Los incendios del Ártico ya contaminan tanto como Bélgica: la ciencia tras la oleada de fuegos más grande que podemos recordar

"Los incendios árticos son raros, pero tienen precedentes. Lo que no tiene precedentes es la cantidad de incendios que están ocurriendo. Nunca antes los satélites de todo el planeta habían visto este nivel de actualidad", explicaba Guillermo Rein, profesor del Imperial College London. Y no le falta razón.

Solo en Siberia se han quemado unos 40.000 kilómetros cuadrados; es decir una superficie equivalente a Extremadura. Pero esta salvaje ola de incendios va más allá de Rusia y afecta a todo el Ártico con regiones como Alaska, Groenlandia y el norte de Canadá están literalmente en llamas. Y, sin embargo, ni la extensión ni la virulencia son el principal problema de estos fuegos: el principal problema está bajo tierra.

Las llamas del ártico

Krasnoyarsk Science Center SB RAS

En lo que va de año, los incendios árticos han liberado alrededor de 121 megatoneladas de CO2. Es decir, más de lo que emite un país como Bélgica en anualmente. En anterior récord fue de 110 megatoneladas en 2004. En todo el año. Nosotros estamos en 2019 y solo acabamos de empezar agosto.

Para que nos hagamos una idea de la dimensión del problema, hemos de caer en la cuenta que, a diferencia de los fuegos de California de los últimos años, este tipo de incendios no suele atraer la atención internacional. Suelen darse en regios lejanas, olvidadas y, sobre todo, vacías. Sin embargo, la envergadura de los incendios está comprometiendo decenas de ciudades (y la lucha contra el cambio climático).

En Siberia, por volver al ejemplo anterior, vive aproximadamente una cuarta parte de la población rusa. Pese a ello, gracias a una densidad poblacional muy baja, los incendios no suelen molestar demasiado. Ahora, áreas metropolitanas como Novosibirsk, la tercera ciudad más grande del país, llevan semanas sumidas en humo y los hospitales, colapsados por problemas oftalmológicos y respiratorio.

¿Qué está pasando?

Raquel Raclette

La explicación más evidente es que el ártico se está calentando dos veces más rápido que el resto del planeta del planeta. Y eso, queramos o no, tiene consecuencias. Ya hemos hablado de cómo la macrofauna ártica está sufriendo problemas serios, pero la fauna no le va muy a la zaga.

Concretamente, lo que estamos viendo es una desecación muy rápida de la vegetación. Sobre todo, y esto es lo importante, en la turba. Este es un material orgánico con un riquísimo contenido en carbono. Es una masa esponjosa y ligera de color oscuro que suele ser el resultado de la putrefacción de la vegetación en aguas biológicamente poco activas de pantanos, marismas o humedales. En climas fríos, las turberas son muy comunes.

Son, de hecho, la primera fase en la creación de carbón. Por eso, por su rico contenido en carbono, suelen usarse para la elaboración de abonos o, una vez desecadas, para fabricar combustibles. Y es que en estado fresco, la turba alcanza un 98 % de humedad. Durante miles de años, allí en las frías regiones árticas, las turberas fueron convirtiéndose en la mayor reserva natural de carbono terrestre del planeta.

Sin embargo, el cambio climático está secando las turberas a un ritmo nunca visto en tiempos modernos y sí, esto es un problema. No sólo porque la turba seca sea “paja seca lista para arder”, sino porque cuando la turba arde lo que arde, en realidad, es el suelo que se convierte en una enrevesada red de fuegos subterráneos que pueden crecer hectáreas y hectáreas ajenos a lo que ocurra en la superficie.

Este tipo de fuegos son tan persistentes que puede llegar a estar meses ardiendo, provocando cambios estructurales en los ecosistemas árticos y liberando toneladas y toneladas de CO2. Eso es lo que estamos viendo ahora: los grandes incendios no son solo árboles en llamas, son turberas quemándose de forma nunca vista. Por eso el Ártico no va a dejar de arder en todo el verano.

Imagen | Marcus Kauffman

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