Esta es la historia de un colapso anunciado. Hace aproximadamente un año, un grupo de científicos modelizó el futuro de las circulaciones termohalinas en el Atlántico y llegó a la conclusión de que la AMOC, la principal corriente oceánica que regula el clima europeo, "mostraba señales de colapso". En febrero, la revista Science volvió a la carga y aportó pruebas contundentes de que nos estábamos acercando hacia el punto de inflexión.
Ahora, ha sido Stefan Rahmstorf, uno de los oceanógrafos que más han estudiado la física del Atlántico en un contexto de cambio climático. Es decir, cada vez son más y más investigadores los que avisan que algo está pasando con el fenómeno que separa a Europa de su próxima "edad de hielo".
¿Qué es "circulación de retorno meridional del Atlántico"? Bajo la apariencia relativamente calmadas de las superficies de los mares y océanos, hay una enorme red de circulaciones y dinámicas generales que tratan de equilibrar la enorme masa de agua que cubre el globo. Al fin y al cabo, ni el sol calienta por igual todos los lugares del planeta, ni los flujos de agua dulce se incorporan a los océanos de forma homogénea.
La vía principal por la que los océanos organizan sus temperaturas y salinidades a escala global se llama "circulación termohalina". Dentro de esa circulación, nos interesa una rama muy concreta. El flujo oceánico norte-sur que, como explicaba Jose María Sánchez-Laulhé, transfiere calor desde los trópicos a la costa este de Norteamérica y la costa oeste de Europa": la circulación de retorno meridional del Atlántico, la AMOC.
¿Por qué discutimos sobre ella? Con la mera definición de la AMOC se intuye que es algo importante. Siguiendo con Sánchez Laulhé, "sin ella, Europa occidental y el este de América del norte se enfriarían significativamente, con un gran número de efectos adversos potenciales". Hablamos de cosas como un "enfriamiento generalizado en todo el Atlántico norte y hemisferio norte en general", una brusca caída de temperaturas en Europa, un "fortalecimiento de las borrascas de invierno, con más y más potentes ciclogénesis explosivas" o una "mayor proporción de precipitaciones cayendo en forma de nieve en toda Europa".
Es decir, su colapso es un tema central que pondría a buena parte del continente Europeo ante decenas de situaciones completamente inéditas (y pondría en jaque sus infraestructuras más básicas).
¿Eso significa que esperamos una glaciación en Europa en 2030? Evidentemente no. En la presentación de Rahmstorf se explica que, entre el 35 y el 45% de los modelos climáticos más avanzados de los que disponemos, concluyen que "la AMOC podría colapsar en la década de 2030". Pero, en realidad, su trabajo no tiene tanto que ver con las consecuencias del colapso como podría parecer.
Su exposición se centra en constatar que, efectivamente, parece que la AMOC se está debilitando, que seguimos sin saber cuándo podría ocurrir y que ese colapso podría ser irreversible. Además, y esto es importante, Rahmstorf hace mucho hincapié en que, ante tanta incertidumbre, "debería aplicarse el principio de precaución".
Y tiene sentido empezar a pensar en todo esto. En parte por la deficiente comunicación sobre el colapso y sus posibles consecuencias, se está instalando la idea de que sus efectos podrían ser la solución a todos nuestros problemas con las temperaturas extremas y las sequías. No lo es.
A poco que lo pensemos, nos daremos cuenta de que tenemos sociedades enteras de millones de personas sosteniéndose sobre un fino equilibrio climático que no podemos controlar. Cualquier cambio brusco (sea cual sea su dirección) podría ser un desastre. No sabemos qué pasará, ni cuándo, ni cuánto nos costará adaptarnos: lo que está claro es que llegados a ese punto, expertos como Rahmstorf coinciden en que sería más barato quedarnos como estamos.
Aunque eso requeriría acciones decididas.
Imagen | Stefan Rahmstorf
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