Como cada verano, España se ha convertido en un fósforo. En una semana, los más de 40 incendios forestales que se han declarado han calcinado ya 30.000 hectáreas. Es decir, una tercera parte de todo lo que se quemó el año pasado. Las imágenes son terribles, pero la realidad lo es aún más. Sobre todo, cuando caemos en la cuenta de que el éxito de la última década es, precisamente, parte del problema.
Así se ha quemado España. El Ministerio de Transición Ecológica tiene un registro de la evolución e impacto de los incendios a lo largo de los últimos 50 años. Gracias a esa base de datos podemos ver cosas interesantes: por ejemplo, y aunque parezca contraintuitivo, lo mucho que hemos mejorado en la gestión forestal y en el control de incendios.
Una visión de conjunto de los incendios españoles nos muestra que la peor época fueron los últimos años 70, los 80 y principios de los 90. En cuanto a hectáreas quemadas, los cuatro peores años de la historia (registrada) del país fueron 1978, 1985, 1989 y 1994; todos ellos con más de 400.000 hectáreas perdidas. Desde entonces, aunque no hemos sido capaces de tumbar el número de siniestros, las hectáreas quemadas han bajado mucho. La tendencia es significativamente positiva.
¿Qué paso en los 70-80-90? Según los expertos, ese boom de incendios tiene "una relación muy estrecha con el éxodo rural desde la década de los sesenta". Como explicaba en Ethic, Jorge Mataix-Solera, presidente de la Sociedad Española de la Ciencia del Suelo (SECS), "lo que por entonces eran terrenos destinados a la actividad agrícola acabaron siendo recolonizados por especies forestales mediterráneas como matorrales o pinares, el pasto preferido de las llamas".
Ver el gráfico //datawrapper.dwcdn.net/fW6jw¿Qué está pasando ahora? Es cierto que la tendencia parece positiva, pero en los últimos años la cosa no está tan clara. Según datos del Ministerio de Transición Energética, en lo que llevamos de 2022 se han contabilizado 601 más fuegos que en el mismo periodo del año pasado.
Seguimos por debajo de la media del decenio, sí; pero la tendencia es ligeramente preocupante. Y digo 'ligeramente' porque cada vez somos mejores apagando fuegos: lo que se traduce en que, pese a todo, las hectáreas quemadas sigan estando muy por debajo de los peores años de este medio siglo y bastante por debajo de la media de la última década. No obstante, ahí se esconde el problema.
La paradoja de la extinción. Es curioso porque, según los especialistas, "a medida que nos volvemos más eficaces apagando fuegos forestales, favorecemos la existencia de grandes incendios porque se acumula más material combustible”. Los incendios ya no 'limpian' el terreno como antes y cuando se declara un macroincendio, es muy difícil de controlar.
¿Y ahora qué? Esa es la gran pregunta: a medida que las tensiones derivadas del cambio climático, la desertificación y las largas sequías comprometan la masa forestal del país, el problema no hará sino crecer. Por eso, ahora mismo, el énfasis puesto en la extinción se está volcando en la prevención. Sin embargo, aún no tenemos un modelo claro que nos permita planificar el futuro y salvaguardar el presente. Esperemos tenerlo pronto.
Imagen | Karsten Winegeart
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