El MIT ha capturado la mayor matanza entre especies en el océano. Millones de criaturas murieron en cuatro horas

Es un caso de depredación tan insólito que su estudio y técnicas servirán para una mejor comprensión de la ecología marina

En clave ecológica, la naturaleza avanza casi siempre con dos protagonistas: cazado y cazador. A ese juego del gato y el ratón con final mixto para los intereses de cada uno lo llamamos depredación, y en Xataka hemos contado varias historias con lobos, tiburones o hienas, entre otros. Sin embargo, ninguna escena se parece a la observada en el Atlántico Norte Los científicos han captado una impresionante e insólita masacre en alta mar.

Muerte sin precedentes. Cada año, millones de peces capelanes (parecidos a las anchoas) migran a la costa de Noruega para desovar (soltar sus huevos), atrayendo por el camino a una gran cantidad de depredadores. Durante una de estas migraciones, científicos del MIT presenciaron la que ha sido la mayor actividad de depredación jamás registrada, una donde millones de bacalaos atacaron un gran banco de capelanes, consumiendo en solo cuatro horas aproximadamente 10,5 millones de estos peces.

Este evento, fascinante por diferentes motivos, ha sido objeto de un estudio publicado en Nature que permitió a los investigadores observar las dinámicas de población de ambas especies, actividades fundamentales para el ecosistema marino en el Atlántico Norte.

El capelán y su rol. El capelán protagonista muy a su pesar de esta historia (Mallotus villosus) es un pez pequeño que se alimenta de plancton y kril en las aguas frías y productivas del Atlántico Norte. La especie desempeña un papel esencial en la cadena alimenticia oceánica, similar al de las anchoas en aguas más cálidas.

A pesar de que su abundante población, ha sufrido descensos en el pasado, pero tienen un truco que salva su demografía: la gran cantidad de huevos que producen les permite recuperarse rápidamente en comparación con otras especies. Con todo, esta abundancia también los hace altamente vulnerables a la depredación, especialmente durante esa migración hacia áreas de desove en la grava del fondo oceánico, en profundidades de entre dos y 100 metros.

La ciencia y el seguimiento. Tal y como han contado desde el MIT, los investigadores utilizaron una tecnología de sonar avanzada, denominada Ocean Acoustic Waveguide Remote Sensing (OAWRS), con la que pudieron seguir los movimientos de estos peces en un área amplia en tiempo real. Cuentan que en la madrugada del 27 de febrero de 2014, el OAWRS reveló cómo los capelanes, inicialmente dispersos, se agruparon en un banco gigantesco de 23 millones de individuos.

Aquel fenómeno de agrupación permitió a los científicos observar un comportamiento natural de los capelanes, quienes logran coordinar sus movimientos cuando alcanzan una densidad crítica.

OAWRS muestra cómo el capelán y el bacalao se juntaron y luego se dispersaron al unísono

Los bancos y los depredadores. Como decíamos, aunque formar bancos permite a los capelanes ahorrar energía y, en algunos casos, evitar a los depredadores, esta concentración también los convierte en un blanco de lo más atractivo.

Así, tan pronto como se formó el banco masivo de capelanes, un grupo de bacalaos, uno estimado en 2,5 millones de peces, comenzó la “cacería”. Los científicos observaron que las ondas de densidad que se movían a través de ambas poblaciones parecían sincronizadas, mostrando una interacción dinámica entre cazadores y presas en una escala sin precedentes.

Por qué importa. Un evento tan singular como el registrado es muy importante. Aunque este tipo de depredación masiva no representa una amenaza directa para las poblaciones de capelanes, ya que su migración anual en la región incluye miles de millones de individuos, los científicos expresan cierta preocupación por el impacto del cambio climático.

¿La razón? Al parecer, la pérdida de áreas de desove debido al aumento de las temperaturas globales podría limitar los espacios seguros para este tipo de especies, lo que, a su vez, podría tener consecuencias graves para todo el ecosistema marino del Atlántico Norte en esa rueda que es la naturaleza.

Bola extra: comprender la vida marina. La tecnología de sónar utilizada, el OAWRS, es capaz de distinguir entre especies por sus diferentes frecuencias de resonancia, y ha permitido a los científicos identificar con precisión las señales de cada tipo de pez.

Como explicaba Nicholas Makris, del MIT, las vejigas natatorias de los peces emiten resonancias similares a campanas. Así descifraron que las de los bacalaos son graves, mientras que las de los capelanes producen sonidos agudos. Esta distinción ha sido clave para el estudio detallado de estos fenómenos de depredación masiva y abre la puerta a una mejor comprensión de la ecología marina.

Imagen | NASA, Nicholas Makris, et al

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