligro. De acuerdo con el INPE, en la última semana los fuegos han afectado a 68 áreas protegidas. Lugares como el Parque Nacional de la Chapada dos Guimaraes ya ha perdido el 12% de su vegetación.
¿Qué hacemos ahora?
Esa es la gran pregunta. El Amazonas, hoy, está más amenazado de lo que solía estarlo. Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, lleva desde mucho antes de su elección liderando la oposición a cualquier medida que favorezca la conservación del Amazonas. Sus políticas quieren favorecer proyectos desarrollistas que amplíen el terreno útil para ganadería, agricultura y minería.
Esto ha hecho, paradójicamente, que algunos de los estados que más apoyaron a Bolsonaro fueran lugares como Roraima, Acre, Rondonia o Mato Grosso que ven en enfoque sobre el Amazonas una manera de 'rescatar' los recursos de la selva para las industrias locales.
Y frente a ellos, la comunidad internacional se está movilizando. Países como Irlanda ya han amenazado con bloquear tratados internacionales si Brasil falla en su obligación de defender el Amazonas y presumiblemente, con el G7 a punto de empezar, las presiones se redoblarán en las próximas semanas.
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