Para algunos de sus más feroces críticos, en 1952 Stanley Miller decidió jugar a ser Dios casi literalmente. Construyó un aparato de vidrio e introdujo en él agua y gases como metano, amoniaco o hidrógeno en su interior con la intención de recrear las condiciones del océano y la atmósfera primitivos. Así, usando dos electrodos aplicó descargas energéticas simulando los rayos que debían de ser comunes en aquella época. Miller quería rehacer vida y, en términos generales, lo consiguió.
A los pocos días, Miller y su equipo encontraron aminoácidos y otros compuestos orgánicos prebióticos en el caldo originario. Ahí lo tenían: ese experimento demostraba que la vida, que toda la complejidad de la vida, podía sintetizarse a partir de "ladrillos" inorgánicos. No había magia, no había milagros: había química, pura química.
Ahora, un equipo de investigadores del CSIC y la Universidad de Tuscia han demostrado que “Miller simuló el océano y la atmósfera de la Tierra primitiva, pero se olvidó de las rocas" y sin las rocas, el experimento tenía poco futuro. Miller no habría encontrado resultados interesantes si no llega a ser una casualidad histórica: el material con el que creó el reactor era vidrio de borosilicato. Nuestra compresión de los orígenes de la vida depende, en buena medida, de un golpe de suerte.
Cuando el vidrio de borosilicato es el material con el que se fabrica la suerte
En efecto, el reactor que Miller construyó para sus experimentos y los reactores que posteriormente han sido utilizados por otros grupos de investigación están fabricados con vidrio de borosilicato y gracias a eso obtuvo resultados potentes. El equipo de Juan Manuel García Ruiz, del Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra, realizó “seis experimentos utilizando tres reactores distintos: un reactor de vidrio, otro hecho de teflón (un material químicamente inerte) y un tercero hecho de teflón en el que agregamos chips de vidrio al agua".
"Los resultados demuestran inequívocamente que el vidrio de borosilicato juega un papel clave en la síntesis de Miller, en los rendimientos, en el número de productos sintetizados y en su diversidad química”, explica García Ruíz. Esto es así porque “debido al uso de amoníaco, las mezclas de gases en estos experimentos dieron al agua un pH básico. A pH básico, el vidrio del reactor se disuelve y los grupos silanol de la sílice se activan, lo que supone un incremento de la reactividad de la superficie”.
“Nuestros experimentos también muestran que Miller habría sintetizado muy pocas de las moléculas orgánicas relevantes para el origen de la vida si no hubiera utilizado el reactor de vidrio". Cosas como los "dipéptidos, las moléculas con múltiples carbonos, los ácidos dicarboxílicos, los hidrocarburos aromáticos policíclicos o un panel completo de nucleobases biológicas” no se habrían encontrado en el experimento.
La investigación va más allá de todo esto y permite explicar una de las mayores limitaciones de los experimentos de Miller: la necesidad de que existiera una "atmósfera reductora" (rica en metano e hidrógeno). Si como sugieren los científicos del CSIC, es hora de meter el sustrato mineral en la ecuación, esa necesidad se disipa y nos permite ver el origen de la vida de forma más creativa. Una creatividad que no sabemos bien a dónde nos llevará, pero que planteará un viaje muy interesante.
Imagen | Lucas Chacón
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