El 17 de agosto de 2022, el juzgado de lo Contencioso-Administrativo 9 de Sevilla acordó ordenar la paralización de la tala del ficus de la parroquia de San Jacinto en Sevilla al "apreciar circunstancias de especial urgencia". Las había. Vaya si las había.
Cuando la orden llegó, los operarios estaban terminando. Pese a que tres personas se habían encaramado a él para evitar su tala, los trabajos habían empezado el mediodía anterior y habían continuado durante la noche protegidos por hasta 29 agentes de la policía local.
Dos años después, todo parece indicar que el ficus está muerto.
¿Todo este lío por un árbol? No por uno cualquiera, desde luego. El ficus de San Jacinto tenía más de cien años (fue plantado en 1913), una envergadura de 24 metros de altura y estaba declarado Bien de Interés Cultural con la catalogación de "monumento".
Y, más aún, rápidamente el ficus se convirtió en un símbolo de un mal endémico del país: el desprecio y poco cuidado que en España se les da a los árboles urbanos.
¿Y por qué se quería talar? El 31 de mayo de ese 2022, la Comisión Ejecutiva de la Gerencia de Urbanismo y Medio Ambiente del Ayuntamiento de Sevilla "concedió la licencia a la parroquia para proceder a la tala del ficus". Todos los partidos (excepto Podemos, que se abstuvo) votaron a favor y el procedimiento quedó a la espera de que la Comisión Provincial de Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía autorizara la acción, al tratarse de un Bien de Interés Cultural.
El motivo de proceder a su tala fue un informe elaborado a petición de la Orden Dominica en el que se advertían "riesgos para las personas en una zona de gran tránsito peatonal" y afecciones a los edificios colindantes que también son objeto de especial protección. Ya el año anterior la caída de una rama había provocado varios heridos (uno de ellos de gravedad) y la parroquia pedía su tala después de, según sus propias palabras, "llevar muchos años buscando distintas soluciones".
¿Cuál fue el problema, entonces? Que rápidamente surgieron voces (tanto de activistas como de profesionales) que ponían en cuestión las conclusiones del informe de la Iglesia y denunciaban que la autorización de la tala se había llevado a cabo "sin informe técnico alguno elaborado por arborista que permita sustentar la posibilidad de simultanear la supervivencia del ficus con la seguridad de las personas y el edificio".
En 2021, el mismo Ayuntamiento había reconocido que todos esos riesgos alegados eran "consecuencia de las podas drásticas que ha ido sufriendo a lo largo de su historia y del entorno en el que se desarrolla este ejemplar". Y según explicaban desde la asociación Salvar el ficus, esos mismos técnicos habían propuesto "poner una pérgola vegetal y rígida para impedir la caída de ramas hacia la calle o un muro de contención de las raíces, además de mejorar el riego" y, por supuesto, terminar con "las podas agresivas" (que siempre acaban siendo un problema a medio plazo).
Y ante esto, el proceso se aceleró. Aunque los hechos estaban siendo investigados por otro tribunal, parecía demostrado que el 16 de agosto de 2022, el Juzgado de lo Contencioso 9 advirtió al Ayuntamiento que estudiaba la paralización de la tala y, en concreto, que tenía dos días para tomar una decisión "cautelarísima". No agotó esos dos días. El 17 la decisión estaba tomada, pero ya era tarde.
Crónica de una muerte anunciada. Durante estos dos años el Ayuntamiento, que se hizo cargo del cuidado de lo que quedaba del árbol, se ha gastado más de 13.000 euros en tratar de sacarlo adelante. Pero todo ha sido inútil.
Fuentes de la delegación sevilla de Parques y Jardines decían en El País que estaban convencidos de que el árbol "tendría la vitalidad para recuperarse y por eso los primeros meses facilitamos esa regeneración [...] pero el árbol ha ido para atrás y no hay síntomas de nuevas brotaciones ni posibilidad de supervivencia". Otra fuente anónima de la empresa que ha tratado el ficus estos meses decía que "el árbol está muerto al 99%".
Un caso mediático de un problema generalizado. Porque, efectivamente, el ficus de San Jacinto no es más que el caso más conocido de una auténtica plaga: el mal cuidado que se les da a los árboles urbanos en España. Las causas son diversas, pero se pueden resumir de forma sencilla: pocos medios, mala gestión y decisiones políticas aisladas de cualquier conocimiento técnico actual.
Resulta curioso que ahora que sabemos que los árboles ayudan a reducir los contaminantes atmosféricos y mitigan el efecto de isla de calor urbano no nos tomemos todo esto más en serio. Por eso el caso del ficus es importante, porque muestra que da igual la protección que tenga el medio natural, hoy por hoy no está seguro.
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