Llevo más de dos años cubriendo la pandemia con la lengua fuera y el corazón en un puño. Y quizás lo único bueno es que, entre curvas de prevalencia, incertidumbres, preocupación y cansancio, creo que he aprendido algunas cosas. La más evidente es que, tal y como dice la sabiduría popular, las cosas nunca son como parecen. Durante meses nos entretuvimos buscando alguna certeza en los países que iban mejor para descubrir que ese "ir mejor" era condicional, precario y, sobre todo, transitorio.
Hemos ido de ejemplo en ejemplo hasta el desastre final. Me viene a la mente Israel, por ejemplo. Tras un cierre rápido y efectivo, Tel-Aviv apostó por descongelar la economía rápidamente para intentar esquivar el golpe que la crisis suponía a nivel económico y laboral. En ese momento, el país era una referencia internacional, pero duró poco. La cascada de malas decisiones acabó alimentando una segunda ola de contagios a finales de julio de 2020 que convirtió a Israel en el primer país del mundo en volver a andar la senda del cierre total en septiembre de ese mismo año.
Con esto no quiero caer en una especie de fatalismo epidemiológico. No estoy defendiendo que la pandemia fuera una "plaga bíblica" ante la cual todos los enfoques de gestión sanitaria se encontraban igual de indefensos. No es el caso: sabemos que hubo unas intervenciones más efectivas que otras. Lo que quiero decir es que nunca hay que olvidar que todas las decisiones tienen sus consecuencias y que, para todos aquellos países que optaron por la famosa estrategia del #COVIDZero, las consecuencias ya están aquí.
COVID Zero: un éxito con dos caras
¿Qué es "COVIDZero"? Es el término con el que se suele denominar la estrategia frente a la pandemia que siguieron países como Australia, Nueva Zelanda, Singapur, Corea del Sur o China. Estos países priorizaron un marco de contención y eliminación del COVID. Nueva Zelanda, sin ir más lejos. llegó a confinar una ciudad entera por un solo caso. Es decir, centraron todos sus esfuerzos en reducir a cero los casos de infección, impedir que el virus circulara por sus sociedades.
Una estrategia exitosa... Aunque pueda parecernos desproporcionado, este enfoque ha demostrado tener bastantes fortalezas. La experiencia internacional muestra que los países que optan por este tipo de estrategias "desarrollan una respuesta epidemiológica y comunitaria más eficaz y con menos consecuencias económicas y psicosociales negativas que aquellos que apuestan por una estrategia de mitigación o de inmunidad de grupo". Eso los convirtió en un ejemplo claro para todo el mundo.
...pero difícil de aplicar Sin embargo, no era fácil seguir la senda del COVIDZero. Solo países con un músculo epidemiológico muy desarrollado (Corea del Sur), con capacidad para congelar la sociedad por periodos largos (China) o relativamente aislados por su situación geográfica (Australia o Nueva Zelanda) o por su escaso número de vías de entrada (Singapur o Hong-Kong) parecían poder implementarlo correctamente.
Dudas a medio plazo. Pronto, no obstante, empezaron a surgir dudas. En verano de 2021, mientras el mundo se abría lentamente gracias a la vacuna, los países CovidZero seguían confinándose. En aquel momento, parecía un precio razonable por esquivar el horror que se vivió en marzo de 2020 en Europa y, de hecho, es posible que siga siéndolo. Pero muchos empezaban a preguntarse cómo iban a poder reincorporarse todos estos países al mundo exterior si, como decía los expertos, el virus no iba a desaparecer.
Prisioneros de sus propias políticas
Y, como estamos viendo, la respuesta no es sencilla. Estos días, ante el repunte de contagios, China ha impuesto un cierre total de una semana en Shenzhen, una de las capitales mundiales de la electrónica. El cierre afecta directamente a decenas de fábricas y proveedor (de fabricantes como Apple, Volkswagen o Toyota) y por eso ha llamado la atención del mundo occidental, pero se trata de un caso más del largo rosario de cierres y confinamientos al que el Gobierno de Pekín lleva sometiendo al país.
No obstante, ese es solo parte del problema. Estas semanas estamos descubriendo otra consecuencia imprevista de la estrategia de COVIDZero: que la ausencia de infecciones rebaja la "presión social" por vacunarse y las tasas de inmunización crecen muy lentamente. Eso hace aún más complicado abrirse al mundo: el virus sigue ahí fuera y, dentro del país, no hay "muros epidemiológicos" para contenerlo.
Si a eso sumamos que países como China han optado por usar vacunas propias (menos efectivas), el desastre parece inminente. Como muestra el caso de Hong-Kong: que pese a tener el mismo número de casos que Nueva Zelanda, tiene muchos más muertes relacionadas con el SARS-CoV-2.
Viendo los datos aislados, puede generarse la falsa impresión de que se trata de un problema de contagios, que también. Pero, hoy por hoy, los contagios en Europa, Estados Unidos o Sudamérica siguen muy por encima (aunque el caso hongkonés empieza a ser realmente preocupante). Se trata, más bien, de entender cómo las propias políticas maximalistas de los países con COVIDZero les han llevado a ser prisioneros de la supresión. Y eso nos lleva, de nuevo, más de dos años después, a los campos de cuarentena, a miles de confinados por un contagio y a los peores recuerdos de los primeros días de la pandemia. Y lo que es peor, sin saber cuándo van a poder salir de esa situación.
Imagen | Kin Cheung/AP
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