Ahora ha llegado a los titulares, pero llevamos desde 2014 en una situación de sequía generalizada. Desde aquel año, cada temporada ha llovido menos que la media histórica (1971-2000); cada temporada ha sumado su granito de arena para construir un déficit global, constante y cada vez más extendido. Pero lo peor no es eso. Y no lo es porque, aunque es poco probable, el azar meteorológico puede sorprendernos con una primavera como la de 2018 (con el marzo más lluvioso desde 1965) que nos ayude a salvar los muebles. La "urgencia" desaparecerá, sí; pero la sequía seguirá ahí.
¿La mayor sequía desde que tenemos registros?. Si somos rigurosos habremos de reconocer que la sequía que se extendió entre 1991 y 1995 fue peor que la actual. Sobre todo, en lo que se refiere a las repercusiones. Desde entonces, nuestra capacidad de planificación y nuestras herramientas de gestión hídrica han mejorado mucho. El resultado es que, pese a que desde el 1 de octubre de 2021 (la fecha en la que comienza el año hidrológico) ha caído solo un 25% de lo normal en algunas zonas, estamos consiguiendo minimizar daños.
"Un juego de niños". Hasta ahora, algunos países como España, México, Sudáfrica o Chile han sufrido cierto estrés hídrico y han podido comprobar en sus propias carnes las tensiones que la escasez de agua puede crear. Pero, según Joshua Busby, de la Universidad de Texas y el Council of Foreing Relations, "creo que todo esto será un juego de niños comparado con lo que está por venir". El motivo es más que evidente: "Cada vez hay menos agua en el mundo", explica Busby. Al menos en el sentido de que la demanda de agua no ha parado de aumentar impulsada por el crecimiento demográfico y económico, pero los recursos permanecen estables. O se reducen por un cambio climático.
Los datos son preocupantes. Si analizamos los datos del World Resources Institute, podemos verificar que zonas como Estados Unidos u Oriente Medio tendrán problemas gigantescos. Pero como explicaba a Xataka Robert Glennon, profesor de la Universidad de Arizona España, México y varias zonas del resto de América Latina no se quedarán atrás. El WRI nos ayuda a combinar diversas dinámicas y tendencias para ponderar los escenarios más plausibles en 2030 y las previsiones son malas: la sequía va camino de convertirse en la nueva normalidad.
¿Nueva normalidad hídrica? En 2015, un equipo de la Universidad de Zaragoza realizó un estudio realmente interesante. Reuniendo decenas de fuentes de información (y miles de anillos de árboles), consiguieron radiografiar todas las sequías desde 1694. Entre sus conclusiones, aparecía que “la cuenca mediterránea es testigo desde hace al menos cinco décadas de un aumento de los problemas hídricos”. Si no llega a ser por ese marzo especialmente lluvioso, la sequía de 2017 hubiera sido la más salvaje en 320 años.
Un mes de lluvias no se resuelve el problema. Si a nivel global, cada año se pierden 24 mil millones de toneladas de suelo fértil (es decir, en los últimos 20 se han perdido el equivalente a toda la superficie agrícola de EEUU); a nivel local, una quinta parte del territorio español ya está desertificada y un 1% se degrada rapidísimamente.
Esto es especialmente grave porque la desertificación no es solo una de las consecuencias más visibles del cambio climático, sino una de las más costosas en términos económicos, sociales y medioambientales. ¿El motivo? Que es muy difícil de combatir. Pese a la urgencia mundial que atravesamos, nuestros enfoques para subsanarla aún están muy poco desarrollados.
Y, además, vamos con retraso Aunque la Convención internacional con la desertificación entró en vigor en 1996, España lleva muchos años de retraso en su aplicación. Y, por si fuera poco, al meter la variable energética en la ecuación hídrica, los problemas no han hecho sino agravarse. Teniendo en cuenta que este quizá sea el mayor problema con el que se van a enfrentar la agricultura y la ganadería (dos sectores estratégicos) en las próximas décadas, es difícil de explicar.
¿Hay soluciones? En un escenario con oferta estable y demanda en alza, las soluciones son complejas. Glennon, por su parte, proponía que había que empezar a "forzar una mejor gestión del agua" e, incluso, crear mercados sólidos que aborden de una vez temas como la tarificación del agua, la asignación más eficiente de estos recursos o el comercio internacional de agua dulce. El tema es polémico porque la privatización de los recursos hídricos es un tema muy sensible en muchas zonas del mundo que ven cómo algunos países pueden acabar drenando los recursos de otros agravando aún más la situación.
Imagen | Javier Díaz Barrera
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