Cómo el intento de proteger a la industria láctea se les fue completamente de las manos
En 1981, cuando Ronald Reagan juró el cargo como Presidente de los Estados Unidos de América, el Gobierno norteamericano tenía 781.419 soldados, más de 10.000 cabezas nucleares y 250.000 toneladas de queso americano almacenadas en el subsuelo de remotas áreas del país.
Es más. Según explicó en su momento el Washington Post, el Departamento de Agricultura (USDA) dedicaba en torno a un millón de dólares al día solo para almacenar esos millones de kilos de queso. Obviamente, EEUU tenía un problema. Lo que no parecía tan obvio era saber cómo solucionarlo.
Tengo 250 millones de kilos de queso y no sé qué hacer con ellos. "Hemos buscado y buscado formas de lidiar con esto, pero los problemas de distribución son increíbles. Probablemente la cosa más barata y práctica sería arrojarlos al océano", explicaba un funcionario del USDA en el mismo reportaje.
Y es que se trataba de una cantidad ridículamente grande de queso que, en 1984, equivalía a dos kilos y cuarto por estadounidense. Cualquier salida que se le diera a esas reservas parecía condenada, de forma inevitable a hundir la industria láctea y quesera norteamericana. Y eso sí que era una línea roja.
Porque... por ahí había empezado todo. "Como tantas otras cosas en la política pública estadounidense, esto [...] se remonta a una época en la que los agricultores estaban pasando por momentos difíciles en las décadas de 1920 y 1930 y había una creciente sensación de que el gobierno debía ayudar", explicaba en Atlas Obscura Andrew Novaković, profesor de Economía Agrícola en la Universidad de Cornell.
Esa ayuda pública y los nuevos desarrollos tecnológicos (la refrigeración, fundamentalmente) hicieron que la industrial láctea creciera de forma brutal en todo EEUU. El problema fue que ese crecimiento se hizo a costa de enormes inversiones y un gran endeudamiento y, cuando llegó la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de productores se encontraron al borde de la ruina.
Inelasticidad. La administración norteamericana se dio cuenta de que, por su naturaleza (a las vacas hay que ordeñarlas todos los días), los productos lácteos no podía adaptarse rápidamente al mercado y temieron que, si no hacían algo que estabilizase los precios, la industria colapsase bajo su propio peso. Y, en aquella época, es importante tener en cuenta que el sector era (mucho más) estratégico (que ahora).
Así que empezaron a comprar. "Una de las medidas adoptadas", explicaba Novaković, "fue establecer un programa por el cual el gobierno garantizaría un precio para un puñado de productos agrícolas para estimular la producción". El problema es que la leche (a diferencia de otros productos como los cereales) "necesitaba ser convertida en formas más perdurables" como la mantequilla, la leche en polvo o el queso.
Y durante 20 años el programa funcionó perfectamente. Luego vino la crisis de los 70. Con el mundo cayéndose a trozos, el Gobierno federal no dudó en utilizar el programa de la Ley de Agricultura para meter muchos millones en la industria agroalimentaria. El resultado fue el que comentábamos: en menos de una década EEUU tendría la mayor reserva de productos lácteos de la historia.
¿Qué hacer con tanto queso? Aunque las distintas administraciones intentaron resolver el problema, no había ninguna forma sencilla (y políticamente viable) de solucionarla. Por ejemplo, pese a que en el 81 se dedicó más de la mitad de la reserva a comedores sociales y ayudas alimentarias, para el 84 ya se había vuelto a recuperar.
Eso hizo, como explica nuestra compañera Liliana Fuchs, que en los años 90 y principios de la década de 2000, "una empresa de marketing creada y financiada en parte por el USDA diera millones de dólares a compañías de comida rápida como Taco Bell y Domino's para 'animarlas' a multiplicar la cantidad de queso en sus platos". Todo eso mientras la misma administración pagaba campañas alertando contra el peligro de las grasas saturadas.
Es decir: no, no encontraron una solución factible. De hecho, según Atlas Obscura, pese a que Estados Unidos sigue teniendo unas 600.000 toneladas de queso almacenado, en 2016 el USDA tuvo que gastarse 20 millones de dólares en queso para controlar los precios.
De hecho, a día de hoy el Gobierno sigue produciendo , almacenando y poniendo en circulación su propio queso. Visto lo visto, no sabemos si es una política acertada o no; pero, desde luego, el contribuyente norteamericano siempre podrá decir que llevan más de 70 años "dándosela con queso".
Imagen | Kristina D.C. Hoeppner
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