“La sequía se acabó”. En esta ocasión, ha sido el alcalde de Vigo el que ha dicho las palabras mágicas. Convencido de que con las lluvias de Ana, la ciclogénesis de estos días, el embalse de Eiras alcanzará el nivel máximo permitido en esta época del año, el actual Presidente de la Federación española de Municipios y Provincias ha anunciado el fin de la sequía.
Puede parecer una anécdota aislada, pero estas declaraciones de Abel Caballero son todo un síntoma de nuestra incapacidad social y política para afrontar problemas estructurales a largo plazo. No, la sequía no se ha acabado, la sequía no ha hecho más que empezar.
La sequía no se ha acabado
Es un secreto a voces. Todos los expertos internacionales en recursos hídricos coinciden en que España y América Latina van a sufrir por el agua en la próxima década. Van a sufrir mucho porque lejos de ser un problema aislado, lo que estamos viendo es una reordenación global de las lluvias y la demografía urbana.
Como explica María Fernanda Pita, profesora de la Universidad de Sevilla, no es solo que se vaya a producir un aumento de las temperaturas y una reducción de las precipitaciones. Esto nos hace más vulnerables, pero no es nuevo: lleva décadas dándose y es un elemento fundamental detrás de la progresiva desertificación que sufre la península.
Lo peligroso, explica Pita, es que las sequías van a ser cada vez más irregulares y aleatorias. Si no somos capaces de integrarlas en la gestión habitual de los recursos hídricos y, sobre todo, si no somos capaces de aprender de las secuencias secas del pasado, vamos a tener un problema muy difícil de gestionar.
Un problema que va más allá del agua
Y es que, como no nos cansamos de repetir, la escasez de agua tiene un enorme impacto social, ambiental, económico y político. Jorge Olcina, geógrafo de la Universidad de Alicante, explicaba a El Mundo que en situaciones de sequía como la que hemos sufrido este año "se puede llegar a perder entre el 1% y el 2% del PIB". Esto ya es grave en condiciones óptimas, en un escenario continuado puede ser catastrófico.
En países como Siria o Sudán, "la escasez de agua potable, la reducción en la producción de alimentos, el aumento de los riesgos para la salud y la reducción del espacio vital" ya ha ocasionado verdaderos conflictos armados. Y aunque los efectos sociales más evidentes solo se han dejado ver en "estados débiles", la presión climática está aquí para quedarse.
La sequía is the new normal
Por eso no tiene sentido decir que "la sequía se ha acabado" mientras se llama (una vez más) a la moderación y el consumo responsable. La realidiad es que las reservas nacionales de agua han crecido un 0'1% tras la borrasca, pero, durante los últimos meses, hemos visto como este tipo de temas eran desplazados del debate público. Ante la incapacidad de afrontar la sequía como lo que es, un problema estructural a largo plazo, cualquier mejoría (por leve y accidental que sea) es una buena noticia.
Y si hablamos de tomárnoslo en serio, la respuesta siempre es la misma: "No es el momento de eso". Pero no es verdad, claro que es el momento. Es el momento de buscar un gran pacto de Estado, de iniciar reformas radicales, de repensar toda la infraestructura hídrica del país para conseguir una red de abastecimiento integrada, modernizada y, esto es importante, inteligente.
Es el momento porque es ahora o nunca. Como dicen las organizaciones ecologistas, "no podemos seguir gestionando estos problemas como si las circunstancias siguieran siendo excepcionales". O ponemos todos nuestros conococimientos y toda nuestra tecnología en ello, o llegará el momento en que estaremos viviendo en el desierto.
Imagen | Contando Estrelas
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