Durante las últimas décadas, las historias que nos contábamos sobre los primeros humanos eran algo muy parecido a una novela picaresca: unos indefensos primates (sin uñas, sin dientes, sin defensas naturales) que a fuerza de ingenio y trabajo en equipo escalaron a lo más alto del reino animal. Pero, ¿Y si es todo una burda mentira? ¿Y si no es más que una "leyenda rosa" para pensar que, pese a todo, nosotros éramos los buenos de la película? ¿Y si, como dicen estos investigadores de la Universidad de Tel-Aviv, durante los últimos dos millones de años hemos estado en el mismo sitio: en lo más alto de la cadena alimentaria?
La dieta paleo, pero de verdad. El problema fundamental que hemos tenido a la hora de saber qué comían nuestros antepasados es que los arqueólogos han tendido a usar como referencia las dietas de las sociedades de cazadores y recolectores del siglo XX. Eso, a todas luces, es un error. Primero, porque los cazadores-recolectores actuales viven en zonas geográficas muy concretas que no se parecen en nada a las que vivían los humanos del Paleolítico; y, segundo, porque lo queramos o no, el contacto con sociedades agrícolas, esclavistas e industriales ha cambiado a esas sociedades para siempre.
El ejemplo del 'trueque' es iluminador. A menudo tendemos a pensar que las sociedades pre-monetarias utilizaban el trueque como forma de intercambio, pero eso no es cierto. El trueque, de hecho, "no es el precedente natural de la economía monetaria sino un sistema degenerado de la misma que se desarrolla siempre con posterioridad a una economía monetaria colapsada". El consenso actual nos dice que lo que imperaba eran "sistemas de reciprocidad"; es decir, "la obligación moral de entregarle tu excedente a otra persona o grupo que lo necesite, quien a su vez tiene la misma obligación en el caso contrario". Si eso pasaba con la economía, podemos esperar algo similar con la alimentación.
¿Qué relación hay la comida y la evolución? Por ello, un equipo de la Universidad de Tel-Aviv, coordinado por Miki Ben-Dor, decidieron mirar en otro sitio. Concretamente en "la memoria conservada en los propios cuerpos humanos". Es decir, se preguntaron si podían sacar conclusiones interesantes del análisis de nuestro metabolismo, genética y constitución física. Rápidamente, se dieron cuenta de que sí.
Por ejemplo, ¿qué sentido tenía que el estómago humano tuviera una acidez tan alta comparada con otras especies omnívoras? Es cierto que a mayor acidez, mejores defensas frente a posibles bacterias y enfermedades; pero también es cierto que una alta acidez requiere un gran gasto energético. Si no fuera estrictamente necesario (por cosas como un elevado consumo de carne), no tendría sentido evolutivo.
¿Y si éramos hipercarnívoros?. A partir de ahí fueron tirando del hilo. Se dieron cuenta, por ejemplo, que la estructura de las células grasas de nuestros cuerpos se parecía más a la de los depredadores carnívoros que a las de otras especies omnívoras. Es más, según los investigadores, hay claves en el genoma humano que permiten afirmar que, a diferencia de los chimpancés "que tienen una dieta rica en azúcar", nuestra genética está optimizada para consumir "una dieta rica en carne".
La sorpresa saltó cuando analizaron los isótopos estables de los huesos prehistóricos. Ahí llegaron a la conclusión, apoyada por la aparición relativamente tardía de herramientas especializadas en procesar alimentos, de que los humanos se especializaron en cazar animales de tamaño grande y mediano con alto contenido de grasa. Es decir, no éramos carnívoros, éramos hipercarnívoros.
Comer hasta acabar con todo. Esto dibuja un escenario muy distinto del tradicional. Normalmente, se ha pensado que la flexibilidad dietética humana había sido un elemento clave para asegurar su éxito y supervivencia. Y, aunque "la evidencia arqueológica no niega que los humanos de la edad de piedra también consumían plantas", sí parece clave que no tuvieron un papel muy importante hasta el final de la Edad de Piedra. Según los investigadores, fue precisamente el éxito de los humanos como grandes cazadores (y su contribución a la extinción de numerosas especies) lo que les obligó a ir aumentando los vegetales en su dieta.
Imagen: Jose Ignacio Pompe
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