En el idílico verano del 79 después de Cristo, un grupo de unos 300 romanos se refugiaron en la villa marítima de Herculano para protegerse de la erupción que acababa de arrancar en el Vesubio. Fue una mala decisión. Una oleada piroclástica de unos 500 grados atravesó Herculano a unos 200 kilómetros por hora y arrasó todo a su paso: sus cerebros hirvieron hasta hacer explotar sus propios cráneos.
Suena mal. Fue un infierno. Pero ese infierno ha sido, para nosotros, 2000 años después, un golpe de suerte arqueológico porque el complejo histórico de Pompeya nos ha dado muchísima información sobre cómo eres ese mundo y, sobre todo, lo que hemos cambiado. Lo curioso es que, ahora que hemos sido capaces de secuenciar el primer genoma completo de una pareja de aquel momento, hemos descubierto que no hemos cambiado mucho.
¿Qué hemos secuenciado?. En un estudio publicado en Scientific Reports, Gabriele Scorrano y su equipo de la Universidad de Copenhague consiguieron recoger el ADN de dos víctimas, un hombre y una mujer, cuyos restos fueron encontrados en la Casa del Artesano, en Pompeya. Eso, aunque no lo creían, fue la parte fácil. Porque, aunque antes del estudio solo se había secuenciado tramos cortos de ADN de animales y humanos encontrados en Pompeya, la tecnología ha avanzado tanto que no debería de ser algo demasiado complejo.
Pero a poco que se pusieron a trabajar con las muestras se dieron cuenta de que era imposible secuenciar el genoma completo de la mujer. Había lagunas enormes. El del hombre, en cambio, sí consiguieron analizarlo: era un tipo de entre 35 y 40 años que, por las lesiones esqueléticas que presentaba, parecía tener una tuberculosis muy avanzada. Posiblemente fuera eso, sugieren los investigadores, lo que le impidió huir de la catástrofe.
¿Cuánto hemos cambiado a nivel genético? Los investigadores compararon las muestras con 1.030 humanos antiguos y descubrieron que su ADN era muy similar al de los humanos que vivían en el periodo romano antiguo. Pero lo más interesante ocurrió al compararlas con 471 individuos modernos de Eurasia occidental: el hombre de Pompeya era muy muy muy similar a los italianos modernos del centro de Italia.
Esto es curioso porque dibujan un mundo (el mundo preindustrial) en el que las masas populares casi no se han movido. Hay excepciones, claro. España y los procesos de repoblación parecen unos de ellos. Según los estudios que tenemos sobre diferenciación genética, hay más parecidos en el eje Norte-Sur que en el Este-Oeste. Es decir, encontramos "más parecidos genéticos entre Granada y Cantabria que entre Granada y Sevilla".
Como podemos ver, los procesos de repoblación, la diversidad lingüística y la existencia de comunidades culturalmente diferenciadas explican bastante bien cómo se han ido moviendo los habitantes de la península ibérica a lo largo de los siglos. Esto no desmiente los resultados descubiertos en Pompeya porque, de hecho, el mismo estudio de 2018 apunta a que, pese a los siglos de dominación islámica, casi no hubo aportaciones genéticas del norte de África hacia la península en la población de base. Las clases populares romanas, visigodas, islámicas y cristianas eran esencialmente las mismas (genéticamente hablando).
Esto es solo el principio. “En el futuro se pueden estudiar muchos más genomas de Pompeya”, explicaba Serena Viva, antropóloga de la Universidad de Salento que formó parte del equipo del estudio. “Las víctimas de Pompeya vivieron una catástrofe natural, un choque térmico, y no se sabía que si su material genético se habría conservado. Este estudio proporciona esta confirmación" y las nuevas tecnologías de las que hablábamos podrán hacer el resto y responder a la gran pregunta: después de tanto tiempo, ¿seguimos siendo los mismos?
Imagen | Valentin Popescu
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